25/9/2023 | Entrada nº 34 | Dentro de Maximalistas

Congreso Maximalista | Manifiesto

Manifiesto producto del Congreso Maximalista 2023 sobre el presente y el futuro inmediato del trabajo y el papel de los maximalistas.

La generación que ahora se integra en el mercado de trabajo se está dando cuenta de que las expectativas a partir de las que habían construido qué hacer con su vida, no van a cumplirse.

Tampoco es que contrastaran mucho, porque aunque hubo décadas con más holgura -hace ya mucho tiempo- la verdad es que nunca fue como ellos esperaban.

El trabajo tras el periodo 2009-2021

Vayamos por partes.

Primera caída del caballo. Ir a la Universidad no es una oposición. No sales de ahí como jefe de nadie, ni siquiera enfilado para ser jefe de otros. Eso dependió toda la vida de tres cosas, las principales: origen social y agenda de relaciones. La complementaria: suerte (si era lo que perseguías). Dicho de otro modo: el ascensor social universal que al parecer esperaban, no existe. No iba a ser tan fácil.

Segunda caída del caballo. Ser un trabajador cualificado, un técnico bien formado, ni te garantiza el trabajo, ni te establece en un nivel de rentas de «clase media».

Por un lado, Europa está en desindustrialización y España y Portugal nunca fueron referentes; y los «nuevos oficios» industriales son pan para hoy y hambre para mañana. Un gran parque solar se instala con dos docenas de técnicos pero se mantiene apenas con uno sólo. Y no se van a estar creando parques indefinidamente.

Por otro, las bajadas salariales de la crisis entre 2012 y 2019 no fueron homogéneas, se cebaron en los niveles medios y bajos de renta. Y con la reforma laboral de Rajoy primero y de Sánchez/Díaz después, eso se hizo estructural. El reenfoque hacia la «justicia social» de la política de redistribución de rentas, subiendo el SMI sin tocar el coste de despido, aceleró la rotación y «rejuvenecimiento» de las plantillas porque daba sentido a EREs cuyo único fin real a medio plazo era echar a trabajadores «caros» de mediana edad con derechos adquiridos y salarios relacionados con un SMI que comenzaba por fin a moverse, para contratar en su lugar trabajadores jóvenes bien formados con salarios alrededor del SMI. Ni que decir tiene, que si eso se hizo tendencia en 2019, la pandemia y los contratos fijos discontinuos la multiplicaron hasta modificar la demografía del empleo industrial en España.

El remate de esta tendencia vino por el lado de los precios: con el cambio de sistema de facturación de la electricidad primero y la guerra después, la inflación remató el trabajo. No sólo los buenos salarios en la media de rentas sino las rentas medias, se fueron convirtiendo en un un animal en vías de extinción.

Porque mientras tanto -y a partir de 2018 con claridad- los salarios de los cuadros medios corporativos -esos puestos de mando a los que la Universidad no daba ya acceso automático- crecieron muy por encima de lo que hacía -cuando lo hacía- la media de los salarios. El resultado: una verdadera «falla tectónica» se había abierto, separando los ingresos esperables por los trabajadores de los ingresos de los cuadros medios. La famosa «clase media», desaparecía. O, mejor dicho, se redefinía para no contar con trabajadores del sector privado.

El futuro del trabajo en Europa

No es un «bache». A nivel global, la guerra de Ucrania es sólo la expresión inmediata de una reordenación de la producción y el comercio internacionales.

El mercado mundial, tal y como se estructuró desde mediados de los ochenta, está fracturándose en bloques y jerarquizando países dentro de estos. Salvo para los fabricantes de armamento, eso significa menos mercados y más costes... que trasladan a los salarios tanto de forma directa como a través de una inflación que no acaba de contenerse ni con subidas de tipos.

A eso cabe sumar dos cosas: el Pacto Verde y la automatización de los servicios, con la IA como estrella.

El Pacto Verde no es más que una revolución tecnológica, pero a diferencia de las anteriores, no va ligada a un aumento de la productividad física -lo que se produce con una hora de trabajo- sino todo lo contrario. El Kilowatio de energía producido con energía solar, ahora que la contaminación empieza a contabilizarse como un gasto, resulta más barato que el producido con gas. Pero sigue siendo más caro que el producido antes de que comenzara la «Transición energética». Y para rematar, el sistema de precios eléctricos, pensado para asegurar la rentabilidad de las inversiones en renovables (lo que llaman «mercado marginalista»), lo paga a precio de electricidad producida con gas.

Resultado: sólo por la vía de los costes energéticos producir todo es más caro ya, necesita más recursos sociales. Pero no sólo la producción energética limpia resulta más cara socialmente, también lo son las demás producciones que tienen que cambiar a unas tecnologías cuya mejora e investigación se congeló exprofeso durante demasiado tiempo: desde los coches eléctricos a la agricultura ecológica.

Y ahora sumemos el «soborno» a los inversores que es la esencia del Pacto Verde: la promesa de que las inversiones en el cambio de tecnologías productivas será más rentable que seguir con las viejas tecnologías emisoras de gases de efecto invernadero. ¿Podemos extrañarnos de que los beneficios empresariales sean el principal vector que tira hacia arriba de la inflación mientras los salarios reales de los trabajadores, cualificados o no, siguen cayendo?

El marco se cierra con la automatización de los servicios y la perspectiva de la masificación del uso de la IA. Aquí estamos ante una revolución productiva clásica: una tecnología que mejora la productividad física del trabajo... en un mercado global saturado y en estrechamiento,

La IA no afecta igual a cualquier trabajo, sino especialmente a esos «buenos trabajos» intelectuales a los que supuestamente la Universidad también daba acceso y que eran «el futuro del trabajo». Harán falta menos abogados de tropa, menos periodistas, menos diseñadores gráficos, menos asesores financieros... porque la IA ahorrará costes, pero no aumentará unos mercados que por su propia dinámica, acelerada a golpes de geopolítica y Pacto Verde, no pueden sino hacerse más angostos. Y más que lo van a ser si las predicciones de las consultoras sobre el impacto de la IA son medianamente acertadas.

Si agregamos todo lo anterior, la perspectiva social resultante no es buena: el «modelo europeo» se está convirtiendo en una sociedad con clases sociales mucho más diferenciadas (y hereditarias), más desigual (porque la parte del capital en la renta nacional crece significativamente), en la que los «buenos salarios medios» quedarán para los cuadros corporativos -que serán bastantes menos, gracias a la IA- y en la que la estabilidad laboral brillará por su ausencia.

Vidas más precarizadas con un techo de bienestar y seguridad más bajo que el de la generación anterior y -es una historia confluyente claramente relacionada con la evolución de las rentas del trabajo- con servicios públicos básicos (Sanidad, Educación, transporte, atención a mayores, etc.) peores, más caros y cada vez más, insuficienntes.

El cooperativismo de trabajo

En este panorama el cooperativismo de trabajo no lo va a tener fácil. Tampoco lo fue nunca y la reducción de mercados exteriores y de la demanda efectiva interna afecta a todo el que salga al mercado. Sin embargo, los cambios en las tecnologías productivas abren nuevas puertas y recuperan otras viejas que parecían cerradas hacía mucho tiempo, tanto en el campo como en la ciudad.

Pero la dimensiónn de mercado, siendo importante, no es central desde la perspectiva que nos ocupa. Lo central es que el cooperativismo de trabajo va a ser una trinchera mucho más necesaria y valiosa que nunca. Para comunidades enteras y para las generaciones que llegan al trabajo.

Para muchos va a ser la única manera de alcanzar una relación con el trabajo que les incluya, que contenga la precarización de su vida cotidiana y que les permita un desarrollo personal que cada vez más, se está convirtiendo en lujo exclusivo para unos pocos

No vale, eso sí, cualquier modelo cooperativo. El viejo modelo por defecto del cooperativismo ACI -la «cooperativa centralita» que coordina trabajadores independientes- convertido ahora en «cooperativismo de plataforma», coops que corren sobre una app, se ha demostrado ya a ojos de todos, social y humanamente destructivo. El modelo burocrático de las viejas cooperativas industriales conserva aún parte de su mito, pero la gestión profesionalizada y la internacionalización sobre la explotación de trabajo en terceros países, minado hasta la médula por la financiarización y la desradicación pero sobre todo por la «ideología desideologizadora» mondragoniana, no es ya un referente para las nuevas generaciones como lo fue en los 70 y 80.

En cambio, el modelo maximalista, basado en 7 principios cooperativos «clásicos», heredados de las colectividades y aglomeraciones del viejo socialismo hegemónico en el cooperativismo anterior a la última gran guerra, demuestra, a través de nosotros mismos, su vigencia y capacidad de aporte.

En una época en la que el trabajo no es ya la socialización de la actividad y saber personal que llega de suyo a cierta altura de la vida, sino un agarre precario y escaso a la sociedad y el bienestar, los maximalistas debemos transmitir y explicar esos principios con más centralidad e ímpetu que nunca. No para reivindicarnos, sino porque son ya imprescindibles para una causa mayor: la conquista del trabajo por las nuevas generaciones.