En 2024 cambió el viento de época...
Hace poco más de un año los estudios demoscópicos empezaron a señalar que la generación más joven se estaba posiciionando en resistencia cada vez más abierta al identitarismo feminista. En EEUU se manifestaba como una diferencia creciente entre las perspectivas vitales e ideológicas entre los varones y las mujeres jóvenes.
Como era previsible en una conversación política global cada vez más hooliganizada, la respuesta mediática y política desde la izquierda que había abrazado el identitarismo fue el enroque descalificador.
El resultado: en vez de una reflexión crítica sobre el identitarismo, se abrió la puerta a un cambio de identitarismo hegemónico entre la generación más jóvenes. En EEUU hacia el trumpismo, en Europa hacia la nueva ultraderecha electoral, especialmente en zonas rurales y periurbanas como vimos en Portugal, aunque también hacia el islamismo en algunas barriadas francesas.
El problema es que las identidades, con sus tradiciones inventadas y sus mitos, definen gustos, preferencias y fobias más o menos arbitrarias. Como mucho moldean la moral individualista convencional agregándoles tics puritanos y fobias que fracturan artificialmente lo comunitario a base de vengar sobre personas reales de hoy las afrentas históricas supuestamente causadas a sus diosecillos ahistóricos (la patria, la raza, el sexo, el género...) por antagónistas igualmente imaginarios. Y así, conducen en quienes buscan en ellos una respuesta vital, de la revoltura al nihilismo sin dejar otra cosa que cicatrices en su entorno.
Y es que la famosa identidad, el fetiche y promesa del identitarismo, al final se resume en patrones de consumo. Por eso el giro ultra, libertario y cripto que revolvió y movilizó electoralmente jóvenes durante este año de EEUU y Argentina a España y Holanda es indiferenciable en su pasividad de la nueva política inaugurada por el 15M y el Occupy que derivó más tarde en woke.
Y se abrió una ventana
Pero ésto sólo era una parte del todo. De fondo, como siempre en los movimientos juveniles, está abierta una búsqueda de lo comunitario generador de sentido que se manifiesta de maneras diversas y no siempre desenfocadas y pasivas.
Mientras tanto, contra todo pronóstico, la desindustrialización que se irradia por toda Europa desde Alemania, convirtió 2024 en el año del despertar de las cooperativas de trabajo. Un nuevo discurso fue emergiendo que, por fin, se planteaba superar de una vez la pinza identitaria de wokes por un lado y ultras por otro, desde el único lugar posible: el hacer colectivo y la restauración de la comunidad. Igualitarismo y universalismo dejaban de ser valores boomer supuestamente despreciables y volvían a la primera línea de la conversación social en Europa Occidental.
Una esperanza y un motivo para trabajar más en 2025
¿Nuestra esperanza para 2025? Que ambos mundos -los jóvenes que buscan sentido y el trabajo que lo crea- se encuentren. De producirse, este encuentro tendrá lugar en los márgenes, fuera de la espectacularidad mediática y de las violencias vacías de las peleas partidistas. Tendrá el sabor de algo radicalmente nuevo: underground y productivo, asertivo y cicatrizador. Se moverá y se medirá por la afirmación del aporte en vez de por la exaltación de la diferencia.
Si cuaja, si un segmento de la juventud se lanza, cooperativas de trabajo mediante, a la conquista del trabajo, se conmoverá hasta el suelo que pisamos.