19/11/2023 | Entrada nº 57 | Dentro de Comunales

Lo que los comunales digitales pueden hacer por revivificar el mundo rural (ayudando de paso a que la alimentación avance hacia la gratuidad)

Un programa de acción contra la desolación rural para desarrolladores de software libre, científicos, mecánicos, trabajadores industriales y todo el que no tema el trabajo cooperativo ni un modo de vida mejor.

En las dos entradas (1 y 2) anteriores llegamos a que...

  1. La combinación del desarrollo tecnológico en la producción agraria y los efectos del cambio climático, están configurando un «nuevo futuro rural fallido de islotes ultraintensivos y ultracapitalizados en un medio rural cada vez más desolado y despoblado».
  2. Frente a la escasez del horizonte productivo agro-ganadero, el cambio tecnológico hace la abundancia posible en lo inmediato en todo lo relacionado con las aplicaciones directas del conocimiento a través de distintas tecnologías (como la IA) y procesos sociales (como el conocimiento libre) que implican distintas formas y grados de socialización del trabajo y el conocimiento que a su vez son capaces de impulsar la innovación más allá de las inercias y límites del mercado.
  3. Las comunidades de conocimiento libre y la orientación hacia la abundancia sólo son sostenibles si son gestionadas como comunales.
  4. El comunal en sí mismo es una forma de socialización de la producción y el conocimiento. Por tanto precisa reducir hasta eliminar en el mayor grado posible la separación entre «desarrolladores/productores» por un lado y «usuarios/consumidores» por otro.

Las tecnologías libres y la crisis del agro

El objetivo y el reto de la producción alimentaria

El problema que han de resolver la agricultura, la ganadería y la pesca es la satisfacción sana, sostenible y universal de las necesidades alimentarias del conjunto de la población. Parece una obviedad. Pero digámoslo de otro modo: generar beneficios a la propiedad o a la cadena de valor del sector y dividendos a los fondos invertidos no es nuestra preocupación cuando discutimos el futuro deseable de la producción alimentaria. Si tiene sentido esta reflexión es porque la pequeña propiedad no es rentable y lo va a ser cada vez menos, por lo que en muchos lugares va a desaparecer del panorama productivo agrario, pero las necesidades quedan.

Por lo mismo, desde nuestro punto de vista, despilfarrar, abortar o destruir producción alimentaria, cuando las necesidades básicas no están universalmente cubiertas, es pura y sencillamente antisocial, antihumano y por tanto, inmoral.

Esta perspectiva tiene consecuencias. Para empezar, renunciar al nivel actual de productividad sólo es aceptable cuando se hace en beneficio de la salud (prohibición del glifosato), de la sostenibilidad (reducción del uso de los fertilizantes químicos actuales) o, si se diera el caso, de la universalidad en el acceso a alimentos básicos.

Es decir, dada la tecnología actual, la evolución hacia la agricultura y la ganadería ecológica es un sacrificio necesario para la sostenibilidad. Y la palabra importante es: sacrificio. Algo contra lo que nos rebelamos. No negando la realidad, sino transformándola. Todo sacrificio de necesidades significa un reto a alcanzar.

El reto a alcanzar hoy es compensar la pérdida de productividad física (no productividad en términos de ganancia) que supone la progresiva renuncia a las tecnologías de la revolución verde (intensividad de fertilizantes químicos, fitosanitarios, etc.), y la ultraintensividad basada en el regadío (donde sea insostenible), con nuevas tecnologías y formas de organización.

¿Qué tecnologías? Sobre todo las ligadas a la llegada de la digitalización y la IA a la producción agroganadera: desde las cosechadoras del olivar en seto al uso de drones controlados por IA para cosechar frutas de hueso; desde el control de fertilizantes y necesidades hídricas en tiempo real con sensores interconectados al manejo de la alimentación y la salud animal en explotaciones extensivas con métodos similares.

El carril no conduce a solucionar el reto

El problema es que las nuevas tecnologías de la automatización del mismo modo que pasó con las semillas y los fitosanitarios, están pensadas para generar escasez artificialmente y extraer rentas extraordinarias sobre la pérdida autonomía que genera su centralización.

Unas veces lo consiguen usando la propiedad intelectual de la electrónica de las máquinas, otras el control en el acceso a servicios de IA cuyo coste marginal en realidad es cero y por tanto, en una situación de competencia ideal, serían gratuitos.

Dicho de otra forma: es un error esperar que las start ups y los grandes proveedores nos conduzcan a soluciones para el reto que nos planteamos que nos permitan avanzar de modo consistente en nuestro objetivo primario.

¿Qué alternativa?

La alternativa a la escasez generada artificialmente para succionar rentas para los capitales invertidos en agrotech sólo puede avanzar por dos caminos:

  1. Alternativas libres de automatización y conocimiento socializado (IA) que permitan ganar productividad física sin caer en las trampas de una industria que rentabiliza los capitales que absorbe sobre la generación artificial de escasez.
  2. Formas de organización social (relación con los recursos y el grupo que tienen la necesidad que buscamos satisfacer) y organización del trabajo que permitan aumentar la productividad del trabajo a través del impulso de la socialización. (Esto es por ejemplo lo que hace Amazon cuando condiciona sus propios productos a lo que sus sistemas «adivinan» que serán las próximas demandas de sus usuarios).

Una nueva relación con la propiedad y la tecnología

El camino a seguir es razonable y deseable. El problema es, como tantas veces, el sujeto: quién ha de emprenderlo. Porque no es obvio. No se le puede pedir a una pequeña propiedad envejecida y agotada que lo haga. Y la respuesta, en un paisaje general que pasa de la sobre-explotación a la desolación sin transición, requiere un marco más amplio para ser minimamente sostenible. Como decía un compañero en el grupo de discusión:

La situación pide a gritos un nuevo sujeto con una nueva relación con la propiedad y la tecnología.

La forma de los nuevos comunales digitales agroganaderos

Recapitulemos. Si vamos a intentar suplir reducciones en la productividad física de la tierra y el trabajo, con tecnologías basadas en la información y el conocimiento, el camino debe apuntar ampliar el comunal digital del software libre de uso más o menos general, al software especializado, la maquinaria agraria, la sensorización, los robots y los modelos IA que los manejan.

Pero no podemos repetir los modelos de la primera ola del software libre que no funcionaron. Ni el modelo de «interfaz empresarial» aguantó en la punta de la innovación, ni el modelo de comunidad de desarrolladores separada de una comunidad de usuarios cada vez más pasiva y consumidora, supo sostener un tejido social propio y suficiente.

Los comunales digitales deben ser administrados al modo de un comunal, es decir, por una comunidad material, real, que tome responsabilidad colectivamente en el producto y su uso. No puede ser un ejercicio ideológico ni un acto de voluntarismo. Tiene que ser parte de su hacer productivo. Sólo una comunidad así es capaz de reducir hasta eliminar la separación entre «desarrolladores/productores» por un lado y «usuarios/consumidores» por otro.

¿Un ejemplo? Los pacientes y médicos que desarrollan hardware médico libre. Literalmente se organizan y trabajan como si les fuera la vida en ello. Y por eso da resultados. Ese es el modelo.

Y si lo extendemos con todas sus consecuencias, el resultado no es otro que la cooperativa de trabajo que se articula en torno a un comunal de conocimiento libre -como las cooperativas de desarrolladores de software libre o algunos grupos dedicados a promover la agricultura regenerativa- cuando por su cuenta o asociada con otros, desarrollan tecnologías para usarlas y para extender su uso, no para venderlas o rentabilizarlas.

Dicho en otras palabras: el salto se hace posible cuando el punto de arranque, sus cimientos, está formado por cooperativas de trabajo, no de propietarios ni consumidores, porque sólo las cooperativas de trabajo aúnan el desarrollo de un comunal con su explotación movidos por la necesidad de usarlo, quedando a resguardo de las presiones por convertirlo en una fuente de rentas que sufren por ejemplo las empresas de software libre.

El pequeño propietario no puede liderar ésto

En el campo la identificación entre productor de tecnología y productor de alimentos parece hoy utópica porque, como decíamos, no se le puede pedir a la pequeña propiedad agroganadera agotada que tome por sí misma el liderazgo de todo ésto.

De fondo una cuestión básica: un pequeño propietario no es lo que antiguamente se llamaba un campesino. Es un pequeño empresario que explota un capital en forma de tierra y equipamientos. Y los pequeños empresarios en competencia no pueden convertirse a en desarrolladores cooperativos de tecnología porque su objetivo principal viraría pronto del uso a la explotación económica de la tecnología en sí.

Aunque algunos entraran en el juego, sus intereses a corto plazo y la presión de la rentabilidad les llevarían a operar de un modo muy similar a la Big Tech con Open AI: cerrar cuanto antes el conocimiento y la tecnología creada para generar escasez y obtener dividendos de su explotación que les permitieran hacer avanzar su inversión principal, al menos respecto a sus competidores no asociados al proyecto.

Es la esencia de la propiedad en competencia por la rentabilidad y no hay diseño de licencia capaz de torcerla. Podrán beneficiarse de los resultados y aportar información sobre su uso, pero no liderar los procesos que lleguen a conseguirlos.

Quién puede impulsar comunidades de desarrollo tecnológico libre en el campo

¿Y el camino inverso? ¿Convertir a desarrolladores de software y científicos, a mecánicos y trabajadores industriales en agricultores y ganaderos?

Suena raro, pero hay bases para pensar que es posible impulsar una repoblación muy específica sobre bases cooperativas. Porque el caso es que, a día de hoy, el mundo rural ofrece algunas oportunidades:

  1. Instalarse es relativamente asequible. Además, el mundo rural ha ido desarrollando un tejido productivo, mínimo pero suficiciente para arrancar, más allá de la producción y la industria agroganadera: pequeños talleres, algún obrador, turismo rural, espacios y ofertas de formación... los mimbres básicos de una economía complementaria de servicios. Pero ¿complementaria a qué?
  2. La conectividad que permite producir y vender más allá del entorno inmediato productos y servicios digitales se ha extendido incluso a las comarcas en despoblación más sangrante. También, aunque en menor medida, el diseño de maquinaria al estilo OSE. ¿No fue Kit creado en Calzadilla de los Barros? ;-)
  3. En amplias regiones europeas del Sur y el Este del continente, la vieja cultura del comunal campesino se ha conservado entre las generaciones migradas a la ciudad como trabajadores en tanta o mayor medida que los que quedaron como pequeños propietarios, al menos entre las dos primeras generaciones y especialmente en los que querrían volver.
  4. Hay un mínimo tejido de cooperativas de trabajo ligadas al software y el hardware libre, algunas en el medio rural o en ciudades medianas en su cercanía, y un entorno social mínimo pero suficiente como punto de partida.

Unamos los puntos y tendremos un programa de acción.

Un programa de acción

  1. El punto de partida -que llevará lo suyo- ha de ser crear una base de desarrollo de tecnologías libres autosostenible y cooperativo en comarcas en despoblación camino de la desolación. Los atractores tienen que ser múltiples:
    • Centros de trabajo compartidos (coworkings) con alta conectividad.
    • Espacios y programas para compartir y desarrollar conocimiento libre de todo tipo -no sólo tecnológico- y difundirlo mediante formación.
    • Centros de computación volcada al I+D en IA, computación distribuida, etc.
    • Y por supuesto... la posibilidad de disfrutar de un modo de vida diferente en el que apoyo en la comunidad más amplia haga viable todo lo que en la ciudad y la cultura actual se está volviendo inasequible: crianza, envejecimiento, vivienda y espacios, alimentación sana, ritmos humanos...
  2. La inserción de los que lleguen en la cultura y el medio social existente tiene que producirse a través de la involucración en el desarrollo de oportunidades y proyectos que mejoren la vida de toda la población y apunten a la satisfacción de sus necesidades más acuciantes. Por eso los lugares prioritarios deben ser aquellos que ya están en marcha. Al menos al principio, los que llegan no tienen que liderar nada, tienen que descubrir el medio, aprender y aportar. Eso es lo que les involucrará y comprometerá y al mismo tiempo creará nuevas perspectivas y visiones en ellos y los que ya están. Así empiezan los bocetos de un nuevo futuro rural.
  3. La inserción de las nuevas actividades va a empezar, de forma natural, a través de los servicios comunitarios como forma de ampliar el comunal a toda la comunidad. Es relativamente fácil que una cooperativa de desarrolladores cree un programa de gestión de alojamientos rurales gratuito para poner en explotación una casa rehabilitada por el ayuntamiento o que un desarrollador cree un servicio para coordinar la producción hortelana y la elaboración y distribución de comida entre los mayores dependientes dentro del pueblo. Y lo mismo cabe decir del impulso de Comunidades Energéticas Locales (CEL), en la cultura del mundo cooperativo de trabajo desde antes que la UE les diera nombre.
  4. Sin embargo, si hay un proyecto compartido y un motor que tira del conjunto hacia aplicaciones agroganaderas que impulsen sostenibilidad y productividad, la puesta en explotación de tierras no cultivadas estará por sí misma en el horizonte y ocurrirá cuando se den las condiciones concretas en el entorno. Además, en el medio plazo, el capital social de los que llegan puede servir a ampliar el alcance y escala de las producciones facilitando una relación directa de la producción con las necesidades en las ciudades.

Las formas de administrar todo ésto

Las formas concretas que pueda tomar todo ésto en su desarrollo no deben ser una preocupación en sí. Para garantizar el funcionamiento como un comunal de las tecnologías y actividades basta con que la base de los que llegan sea cooperativa o al menos se organice de forma cooperativa, como las llamadas cooperativas de trabajo digital, que son una forma específica de cooperativas de segundo grado que toman elementos de la experiencia de las CEL.

Por dónde empezar

¿Por dónde empezar? Concentrando esfuerzos, escuchando, aprendiendo, compartiendo y experimentando con cautela.

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