La evolución del trabajo y los jóvenes
El trabajo se devalúa y las condiciones de trabajo empeoran
En el panorama global las rentas del trabajo se erosionan, la pobreza laboral crece y las diferencias salariales entre países se ensanchan incluso dentro de Europa. No se trata sólo de las condiciones salariales y las situaciones vitales que propician. El propio espacio de trabajo se vuelve cada vez más hostil. Con unos índices de rotación laboral récord no sólo en España, no es de extrañar que, globalmente, uno de cada cinco trabajadores sienta soledad y desarraigo en su puesto de trabajo.
Las familias responden replegándose sobre sí mismas
Desde 2009, la respuesta de las familias trabajadoras a la degradacion de los salarios reales está siendo un puro y simple atrincheramiento en torno a la casa familiar -en propiedad- y los salarios -o las pensiones- de sus miembros mayores.
En Francia cinco millones de adultos viven todavía con sus padres. 1,3 millones de ellos tienen un trabajo... pero no tienen ingresos suficientes como para pagarse un alquiler. En EEUU casi una de cada cinco personas de entre 30 y 34 años necesita ayuda de sus padres para pagar las facturas del hogar. En España la edad de emancipación supera ya los 30 años y un 46% de las personas entre 25 y 34 años siguen viviendo en casa de sus padres.
El atrincheramiento familiar transforma los valores sociales
Este atrincheramiento familiar tiene consecuencias en los valores sociales y la cultura cotidiana. Ya vimos como durante la última década este repliegue intergeneracional ha ido consolidando un modelo familiar disfuncional que hemos llamado niñocéntrico. Este modelo está generando una pérdida de autonomía personal entre la generación más joven, la primera criada en el nuevo contexto. Son esas escenas que encantan a los medios de jóvenes que van a las entrevistas de trabajo acompañados por sus padres y esas noticias falsamente costumbristas sobre chicos que deciden simplemente no trabajar al acabar sus estudios.
Esta pérdida de autonomía personal a su vez impulsa la normalización de ideologías de «rechazo al trabajo» que inevitablemente desembocan en la afirmación de una moral ultraindividualista e incluso parasitaria.
El contexto ideológico identitarista y subjetivista empeora la situación
La generación que llega ahora al mercado de trabajo ha sufrido el impacto de las redes sociales desde la pubertad -con su ideología implícita de la popularidad- y el bombardeo ideológico identitarista más intenso desde 2017, tanto en las series de TV como en las aulas. Se les ha metido a calzador una ideología antiuniversalista que, vehiculada y lanzada originalmente por el feminismo académico estadounidense, ha acabado convertida en una especie de calvinismo degenerado pasado por Holliwood y el subjetivismo extremo.
Primer resultado cuando sumamos pérdida de autonomía e identitarismo a dosis masivas: una verdadera crisis de salud mental. El 47% de los jóvenes españoles llega a la edad de incorporación laboral sintiendo una tristeza excesiva, el 46,6% aislamiento y el 45,1% reconoce hacerse daño a sí mismo. Es la misma generación que en EEUU padece masivamente desórdenes alimenticios.
Segundo resultado: la emergencia entre la siguiente cohorte de un rechazo visceral de la ideología oficial sustentado en una radicalización en falso, inevitablemente identitarista también, acompañada de un rebrote de superstición y conspiranoia.
En las últimas elecciones europeas esta radicalización en falso se ha plasmado en un voto joven masivo a la ultraderecha. En realidad había crecido antes -tomando la forma de segregacionismo islamista- entre los los hijos y nietos de migrantes musulmanes en barriadas abandonadas por el estado en Francia, Bélgica, Alemania o Gran Bretaña, pero se relativizó en nombre de una tolerancia y un relativismo evidentemente racista.
¿Pueden plantearse los jóvenes la conquista del trabajo como causa vital colectiva?
La conquista del trabajo es una necesidad para las generaciones jóvenes...
Seamos honestos: la situación internacional no va a mejorar; el mercado de trabajo no va a convertirse en ningún lado en un oasis de prosperidad y no está a la vista un cambio súbito que transforme las condiciones vitales de las generaciones vivas para bien. La perspectiva es más bien la de sociedades más desiguales, más polarizadas y más tensionadas por la tendencia general a las guerras comerciales, las crisis económicas y el militarismo.
Dicho de otro modo: para todos en general pero para los jóvenes en particular, adaptarse pasivamente a las condiciones que están desarrollándose globalmente equivale a aceptar sin chistar un empeoramiento continuado de sus propias condiciones vitales.
Para los jóvenes, la única manera de enfrentar de manera constructiva y útil el entorno laboral y vital que se está conformando frente a ellos es conquistar el trabajo por sí mismos. Y la forma más accesible y liberadora de hacerlo es por medios cooperativos.
...pero es la respuesta a una pregunta que no se plantean
Pero si miramos hacia los jóvenes, la negación del universalismo, la exacerbación del individualismo y la pérdida de autonomía personal que han caracterizado su contexto educativo y familiar hace que el cooperativismo no sea la respuesta a ninguna pregunta que se estén planteando conscientemente.
Ni siquiera para los que buscan cómo rebelarse de forma práctica y cambiar el mundo, el cooperativismo de trabajo es una referencia inmediata. Son ya demasiados años de discurso oficial minimalista, presentando el cooperativismo como una forma jurídica empresarial, cuando no como una fórmula de autoempleo o una forma de crear estructuras asistenciales. No es que haya desaparecido completamente, pero está lejos de ser referencia para los jóvenes como lo fue en otras épocas.
Es decir, en algunos países como España se siguen creando cooperativas de trabajo (1.190 por 3.156 socios en 2022 y 1.149 con 3.291 socios en 2023), pero el trabajo asociado es cada vez más difícilmente reconocible como un movimiento y menos aún como un movimiento que enfrente problemas sociales desde una perspectiva y unos valores propios capaces de transformar una realidad inhóspita.
¿Y si el error está en Google?
La trampa de Google, Montessori y Sócrates
Aceptemos la realidad: la conquista del trabajo es la respuesta a una pregunta que las generaciones jóvenes no pueden hacerse porque han sido privadas de todo el contexto que podría llevarlas a plantearla. Es una desposesión en toda regla y con las peores consecuencias, porque sin preguntarse cómo conquistar el trabajo por sí mismos y sin plantearse soluciones colectivas sólo pueden convertirse en ranas en la olla cada vez más caliente de la exclusión y la soledad.
Pero tal vez el problema es que estamos demasiado acostumbrados a la inmediatez de Google. Una inmediatez con muchas trampas que achatan las posibilidades de aprendizaje y por tanto de comunicación de valores.
La lógica del conocimiento mediado por buscadores es la de las pedagogías individualistas del elitismo fascistizante de los años 30 como Waldorf o Montessori. Según estas escuelas el origen del aprendizaje es y ha de ser una pregunta que se haga voluntaria e individualmente el alumno. El profesor se convierte así en un creador de situaciones de aprendizaje que hacen que los alumnos se planteen -juegos y proyectos mediante- las preguntas que cree que deberían hacerse. No hay que escarbar mucho para darse cuenta de que es una vuelta contemporánea sobre la mayéutica socrática en la que el pedagogo, a diferencia del maestro epicúreo, nunca habla en verdad sino estratégicamente.
Cuando este método se traslada a la escala de una sociedad, huelga decir quiénes son los creadores de situaciones de aprendizaje y qué intereses les guían. Difícil es que surjan en el debate público preguntas que lleven de forma directa a respuestas que cambien nada.
Rebeldía y pedagogías alternativas
Hace unos meses compartíamos mesa con una profesora de la que posiblemente sea la escuela de pedagogía libertaria más famosa de Europa. Nos contaba que recibían a menudo visitas de grupos y pensadores anarquistas que les preguntaban por qué las generaciones de alumnos salidos de sus aulas no habían cambiado el panorama cultural y social o cuando menos afirmado una alternativa. Su repuesta venía a decir que el resultado era positivo y cambiaba el mundo en la medida en que sus antiguos alumnos pensaban y lideraban de manera más comunitaria e inclusiva, pero que precisamente por eso no cabía pensar que fueran especialmente rupturistas o socialmente innovadores.
En una sociedad sometida en masa a una pedagogía individualista googleliana, el resultado no va ser muy diferente: el carril es más difícil de abandonar cuando se nos presenta como producto de nuestra propia libertad individual.
Una cosa aprendimos: de quien teníamos que aprender no era de los modernizadores de la mayéutica socrática sino de los niños que supieron rebelarse contra el camino que ésta les había marcado.
No es tan fácil encontrarlos. Los argumentos de los ex-alumnos descontentos suelen ser inmediatamente rodeados y aislados por beatíficas loas del sistema escritas por verdaderos creyentes, pero aún así, se encuentran. Descubrimos en las primeras búsquedas que a algunos niños les resultaba insoportable la condescendencia de los profesores, a otros la estructura que trataban de imponer... o lo que percibían como una ausencia de ella. Incluso encontramos profesores que se quejaban de que se les enseñara a los niños que sólo hay un modo correcto de hacer las cosas. Todo muy poco específico en realidad, aparentemente muy superficial.
Hasta que nos dimos cuenta de algo: en todas las quejas de los que de niños odiaban Montessori, la escuela pública aparecía una y otra vez como contrapunto. La existencia de una alternativa a algo que rechazaban de forma difusa les había permitido rebelarse. Las explicaciones del porqué seguramente se habían construido a posteriori, desde el contraste con el espacio que les había permitido sentirse mejor y plantearse otro tipo de cosas.
Construir una alteridad
No deberíamos aspirar a dar respuestas a preguntas que ni siquiera los más rebeldes van a poder hacerse. Si hemos entendido bien el momento social, lo más útil es construir una alteridad reconocible por sus resultados sobre el entorno social.
Algunas pistas las teníamos ya cuando los estudios de opinión nos decían que se desconfiaba tanto más de las instituciones de cara a responder a los grandes problemas globales cuanto se esperaba de la capacidad de la comunidad organizada. Y que los supuestos role models en realidad no eran percibidos como tales sino como personajes de un universo de entretenimiento, mientras que a los innovadores sociales se les otorgaba más esperanza que confianza.
Es decir, parece que, al final, la pregunta en todo caso será cómo y por qué funciona eso que me está llamando. Y la primera respuesta no será un argumento o una teoría, sino un modo de vida.