24/2/2024 | Entrada nº 77 | Dentro de Fundamentos

Lo que nos define

¿Qué define a los maximalistas? Hay cosas que se ven de lejos, otras que se entrevén y otras que no suelen apreciarse, pero sobre todo hay unos fundamentos que definen como somos y queremos ser.

Aviso al lector

Esta semana recibimos la visita de unos compañeros de la Dordoña, viejos amigos cuyo hacer ha ido convergiendo con el nuestro. Tras años organizados como una asociación cultural la han abierto para convertirla en la principal herramienta de su pueblo para luchar contra la despoblación. El movimiento, que ha sido un éxito y movilizado a decenas de vecinos, les obliga ahora a darse a sí mismos una nueva forma organizativa: una cooperativa de trabajo.

Nos plantearon su acuerdo con los principios cooperativos maximalistas y nos pidieron echarles una mano en el proceso. Obviamente lo haremos. Pero también nos gustaría aportarles una mirada más allá de la letra y las declaraciones de lo que realmente somos y pretendemos... para lo cual -y ese es un aporte que nos hacen ellos a nosotros- tenemos que pensar, hacer balance y clarificar nosotros aún más nuestro propio mensaje. Este artículo es el resultado del primer esfuerzo en ese sentido.

¿Qué define a los maximalistas?

Lo que se ve

Lo más evidente de los maximalistas es que no hacemos con nuestras cooperativas lo que hacen las empresas normales: maximizar los ingresos generados para los socios.

Por contra, optamos por una práctica radical del cooperativismo de trabajo: no repartimos beneficios entre los socios, los excedentes de nuestra actividad en el mercado sirven para sufragar el coste de actividades, tiempo de trabajo e infraestructuras útiles al aporte que queremos hacer a la comunidad más amplia que nos rodea.

En una primera acepción somos maximalistas porque maximizamos eso que llaman el «impacto social» a costa de la distribución de beneficios.

Cuando eso se interioriza se empieza a entender lo que se ve porque, por rara que resulte, se puede empezar a entender la opción por una vida sencilla centrada en el trabajo, el vivir en casas compartidas, etc.

En realidad es tan simple que no tiene mayor misterio aunque resulte chocante para los valores dominantes en esta sociedad. Una vez satisfechas las necesidades de cada uno en sentido amplio, optamos por dedicar todo lo demás a cosas socialmente útiles. Y lo hacemos por algo en nada misterioso: nos produce más satisfacción a cada uno que una vida más cara y supuestamente más confortable.

Lo que se entrevé

Hasta ahí podría interpretársenos como una versión radical de una «empresa con causa», seríamos parte de las «cooperativas de impacto social», que tampoco tienen ánimo de lucro.

Pero a diferencia de ellas nuestros miembros no son personas con discapacidad o en peligro de exclusión que se unen a la cooperativa como una forma de inclusión laboral. Nuestro objetivo no es paliar o contribuir a la mejora de la situación laboral de un colectivo concreto.

Nuestro objetivo es algo que, aunque suene un poco pomposo, es muy concreto en cada una de sus muchas expresiones: restaurar la comunidad humana.

Por eso durante años, cuando la gran batalla de la época -se entendiera socialmente o no- estuvo en definir qué camino tomarían Internet y la tecnología, nuestro centro estuvo en la batalla por fortalecer las tecnologías distribuidas, los comunales universales como el software libre y el uso de las economías de alcance para satisfacer necesidades humanas y comunitarias.

Obviamente, el curso general de la tecnología fue hacia otro lado -el de la hiperconcentración de capital, información y recursos que llevó a la IA- pero lo que se construyó en esos años ni se ha perdido ni deja de abrir posibilidades. No fue una batalla perdida -aunque en algún momento lo sintiéramos así- sino una posición ganada para el futuro.

Y ahora, cuando la crisis de civilización en la que vivimos se manifiesta de forma cada vez más clara como una crisis ecológica y agraria, inseparable de la crisis general del trabajo y el modo de vida que tiene su epicentro en las ciudades, centramos nuestra acción social en dar la batalla contra la despoblación por medios cooperativos.

Lo que no se ve

Los maximalistas no somos el primer movimiento de la Historia en optar por una forma de vida radicalmente comunitaria para maximizar su aporte a una sociedad en crisis. Cuando estudiamos los más recientes históricamente encontramos un elemento en común con nosotros que no suele tenerse demasiado en consideración desde la mirada del entorno: se consideraban grupos de trabajo de choque.

Lo vemos desde la Chequia hutterita del siglo XVI al kibutz en la Palestina otomana de principios del siglo XX. La famosa comuna de Hadera que acabará fundando en 1909 Degania, el primer kibutz, se dedicaba a hacer lo que nadie quería hacer: desempedrar tierras abandonadas durante siglos, construir sistemas de irrigación y eliminar malezas en humedales infestados de malaria. Y cuando se establecieron, el orgullo de mostrar hasta el límite la capacidad del trabajo para cambiar el entorno siguió siendo el elemento central de su identidad y la de todo el movimiento kibutziano. Ese sentimiento del trabajo como vanguardia es el motor del que nacieron cosas como el famoso reverdecer el desierto o la invención del riego por goteo.

Nuestro trabajo -afortunadamente- nunca ha tenido el grado de heroísmo de los movimientos que nos precedieron, pero esa concepción del trabajo cooperativo como una fuerza social que genera conocimiento y transforma el mundo. aquí y ahora, si sabe concentrar y desarrollar conocimiento está en la definición incluso de lo que sacamos al mercado.

Es eso lo que hace que no dejemos de diseñar y ejecutar proyectos ambiciosos. Que nadie espere una vida tranquila de nosotros. Siempre tendremos mucho trabajo y muy intenso por hacer.

Lo que sostiene todo lo demás

Lo más importante de todo sin embargo, está más abajo, cimentándolo todo. Es eso que Adler llamaba gemeinschaftsgefühl, el sentimiento comunitario. En eso es en lo que somos verdaderos grupos de élite. Lo necesitamos.

El sentimiento comunitario, es entender que la pertenencia se produce por el aporte y por tanto que vencer todas las dificultades y retos de la vida es posible a través de lo que cada uno hace y agrega a las comunidades de las que forma parte: la comunidad de trabajo, la pareja, la familia y la comunidad mayor de amigos y vecinos.

En la práctica significa que el yo-yo-yo desaparece, que la primera persona del singular se usa sólo cuando toca -poco-, y la primera del plural es la forma verbal por defecto. Y no por artificio, por una imposición ideológica al estilo del lenguaje inclusivo, sino porque nuestra perspectiva sobre lo que somos y el lugar en el que estamos nos hace entender prácticamente todo como parte de un esfuerzo colectivo en el que todos caben.

Significa, entre otras cosas, que no hacemos de la excusa nuestro mensaje ni de nuestro mensaje una excusa para conseguir nada. No se hace ideología ni mitología para presionar o torcer el comportamiento de otros y por supuesto jamás, jamás, somos estratégicos comunicando, es decir, no manipulamos ni usamos a otro como un medio por bueno que sea el fin considerado.

Significa que las discusiones no tienen lugar para ganarse sino para clarificarnos y, si es posible, aprender. Y que no pasa nada por darse un mordisco si ayuda a ese proceso. Que no hay sentimientos de culpa, sino responsabilidad colectiva.

Significa que no forma parte de nuestro modo de ser ni esforzarnos con tal de agradar, ni malencararnos para llamar la atención. No nos creemos mejores que nadie ni nos hacemos las víctimas por mal que nos haya salido algo.

Hay, es inevitable, subidas y bajadas en esa vida anti-rutinaria hecha de proyectos que siempre van un paso más allá, afanes de llegar más lejos y trabajo intenso. Pero el desaliento de un fracaso nos dura poco: hay demasiado por hacer como para perder tiempo en la complacencia o el lamento por lo que no salió. Y tenemos claro que nuestras consecuciones son para compartir e impulsar a los demás a llegar más lejos también, no para atesorar en una vitrina de grandes éxitos. Ni celebramos la vulnerabilidad y reclamamos cuidados ni nos auto-condecorarnos ridículamente cuando todo sale como queríamos. Sencillamente aspiramos a hacer las cosas mejor cada vez y compartir esfuerzos y resultados con quienes quieran ser parte de ellos.

Sólo así nunca perderemos el entusiasmo que hace posible lo más difícil y lleva la capacidad del trabajo para cambiar el mundo hasta su límite.