A finales de la primera década del siglo, justo antes de que los servicios de Google y las redes sociales comenzarán la recentralización de Internet en torno a las grandes inversiones en centros de datos y servidores, la siguiente gran cosa parecía ser la producción distribuida.
Tenía lógica. Internet todavía tenía una lógica realmente distribuida. El software, la información, la música, los libros... daban señales de estar emancipándose del control y de la lógica extractiva de los grandes grupos y monopolistas. El nuevo precio por defecto era cero y la llamada propiedad intelectual era desdeñosamente ignorada por un número creciente de sus propios «creadores», cada vez más colectivos en todos los ámbitos y formas posibles.
La aparición de tecnologías para la producción física distribuida dio pie entonces y durante algunos años a comunidades de desarrollo al modo del software libre. En primer lugar de hardware y ordenadores para computación distribuida, impresoras 3D y sus productos, pero luego de todo tipo de máquinas de uso cotidiano, desde tractores a retroexcavadoras. Los avances fueron tangibles y reales, demostrando que la producción socializada a través de comunales universales produce resultados socialmente útiles donde la propiedad intelectual y los monopolios sólo producen escasez, como se siguió viendo hasta ahora en campos tan delicados como el hardware médico.
El capitalismo y las tecnologías de producción distribuida
A partir de ahí, algunas grandes universidades y centros de investigación desarrollaron conocimiento privativo en forma de nuevas tecnologías que aumentaban el rango de materiales y de tamaños posibles del producto y nuevos materiales más limpios a partir de lo que era público.
Acotar con patentes los resultados al tiempo que se aumentaba la escala y complejidad de las tecnologías de base limitaba al máximo su accesibilidad, impacto y capacidad para mantener una lógica de producción distribuida. El cambio social -que era el aporte real- se cercaba y ahogaba, pero al menos se mantenía todavía la posibilidad técnica de ser socialmente útil. ¿No iba a ser al menos más ecológico sustituir las grandes e ineficientes mega-fábricas de inversiones masivas por pequeñas fábricas autónomas distribuidas por el mundo y el territorio?
Sin embargo, la realidad del capitalismo va necesariamente por otro lado y en cuanto se despoja a las tecnologías libres de su base social (las grandes comunidades de desarrollo) y jurídica (los comunales universales) el resultado es previsible.
¿Qué iba a hacer una start up con las tecnologías distribuidas? ¿Hacer accesible la energía? ¿Los bienes básicos de primera necesidad? Noooo ¿Qué mejor uso para una tecnología que permite construir y reparar bienes físicos en cualquier lugar que un taller de reutilización de cohetes y misiles? ¿Qué mejor investigación en materiales que la que está guiada por las necesidades de la guerra por venir? ¿Qué otro entorno social define mejor la situación del mundo que la autarquía apocalíptica de un buque de guerra?
Sólo partir de ahí aparecieron «aplicaciones civiles», la mayoría orientadas a la industria aeroespacial, es decir, a una industria de doble cara, militar en lo fundamental, orientada al mercado de grandes capitales en su lado civil. El enfoque básico: pequeñas fábricas intensivas en capital para producir piezas muy especializadas para la industria hiperconcentrada. Sectores como el farmaceútico que siempre tuvieron fácil el salto a producir vacunas en los países periféricos por ejemplo, no quieren ni oír hablar de la idea. Viven del monopolio de la propiedad intelectual y todo lo que huela a distribuido les hace -con razón- temer perder capacidad de succionar rentas a costa de las necesidades sociales más perentorias.
Pero ¿A nadie se le ocurrió llevarlo a industrias de consumo aunque sólo fuera para reducir la necesidad de transportes y emisiones? Sí. Ahora hay una start up de moda centrada en eso en EEUU. Pero no os perdáis la ideaza: de momento venden microfábricas -contenedores frigoríficos con un par de robots- que hacen cubitos de hielo... y los envasan en bandejas de plástico de uso individual. Venden la supuesta maravilla de utilizar mucho menos transporte... pero multiplican el plástico. A futuro imaginan hacer lo mismo para la industria de los refrescos: micro-fábricas distribuidas de CocaCola pegadas a cada centro de distribución local.
En el capitalismo el juego va de dar ocupación al mayor volumen posible de capital de forma rentable. Si para asegurar la rentabilidad hay que crear escasez se crea. Si para colocar más capital es necesario centralizar al extremo, por irracional que resulte la arquitectura productiva resultante, se centralizará hasta lo paródico. Si para obtener mejor rentabilidad para la inversión en una tecnología hay que enfocarla hacia el mercado militar y armamentístico y dejar de lado desarrollos que satisfarían las necesidades vitales básicas de millones, eso es lo que sucederá.
Y de hecho, las condiciones generales, el curso global del sistema en el tiempo, es a lo que lleva de manera creciente. Por eso el desarrollo humano está cada vez más reñido con el crecimiento económico (es decir, del capital y su rentabilidad). Por eso estamos inmersos en toda una crisis de civilización.
Qué aprendemos del movimiento hacia la producción distribuida
Las principales lecciones de toda esta aventura de la producción distribuida son muy importantes de cara a pensar acción social:
- La tecnología por sí misma no nos va a sacar de la crisis histórica en la que estamos. En el marco del sistema actual no hay tecnología, por maravillosa y revolucionaria que parezca que no esté supeditada en su aplicación y desarrollo social a la necesidad de colocar el mayor volumen posible de capitales de forma rentable.
- Los comunales universales (conocimiento, software y hardware libres) serán una y otra vez segados en su desarrollo, pero son más innovadores y socialmente útiles que aquello a lo que la industria lleva por sí mismo. Es decir, no van a generar, mientras la sociedad siga regida por este sistema, la abundancia que perseguimos, pero...
- Con el mercado mundial rompiéndose en bloques, el capital acumulándose de forma improductiva -cuando no destructiva- a través de un sistema financiero global sobredimensionado y con los estados abandonando o desmontando los sistemas universales de protección que quedaban y cada vez más orientados hacia el militarismo en todo el mundo... Las formas incipientes de producción cooperativa y distribuida, socialización de la información y propiedad comunal universal, van a ser cada vez más importantes para satisfacer las necesidades humanas más básicas...
- Si las utilizamos nosotros, claro, porque ningún fondo de capital va a venir a interesarse en hacer nada que salga de sus esquemas y menos aún gratis. Porque al final, la lección fundamental de todos estos 20 años es que sin organización no hay nada. Puedes dar todos los likes que quieras, puedes expresar todos los deseos que quieras en plazas y muros y puedes pedir todas las peras al olmo que quieras, que si no hay organización y producción colectiva nada va a avanzar. De hecho todo va a retroceder sin posibilidad de respuesta ni resistencia.
Es decir, hay que mojarse, comprometerse y organizarse, porque como recuerda la portada de nuestro blog, «sólo el trabajo asociado puede dar el marco adecuado a la producción colectiva; sólo la comunidad organizada puede generar una nueva forma de vida».