Hace diez años vivimos el momento de máxima expectativa sobre lo que entonces se llamó «producción p2p». No era otra cosa que conocimiento libre, desarrollado como comunal y orientado a la producción distribuida.
Un artículo en Nature hoy, parte de un hito histórico: la producción por una comunidad de conocimiento libre del primer dispositivo que mide azucar en sangre y bombea insulina en función de las necesidades del paciente.
En el momento no existían ofertas comerciales alternativas. La industria, por lo visto, no veía beneficio suficiente. Hoy hay un mercado floreciente. El autor del artículo se pregunta si este despertar de una industria privada en el mismo campo será el fin del movimiento.
Un endocrinólogo del King's College de Londres responde tajante: «los sistemas comerciales no tienen características avanzadas que permiten los sistemas de código abierto».
Es decir, los sistemas productivos basados en los comunales contemporáneos que crean productos ante necesidades, innovan más y llegan más lejos antes que la industria orientada a mercado y protegida por patentes.
Se podrá aducir que son ejemplos y temas muy concretos. ¿Pero era muy distinto a comienzos del capitalismo? Las «nuevas tecnologías» del momento (que como las de ahora, no eran tan nuevas) se aplicaban tan sólo donde las nuevas relaciones sociales se abrían paso (Inglaterra, Escocia y poco más) y en producciones muy concretas (textil, minería).
Otra crítica posible es recordar que el capitalismo no ha perdido músculo a la hora de apropiarse y parcelar comunales con ayuda del estado y que a nadie parece importarle demasiado las violencias e ineficiencias brutales que la propiedad intelectual genera en todos los ámbitos de la vida social y productiva de hoy desde la agricultura a la IA pasando por la música.
La cuestión de fondo que no podemos perder nunca de vista es que en realidad, lo que resulta cada vez más artificial y hace aguas por más sitios es la propiedad, ese desastre y ese tabú.
Porque no es sólo el sistema de propiedad sobre el conocimiento (la llamada propiedad intelectual) sino el sistema de la propiedad urbana y la vivienda, el de las tierras de pasto y cultivo, el de los bosques... Prácticamente no hay dimensión de la vida social en que el sostenimiento del sistema de propiedad no genere más costes que beneficios sociales y no se haya convertido en una traba para satisfacer las necesidades humanas a las que supuestamente debería servir.
Eso sí, las alternativas, cuando surgen y se demuestran mejores, han de defenderse social y políticamente. Para lograrlo hay que ganar antes una batalla: definir la imaginación de cómo ha de ser el futuro, no de una producción, sino de todas, de la vida entera y su relación con la Naturaleza. Y para eso, como siempre, la clave está en el hacer, en la credibilidad, robustez y cercanía de la perspectiva y, sobre todo, en la capacidad para organizarnos.