Exportaciones e importaciones
A raíz de las movilizaciones de agricultores y ganaderos la prensa parece haber descubierto los datos de comercio exterior del sector primario alimentario. Como era de esperar, se sorprenden porque la mitad de los productos frescos que se consumen en España se importe de terceros países (la mitad en la UE, la mitad en Marruecos, Brasil, etc.) mientras, al mismo tiempo, se exporta una cantidad muy relevante alimentos. En grandes números: se importa por un valor de 68.000 millones de euros y se exporta por 54.000.
De hecho, esta diferencia no es tan importante como podría parecer. El déficit en la balanza comercial agroganadera está inflado ahora por el terremoto de precios que ha supuesto la guerra. El valor de las importaciones -entre otras cosas de trigo y girasol ucranianos- ha crecido un 85%, mientras que el de las exportaciones sólo subió un 29,1% (reflejando sobre todo la subida de costes producto de los vaivenes del combustible y la falta de fertilizantes rusos en el mercado global).
¿Es irracional la interdependencia?
Exportar unas cosas para importar otras no es en principio algo irracional ni contraproducente. La interdependencia alimentaria puede verse como una amenaza hoy por la tensión permanente hacia la extensión de la guerra, pero, no es negativa per se.
Si imaginamos un sistema alimentario organizado en función de las necesidades de los seres humanos y no extractivo ni destructivo, sino bien inserto en los ecosistemas, la interdependencia global sería clave para poder asegurar la alimentación como un derecho efectivo y garantizado para cada ser humano.
La cuestión es que, obviamente, ese sistema no es el actual. Más bien, todo lo contrario.
La dualización del sector agroganadero
Lo que dejan ver los datos pero no destacan los periodistas es la dualización que va pareja a la interdependencia alimentaria.
El sector agroganadero exportador cada vez tiene más peso porque es más productivo en términos de ganancias generadas. Es más intensivo en capital, en uso de la tierra, ocupa cada vez más espacio de la tierra total en cultivo y requiere menos trabajo humano por tonelada producida.
Este subsector es muy rentable y se solapa en buena medida con ese 6-7% de las propiedades que pone en el mercado el 50% de la producción agraria. La dualización es brutal. La ganadería y la agricultura intensivas de gran escala exportan más y obtienen mayores márgenes. La pequeña propiedad no puede seguir el paso.
En las cifras del porcino se ve con bastante claridad. En 2022, Aragón con 9,6 millones de cabezas y Cataluña 8, mostraban a las claras la potencia de la ganadería intensiva de gran escala. En Extremadura, la región de referencia en cerdo ibérico (extensivo), apenas se llegaba al millón de cabezas ibéricas. Pero mientras la superficie ocupada por cerdo blanco de engorde es en el primer caso de 9m2 por cerda y nueve lechones, el producto ibérico no se considera tal si el cerdo no dispone durante su engorde de 1,25 Ha de dehesa por cabeza. En total Extremadura emplea 3,5 millones de hectáreas de dehesa en actividades ganaderas... lo que, por cierto, de incorporarse al balance de emisiones del cerdo ibérico generaría un balance negativo.
Pero no hay que confundirse: no hay una correspondencia directa entre calidad o impacto ecológico y orientación exportadora. La característica definitoria del sector exportador es que es intensivo en capital, esté dedicado a la agricultura ecológica, al olivar ultraintensivo o a la producción a gran escala de cerdo blanco.
Por eso no tiene sentido culpar a los pequeños propietarios de su situación actual por no haber sabido o querido dar el salto a la producción de ecológica y las marcas de calidad. Ésto no va de calidades, va de capacidad para colocar de forma productiva capitales, lo que de paso significa concentración de tierras.
El campo europeo que viene
En este panorama la estrategia agraria de la UE a largo plazo agrava la dualización en dos ejes que son los que explican, si no el malestar actual, la escasa probabilidad de que amaine con el tiempo.
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La más que posible entrada de Ucrania en la UE y su paulatina integración en la PAC supondría el fin de las producciones pequeñas y medias no muy especializadas. Ucrania es el laboratorio de la agricultura de gran escala en manos de grandes fondos internacionales (chinos, rusos, estadounidenses y británicos, sobre todo).
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El Pacto Verde agroganadero no está diseñado, como el eléctrico, para garantizar beneficios extraordinarios a quien cambie hacia la producción con menos emisiones, sino para aumentar las escalas y la capitalización en servicios asociados. Por eso no supone una alternativa rentable para la gran mayoría de pequeños agricultores, sino una reducción de márgenes.
Por eso, basta escuchar los discursos de organizaciones como «SOS rural» para acabar con el mito del «agricultor anti-ecológico»: no hay una resistencia -salvo en minorías negacionistas- a la transformación ecológica, hay una negativa a aceptar que sea a su costa.
Y dicho sea de paso, más de un pequeño agricultor ecológico dado a reprochar a sus vecinos su insostenibilidad, debería reprimir su entusiasmo. Tiene poco mérito la producción medioambientalmente sostenible cuando se basa en recurrir al trabajo gratuito en los momentos clave.
La perspectiva de la desolación...
La perspectiva es de pura y simple desolación: abandono de campos (165.000 Ha que eran de pequeños agricultores han sido abandonadas ya en España) y despoblación: sólo un 3% de los agricultores europeos tiene menos de 35 años por la sencilla razón de que nadie quiere heredar un negocio ruinoso.
Y sin embargo, según los últimos datos oficiales disponibles, los precios de la tierra suben:
El precio medio de la tierra para uso agrario en España aumentó en 56 €/ha, desde los 10.124 €/ha en 2020, hasta los 10.180 €/ha en 2021. El precio medio ascendió en 13 tipologías y descendió en otras 8 de las 21 clases de cultivos y aprovechamientos considerados; en este sentido, se registra una ligera evolución positiva en los Cultivos (+0,3%) y una evolución positiva más acusada en los Aprovechamientos (+2,1%)
Ni siquiera las tierras baldías bajan de precio. Suben. Cuando hay pozo o riego por la presión de los fondos que invierten en olivar ultraintensivo. En las Vegas Altas del Guadiana la Hectarea ha pasado de 20.000 a casi 40.000€ en poco más de un año. En el secano, por el sueño solar producido por los mares de placas fotovoltaicas. Basta comentar con los vecinos en los bares de Fregenal de la Sierra para ver por dónde viene la mano. El Pacto Verde eléctrico produce beneficios de sobra, así que las eléctricas están pagando 3.000€ por Ha de alquiler anual. Esos son los aprovechamientos.
Y por eso, aunque todo el mundo hable del recambio generacional nadie habla de lo único que lo haría posible: facilitar el acceso a la tierra a una nueva generación aumentando de paso la escala y diversificando usos.
... Y su alternativa
¿Problema? Las cooperativas agrarias tradicionales (de propietarios) ya no valen para eso. El problema no está sólo en la distribución y la transformación. Está en la producción.
No hay otro camino que combinar explotaciones mayores, digitalización (agricultura de precisión, robotización, etc.) y nuevos usos de la tierra (energía distribuida, industrias no contaminantes, servicios avanzados etc.).
A día de hoy eso sólo es accesible por grandes capitales, así que la pregunta en realidad es: ¿cómo se democratiza el acceso a la tierra bajo esas condiciones?
Y la solución entonces se ve clara. Aceptémoslo: no hay forma de salvar la pequeña propiedad. Todo lo que cabe esperar en ese sentido son paños calientes y una agonía más larga. La pequeña propiedad no puede ser indefinidamente el dique de la desolación y la despoblación rural.
El futuro pasa por fincas de mayor escala, más diversificadas y explotadas por una nueva generación de productores agrarios -que no serán sólo agricultores ni ganaderos- organizada en cooperativas de trabajo. Es la única manera de conjugar concentración y capitalización sin entregar el campo a los fondos de inversión y sin vaciar aún más los pueblos.-