Tres escenas recientes
Primera escena: Bruselas
Julia, una compañera de la cooperativa, participa en un grupo de expertos de la Dirección General de Agricultura de la Comisión Europea. Apenas tiene tres minutos -de cronómetro- para hacer una exposición sobre las nuevas necesidades formativas de agricultores y ganaderos.
Cuando no ha pasado todavía un minuto, uno de los muchos consultores caciquillos que abundan en estos mundos la interrumpe bruscamente y no le deja continuar.
¡Todos sabemos los problemas! ¡Hay centenares de «estudios» sobre eso! ¡Ve a las propuestas!
Cuando nuestra compañera intentó retomar su argumento, el antipático consultor, muy groseramente, volvió a interrumpirle con lo mismo. No sería la última ocasión. A la tercera vez, simplemente le espetó dos preguntas de sí/no sobre las propuestas que no le estaba dejando enunciar que, por supuesto, no servían en absoluto para describirlas. Fin de los tres minutos. Siguiente.
Cuando llegó el momento de que este señor -que es consultor en Dublín de las cooperativas ganaderas irlandesas- hiciera su aporte, quedo claro que ni conocía los problemas ni mucho menos había reflexionado sobre sus causas. Daba igual, él, como casi todos allí no estaba para aprender nada, sino para preparar una venta.
Segunda escena: Madrid
Después de tres meses de trabajo intenso llega el día de presentar el informe que un cliente nos ha encargado. El pedido consistía en localizar oportunidades de mercado para su empresa en el mundo.
Empezamos la presentación como siempre: contando la decena de tendencias novedosas que hemos encontrado en su mercado en distintas regiones.
A esa parte le solemos llamar el caviar, porque es lo más valioso de cara a entender dónde puede encajar su oferta y elaborar una estrategia comercial que tenga éxito. Normalmente a eso le siguen una serie de recomendaciones de países y la forma de comenzar a vender en ellos. Acabamos con un listado que es algo así como una libreta de direcciones para sus comerciales, país por país, incluyendo aquellos que no seleccionamos pero que, entendemos, aún así podrían interesar al cliente, que a fin de cuentas sabe más sobre su empresa que nosotros.
En el informe en papel que entregamos además hay una primera parte con una explicación argumentada de la metodología seguida en los trabajos, que no se incluye normalmente en la presentación oral a no ser que lo pida el cliente.
Hace años estas reuniones, con toda su ceremonia, servían para que el cliente pudiera profundizar, compartir reflexiones y abrir una conversación intelectualmente más profunda sobre los mercados y retos a los que se enfrentaba, recogiendo además todas esas sensaciones que los analistas captan y que por su naturaleza etérea no suelen ponerse por escrito... aunque sin embargo, son importantes.
Hoy estas reuniones son, cada vez con más frecuencia, rápidas y asépticas. Pero el otro día, el cliente nos interrumpió cuando estábamos en pleno caviar para decirnos que lo que le estábamos contando era muy académico y que si podíamos pasar a la sustancia... la lista de contactos a pasar a sus comerciales en cada país.
Desconcierto. ¿Cómo se presenta una lista de contactos? ¿No quería conocer los porqués? ¿Se fiaba tanto de nosotros? ¿Qué íbamos a discutir con él? ¿Las direcciones de sus posibles clientes?
Tercera escena: frente al kindle
Intentamos mantenernos al día sobre los temas que trabajamos, así que cada cierto tiempo hacemos búsquedas temáticas en Amazon y compramos todo lo que haya salido nuevo sobre nuestros temas favoritos.
No todo es igualmente atractivo y a veces quedan durante meses e incluso años en la pila de libros por leer o en el índice de libros disponibles en Kindle. Esta tarde, en el descanso de la comida, un compañero toma un libro sobre despoblación que se publicó originalmente antes de la pandemia y que ya ha tenido un par de ediciones actualizándose supuestamente a los cambios sociales ocurridos en los últimos años. Está firmado por un consultor conocido sobre estos temas en España.
El segundo párrafo comienza así:
Sobre el tema de la Despoblación rural se han realizado muchos y muy sesudos análisis para determinar sus causas y consecuencias, pero lo que se echa en falta son propuestas concretas para solucionar el problema.
Más de lo mismo: el análisis sería cosa sesuda y lo sesudo, estéril e inconducente. Lo que hay que hacer es... propuestas concretas. Pero ¿cómo va a poder hacer propuestas útiles este hombre si desprecia entender las causas de los problemas que se supone que esas propuestas deben resolver?
La devaluación del conocimiento
Cuando en una sociedad palabras como estudio, académico o sesudo se usan de forma despectiva sin que nadie levante una ceja; cuando la capacidad de hacer propuestas se opone al conocimiento de lo que, supuestamente, se busca subsanar o mejorar, algo grave está ocurriendo. Algo que va más allá del embrutecimiento. Algo antihumano e inmoral.
Nos están diciendo:
No hace falta que sepas cómo funciona la máquina ni que entiendas por qué ha dejado de funcionar bien, haz algo para que siga en marcha, que no hay tiempo que perder.
La verdad es que sin conocer cómo funciona una máquina y por qué ha dejado de hacerlo como se espera se pueden hacer chapuzas que la mantengan en pie en lo inmediato. Pero es imposible mejorarla e inconcebible cambiarla o sustituirla por otra mejor.
El punto de origen de esta mentalidad puede encontrarse en las Universidades privadas desde la fundación de Deusto hasta hoy: póngase todo en las ingenierías y el Derecho. Añádase como mucho, la Economía... pero bien reducida antes a recetario, invisibilizando el origen histórico de cada receta y su impacto a corto y largo en la vida económica real y el bienestar de las sociedades. ¡¡Propongan cosas... de entre las que ya sabemos!!
Esta alianza de los sectores más reaccionarios de la enseñanza y el positivismo de finales del XIX puede entenderse de forma divertida en novelas como El Intruso de Blasco Ibañez, pero seguramente sea más significativa la Critica de la razón instrumental de Horkheimer. Porque como recuerda en su último libro Esteban Hernández:
El hecho de que justo en el momento del ascenso nacionalsocialista hubiera quienes, como Horkheimer o Neumann, pusieran el acento en cómo una forma instrumental de racionalidad, muy similar a la nuestra, estuviera tomando la sociedad debería servirnos de alerta respecto de los peligros reales que afrontamos.
Bajo la devaluación del conocimiento... la devaluación del trabajo
Hay mucho de clasismo en esta concepción. Como nos dijo una vez un conocido dirigente empresarial vasco, por pensar no se paga. Comprender el porqué de las cosas, criticar, buscar alternativas a las cosas que no funcionan -y no solo parches- es, en todo caso, un lujo para los dueños de todo ésto, por lo visto.
Uno puede entender la utilidad que para los que tienen la sartén por el mango tiene que los de abajo interioricen una ideología así. Lo sorprendente es que la adopten ellos y se auto-saboteen limitando su conocimiento al saber instrumental limitado a cuatro teorías más o menos esquemáticas generación tras generación a través de MBAs y demás.
Hoy por hoy parece que el desprecio por el conocimiento se ha convertido en norma social y puede afirmarse orgullosa e impunemente en reuniones de expertos, presentaciones de trabajo e incluso en ensayos. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí?
La respuesta es sencilla: devaluando el trabajo. Si entendemos qué es realmente trabajo, entendemos que una sociedad que devalúa el trabajo sistemáticamente durante décadas sólo puede acabar aceptando como superiores formas de conocimiento degradadas.
Y eso es lo que tenemos hoy, un mundo capturado en una cinta de Moebius cultural e ideológica en el que la mediocridad estadística e insana de la IA y el delirio más estrambótico son parte del mismo continuo unidimensional.
Es hora de cambiar.