La posibilidad material de la abundancia
Los «límites de la realidad» seǵun la Microeconomía
Uno de los primeros axiomas que se enseñan en las facultades de Economía es que, en esa entelequia llamada mercado competitivo, el precio es igual al coste marginal.
En general, no conviene entender la Microeconomía más que como una analogía o un juego intelectual. Sin embargo, hay una verdad sencilla debajo de esa afirmación particular: una vez cubiertos los costes fijos, se seguirán produciendo mercancías mientras haya alguien dispuesto a pagar el coste de una nueva unidad de producto. Si ese coste se cubre, no hay razón para dejar de producir.
Pero ¿qué pasaría si el coste de producir una unidad más se fuera reduciendo hasta acercarse a cero? La teoría dice que el precio se acercaría también a cero. Incluso, si llegara a ser cero, como el productor no incurre en pérdidas por producir una unidad más, seguirá produciendo, pero ya no para el intercambio pues el «valor equivalente» es cero, sino para proveer directamente al que necesitara el producto.
¿Sin incentivos? En el modelo original no harían falta, simplemente la ausencia de pérdidas en la última unidad sería suficiente para que el productor tomara la decisión de producir una unidad más. Más recientemente, en el curso del debate académico sobre la necesidad o no de leyes de propiedad intelectual que aseguren monopolios de explotación sobre creaciones o invenciones, los economistas desarrollaron un nuevo concepto, el de «semirenta», que vendría a reforzar la idea de la existencia de incentivos positivos más allá de la diferencia entre ingreso marginal y coste marginal.
¿Por qué el software libre es gratis?
Con la llegada de Internet la abundancia de ciertas producciones pasó de ser un ejercicio teórico a una realidad.
Una grabación, un libro, incluso una película podían descargarse todas las veces que se quisieran de los servidores de sus productores sin que éstos incurrieran en mayores costes. Y en muchos casos, pasaron a ser gratuitos.
No tenía nada que ver con el coste total de producción. Generar una copia de todo un complejo sistema operativo y entregarla en el ordenador de quien quiera instalarlo tiene un coste marginal nulo. Un usuario más que desgarga una copia de una distribución de Linux no genera ningún coste extra a los desarrolladores.
Eso fue lo que hizo posible el movimiento del software libre.
Cosas que aprender del movimiento del sofware libre y su crisis
Los problemas de la abundancia
En realidad, la teoría del coste marginal sólo explica por qué una producción compleja y costosa puede verse abocada a la gratuidad. Después no viene un «y comieron perdices» sino todo un mundo de nuevos problemas.
Cosas como quién toma los costes de renovar la infraestructura cuando hay cambios en la tecnología de uso general o cómo tener equipos a tiempo completo para poder mantener lo creado.
Porque una producción que pasa disfrutar de condiciones de abundancia no entra automáticamente en una dimensión paralela de abundancia y felicidad generales. Sigue en un entorno capitalista y de mercado que le convierte en un islote en un mar embravecido por su existencia.
Las limitaciones de las empresas de software libre
Ya en los noventa y especialmente en los 2000 apareció un primer intento de solución: las empresas de software libre, empresas que obtenían recursos para el desarrollo de proyectos comunitarios libres vendiendo aplicaciones, instalaciones y mantenimiento en el mercado corporativo.
Era una solución vieja para un mundo nuevo. Y no funcionó, al menos no en el gran marco del desarrollo tecnológico. Las limitaciones del modelo de encaje que daban este tipo de empresas se hicieron cada vez más evidentes hasta que, hace ya casi una década, se llegó a una dramática escena final: Canonical, la empresa tras Ubuntu, sólo alcanzó el 39% de la financiación que solicitaba en crowdfunding para desarrollar el «Ubuntu Edge», su apuesta por un sistema operativo libre que sirviera para la convergencia entre la informática de escritorio y la movilidad.
Edge fue el canto del cisne del primer gran movimiento del software y el conocimiento libres. A partir de ahí ni pudo imponer un camino de desarrollo tecnológico alternativo, ni actuar como contrapeso a la gran industria. Lo libre pasó de liderar los primeros pasos hacia una producción abundante y distribuida a quedar al margen de la gran corriente del desarrollo tecnológico.
Y es que mientras, la Big Tech, a través del «software como servicio» al estilo Google primero y con las redes sociales después, estaba creando una tremenda barrera de acceso a partir del uso intensivo de capital fijo en forma de centros de datos. Porque esos centros almacenaban y procesaban datos e información sobre el comportamiento e interacciones de millones de personas... generando las bases para el actual desarrollo de la IA, un monopolio de los grandes monopolistas de la información.
La raiz de la crisis: la incomprensión de lo que implica el desarrollo de un comunal
Pero la crisis del software libre tenía otra pata. Y no era menos importante que la inadecuación de las empresas de software libre para servir de motor, en un entorno adverso, y desarrollar el potencial de lo que se había creado colectivamente.
Durante años habíamos señalado que la potencia del movimiento de software y el hardware libres derivaba de haber creado comunales universales. Una innovación histórica que no parecían entender ni siquiera los nostálgicos de los comunales rurales tradicionales.
Peor aún, las implicaciones de lo que significa un comunal parecían resbalar a buena parte de los las propias comunidades de desarrollo, que se colocaban como proveedoras de un consumidor cada vez más abstracto, pasivo y ajeno a la producción. Pero sin metabolismo comunitario y responsabilidad colectiva no hay comunal que sobreviva, sea forestal, digital o de cualquier otro tipo.
El resultado, es que tras perder centralidad en el desarrollo tecnológico y desinflarse la participación, las comunidades principales, las ligadas a productos de uso masivo, son extremadamente dependientes de empresas o grupos de empresas ligadas a sus resultados. Sostienen nichos importantísimos incluso para la infraestructura general de Internet. Pero no tienen capacidad de proyectarse más allá. Están reducidas cada vez más a un particular ecosistema dentro de la industria.
La clave es el comunal
Sólo el comunal, gestionado como comunal, puede generar innovación real hoy
La producción de hardware y software libres, con todo, está lejos de desaparecer tanto como conjunto de productos como cómo movimiento. Y cuando nos acercamos a las comunidades que mejor funcionan y crean productos más innovadores, útiles, robustos y sencillos, tanto de software como, especialmente, de hardware, lo que encontramos son los rudimentos de una superación válida del modelo tal y como se definió en su primera década.
El secreto no es otro que la confusión entre comunidad de desarrollo y comunidad de beneficiarios de lo producido. Es decir la socialización de las producciones una a una.
Es el caso del ejemplo que comentábamos en una entrada reciente: la producción por una comunidad de conocimiento libre del primer dispositivo que mide azucar en sangre y bombea insulina en función de las necesidades del paciente. Remarcábamos entonces cómo el caso mostraba cómo:
Los sistemas productivos basados en los comunales contemporáneos que crean productos ante necesidades, innovan más y llegan más lejos antes que la industria orientada a mercado y protegida por patentes.
¿Un exceso de entusiasmo?
OpenAI o el comunal en manos de la BigTech
Hoy sólo son posibles verdaderos avances sobre la lógica de la socialización, en los límites mismos del sistema.
El ejemplo más evidente es la IA. La IA no es otra cosa que la socialización de la información convertida, acumulación masiva de capitales mediante, en conocimiento directamente aplicable a la producción en una amplia variedad de ámbitos.
La IA, como predijo un viejo y profético texto de Marx...
...revela hasta qué punto el conocimiento social general se ha convertido en fuerza productiva inmediata, y, por lo tanto, hasta qué punto las condiciones del proceso de la vida social misma han entrado bajo los controles del intelecto general y remodeladas conforme al mismo. Hasta qué punto las fuerzas productivas sociales son producidas no sólo en la forma del conocimiento, sino como órganos inmediatos de la práctica social, del proceso vital real.
Pero lo más importante es de dónde sale la escalada de potencia de la IA que hace posibles la IA generativa que conocemos. La respuesta es conocida de todos: Sam Altman reúne a todos los inversores y los grandes de la Big Tech y les propone crear Open AI como un comunal de conocimiento para conseguir dar el salto a la AGI (IA de uso general).
Tres cosas son importantísimas aquí y quedan bastante claras incluso en el relato del propio Altman contado por Steven Levy en Wired:
- Todos tienen claro que sin dar el salto a la socialización de la información y el conocimiento, es decir a la IA, la Big Tech no saldrá del estancamiento de la última década.
- La única forma que tienen de alcanzar eso es crear un comunal universal, a través de una empresa «sin ánimo de lucro, libre de patentes, de código abierto y totalmente transparente».
- También todos tienen claro que tan pronto los resultados se acerquen lo suficiente a la AGI, van a cerrar el modelo para obtener beneficios por el método tradicional: escasez y monopolio.
Sin embargo, como en el cuento del escorpión y la rana el problema de los socios que parecían ver tan claro todo lo anterior es que, antes de haber cruzado completamente el río, cuando GPT4 todavía ni estaba acabado, decidieron «arrastrar al ícono de la papelera los ideales originales de OpenAI de otorgar igualdad de acceso a todos» y darle un contrato de comercialización en exclusiva a Microsoft. Siguiente parada: en el curso de la búsqueda de más capitalización, esperaban colocar 90.000 millones de dólares, despedir al equipo fundacional empezando por el mismísimo Altman. El parón en el desarrollo de AGI es la siguiente e inevitable escena.
Si el capital sabe cruzar la frontera de la innovación, o lo que hoy es lo mismo, de la socialización, no sabe dominarla más que matando al comunal universal que es necesario para alcanzarla y administrarla. Como los vampiros de los cuentos, sólo pueden congelar en el tiempo a aquellos a los que aman, convirtiéndolos a su vez en vampiros.
Resumiendo: Las 4 cosas que a día de hoy sabemos sobre la abundancia, el conocimiento libre y el comunal
- La abundancia es inmediatamente posible en todo lo relacionado con las aplicaciones directas del conocimiento. Hacer un tractor no es gratis, pero hacer universalmente accesibles y gratuitos los planos y el conocimiento directamente aplicable necesario para construirlo en un taller local podría serlo.
- El desarrollo de conocimiento libre produce chispas y anticuerpos en la lógica capitalista. Por eso da igual que sea Red Hat u Open AI, las empresas que responden ante inversores son tarde o temprano incompatibles con el desarrollo de conocimiento libre. El conocimiento libre requiere ser entendido y administrado como un comunal para poder prosperar.
- No es sólo que conocimiento libre e innovación no sean incompatibles, es que mover la frontera del conocimiento requiere hoy de formas de socialización sólo alcanzables -de maneras no indeseables- a través de comunales, estemos hablando de dispositivos médicos o de IAG.
- El comunal en sí mismo es una forma de socialización de la producción. Por tanto ninguna comunidad de conocimiento libre sobrevivirá sin reducir hasta eliminar en el mayor grado posible la separación entre «desarrolladores» y «consumidores/beneficiarios» (entre otras cosas).
Esta entrada es parte de una serie
- El futuro del mundo rural y la alternativa que te está llamando.
- Las 4 cosas que a día de hoy sabemos sobre la abundancia, el conocimiento libre y el comunal.
- Lo que los comunales digitales pueden hacer por revivificar el mundo rural (ayudando de paso a que la alimentación avance hacia la gratuidad)..