El renacer del interés por los comunales desde la crisis abierta en 2009 tuvo un efecto paradójico. Hay que pensar que en esos años está en su apogeo el mayor comunal productivo de la Historia contemporánea: el software libre. Sin embargo, la atención y el interés social se encauzó hacia los viejos comunales forestales y ganaderos.
Detrás de ese giro extemporáneo estaban varias fuerzas sociales, ninguna de ellas inocente.
Por un lado estaban las evoluciones de los nacionalismos. La crisis hacía evidente la inviabilidad y fracaso de los grandes estados, incluso de las organizaciones transnacionales, para cabalgar una economía global financiarizada. Al hacerlo hacía obvio que soñar un pequeño estado independiente, cuando ni las grandes potencias podían ser independientes del destino de los grandes fondos privados era un absurdo. Así las cosas, el nacionalismo se lanzó a buscar una «Edad Dorada» perdida en el campesinado comunal decimonónico anterior a la cooperativización. Pensamiento reaccionario de libro: como no sabían imaginar a su fetiche -la nación- en un futuro mejor, optaban por ensoñar una vuelta al pasado y organizar unos cuantos picnics campestres.
Algo parecido ocurrió con no pocas ramas neo-ruralistas del anarquismo y el ecologismo. Ciertamente venían de antiguo, pero despues del 15M ganaron cierta popularidad. Daba pena ver a muchachos universitarios imbuidos de afán survivalista ante lo que pensaban un inminente agotamiento del petróleo, aprendiendo a lidiar con una cabra y sin unos míseros apuntes que consultar.
Pero lo peor fue la Universidad. Como comentamos en una entrada anterior:
Es normal que Ostrom se convirtiera en santa patrona de una cierta perspectiva del comunal que insisitía en lo «complejo» de «organizarlo» y la necesidad de técnicos, «controladores» y «mediadores». Y es normal que una cierta generación de doctorandos universitarios la tomara por bandera en un momento de paro juvenil intenso. Estaban creando -conscientemente o no- un modelo de negocio en realidad que les daba sentido como consultores, controladores, mediadores y gestores. El comunal que les interesaba era el que podía ser fácilmente burocratizable.
No hay que menospreciar el impacto de este segmento burocratizante. A fin de cuentas los grandes triunfadores de las elecciones locales en 2015 fueron candidaturas que llevaban «Común» o «Comunes» en su nombre, reproduciendo la mala traducción que la Universidad había hecho del inglés «Commons».
En estos años, mientras tanto, algunos pueblos gallegos y asturianos, con comunales relativamente grandes, actualizaron sus modelos de explotación y conservación del medio y tuvieron éxitos reseñables. Pero a nivel colectivo han cuajado tan sólo algunas iniciativas puntuales de recuperación e investigación de comunales agrarios en el seno de organizaciones del mundo de la agroecología como la Fundación Entretantos.
Así que no se puede decir que el comunal agrario haya, ni mucho menos, crecido en importancia social o económica de manera reseñable.
El futuro del comunal va por otro lado, también en el mundo rural. Un lugar más en línea con el momento histórico que vivimos y orientado al futuro de abundancia que hemos de construir: más ligado a las tecnologías y el conocimiento libre que al pastoreo o la silvicultura y a las colectividades de trabajadores que a los concejos de propietarios. El comunal que viene ha de servir al desarrollo del trabajo colectivo más que al sostenimiento, cada vez más conflictivo, de la pequeña propiedad agraria.