1959: industrialización y ocaso de la familia extendida
A partir de 1959 (Plan de Estabilización + incorporación al bloque estadounidense) España se reindustrializa a toda velocidad. Las migraciones campo-ciudad alcanzan su máximo histórico. En 1960-61 la población de la gran mayoría de las comarcas jornaleras del interior meridional (de Cáceres a Huelva y de Albacete al interior de Málaga) pierden entre un 40 y un 50% de población alimentando un éxodo rural que supera de largo el del primer tercio del siglo.
Pero las ciudades a las que llegan los nuevos trabajadores industriales y de servicios no tienen ni oferta de vivienda ya construida para acogerles, ni un sistema financiero minimamente modernizado y con escala para organizar hipotecas accesibles. Recordemos que en el mismo año de 1959 se estrena también esa obra maestra de Marco Ferreri y Rafael Azcona, «El Pisito», que relata como nadie la escasez de viviendas y espacios de la España que -20 años después del triunfo franquista- sale a rastras de la postguerra.
La escasez de vivienda es y será uno de los determinantes del nada milagroso milagro español. A partir de los negocios de Falange -separada del poder real en 1958 por Carrero y los navarros para hacer posible la nueva economía de los planes de desarrollo- surgirá un sector constructor de amplios márgenes y negocio asegurado por los ayuntamientos. Ayuntamientos que estaban interesados en la revalorización permanente de la vivienda porque los impuestos sobre bienes inmuebles y transacciones inmobiliarias eran su única fuente de financiación propia y porque los planes de ordenación urbana, instaurados en los sesenta, les permitirán asegurar que la oferta crezca menos que la demanda y las viviendas se revalorizaran durante décadas sin techo aparente.
Con el espacio más que escaso y precios astronómicos en relación a los salarios más bajos de Europa Occidental después de Portugal, el pisito se convierte en el principal destino de ahorros y esfuerzos familiares. La banca española comienza una modernización y despegue brutal que durará hasta 2009 sobre las sólidas bases del negocio hipotecario. Porque, educados por las circunstancias, como diría décadas después a El País Negocios el Presidente de la Caixa, las familias españolas son capaces de cualquier cosa antes de dejar de pagar una hipoteca.
Las nuevas condiciones de vida, lejos del pueblo de origen, en pisitos hacinados verticalmente, con las redes familiares disueltas en barrios de aluvión que seguirán durante años sin equipamientos mínimos, ponen inmediatamente en crisis el modelo tradicional de familia extendida del mundo rural. Las redes de solidaridad se irán recomponiendo desde la fábrica y en el barrio pero ya no partirán de sólidas relaciones de consanguineidad.
Las puertas de los pisos seguirán abiertas -como en el pueblo- muchos años, pero esos niños -más numerosos que nunca- que todavía formarán enjambres por las calles en los sesenta -recordemos «La Gran Familia» (1962)-, cuestionarán en su juventud el intento de embutir la familia extendida rural en pisitos de protección oficial. Entre otras cosas porque el modelo cultural que lo acompaña está en contradicción con las nuevas formas del desarrollo económico.
Es cierto que el silencio impuesto por la represión político-social y la cultura de la cabeza gacha, acrisolaban el papel autoritario del «cabeza de familia» y el «ama de casa», garantes de la desmemoria «por la cuenta que nos trae». Pero la extensión de la educación básica y profesional y la proliferación de nuevos empleos industriales y «de oficina» más cualificados convertirán a la nueva generación en la principal fuente de ingresos de la familia como un todo. Los hijos varones y, cada vez más las hijas, superan económica y socialmente a los padres en la veintena. Una primera generación de hijos de trabajadores llegan a la Universidad en los 70 y las mujeres superarán ya a los hombres entre los estudiantes a principios de los 80.
La generación en ascenso a la que el fin del franquismo dará un protagonismo insólito, se siente llamada a cambiar y modernizar la familia, a refundarla sobre nuevos valores adaptados a las nuevas formas de vida. La Constitución del 78 marca así el triunfo de un nuevo modelo familiar moderno y homologable con Europa: la familia nuclear. Pero la evolución del capitalismo a la Española le dará pocos años antes de una nueva crisis.
1988: precarización y remozo de la familia nuclear
1988 es otro gran año bisagra en la historia social española. Es el año del Plan de Empleo Juvenil del gobierno de Felipe González y de la mayor Huelga General sindical (14D) de la posguerra hasta nuestros días. Huelga que será el cierre de la gran oleada de huelgas y luchas de los trabajadores industriales que comenzó con la huelga minera asturiana de 1962. Después de 1988 las grandes huelgas y con ellas la «cuestión obrera» desaparecen del temario político español por primer vez en más de un siglo. Pasará a ser en el imaginario mediático de la primera mitad de los 90 ese acompañante envejecido, aparentemente en sus últimos días, del cortejo fúnebre de los grandes cierres industriales (huelgas asturianas de 1992), cuando los primeros golpes de la competencia globalizada (naval, siderometalurgia) conviertan definitivamente las zonas y regiones industriales en nuevos desiertos de empleo. Y así, allá por el 88, el VAB (Valor Añadido Bruto) creado en los servicios supera por primera vez el 60% del total de sectores, mientras la industria ni siquiera alcanza ya el 20%. Oficialmente España es ya una economía de servicios.
La transición a esta nueva economía aterriza suavemente con un nuevo contrato intergeneracional que es el legado duradero de los gobiernos Gonzalez: proliferan las prejubilaciones y se conservan las condiciones salariales y laborales de la vieja clase trabajadora producto del crecimiento y las luchas de los sesenta y setenta... pero los jóvenes entrarán ya en un mercado de trabajo progresivamente liberalizado y precarizado, en el que la temporalidad es, cada vez más, la norma y los salarios son mucho más bajos para el mismo empleo real. Porque púdicamente el recambio generacional se disfraza como una explosión de «auxiliares». Hay toda una generación que se incorpora a la vida laboral «auxiliando» a administrativos, camareros y teleoperadores inexistentes.
Puertas a dentro, las tornas vuelven a invertirse: los hijos tienen un nivel de formación reglada mayor que los padres, entre 1988 y el 2008 hay un pico histórico de hijos de trabajadores en la Universidad. Pero ganan menos que ellos y tardan cada vez más en encontrar un empleo fijo. Con el ahorro familiar concentrado en el hogar de los padres, el modelo familiar se remoza para adaptarse a la nueva situación: la edad de emancipación está retrasándose ya desde los 80 y aumenta pendiente todavía más. Las casas se reorganizan y amplían para dar independencia a los hijos que siguen conviviendo con los padres bien entrados en la veintena.
Y la moral sexual se adapta. En los 90 se hace normal en las ciudades que las parejas jóvenes con cierta estabilidad duerman juntas en casa de los padres de uno u otro. La tendencia se irá abriendo en las grandes ciudades para hacer aceptables a los padres el sexo en casa con parejas esporádicas. En el 2000, el nuevo conservadurismo liberal hijo del piso intergeneracional ya es hegemónico y proyecta en las encuestas una mayoría social a favor del matrimonio de personas del mismo sexo.
Los padres de la generación que estrenó la familia nuclear sueñan con una vuelta a la familia extendida sin el autoritarismo y los pesados silencios de su infancia y adolescencia. El resultado es una nueva familia que es al tiempo nuclear (pues se articula en torno a los padres y no incluye familiares de segundo grando) y extendida (pues incorpora a hijos adultos y sus parejas y a los nietos). Nuclear en su fundamento. Extendida en la fortaleza de sus lazos de solidaridad de los padres hacia los hijos con sus parejas y, con el tiempo, los nietos. Un nuevo modelo familiar que, de nuevo, se verá de nuevo zarandeada por la crisis del modelo de acumulación.
2008: estancamiento y familia «niñocentrista»
La crisis financiera e inmobiliaria y la familia
El estallido de la burbuja inmobiliaria en España se da en el marco del arranque de una fase de retroceso y estancamiento general de la acumulación en prácticamente toda Europa que dura hasta hoy. No hay que olvidar el carácter históricamente único de esta crisis: el PIB per capita en Europa Occidental e Italia todavía no ha recuperado el nivel de 2008. Salvo EEUU, China, India, Corea del Sur y en mucha menor medida una renqueante Alemania que a duras penas escapa de una desindustrialización acelerada, todo el mundo desarrollado está en las mismas después de casi quince años.
En España, el estallido de la crisis y la vuelta del paro masivo significaron una verdadera prueba de stress para el modelo familiar. Como en Italia o Grecia, los lazos de solidaridad fuerte de la familia semi-extendida resistieron el embite. Los abuelos intervienen en nombre del bienestar de los nietos, y las pensiones -y en no pocos casos sus segundas viviendas o incluso sus casas- se convierten en el salvavidas de las dos generaciones siguientes en los años más duros (2009-2013).
Durante el breve conato de recuperación que le siguió (2014-2019), la natalidad, que venía cayendo desde 2008, crece. Lo hace significativamente entre 2014 y 2016 y se mantiene en cifras similares hasta 2020. La generación que había protagonizado el 15M está formando una familia. La experiencia de los años inmediatamente anteriores, en los que la capacidad proveedora y la expectativa de desarrollo personal de los nuevos padres se ha visto en evidencia, cambia la perspectiva y el sentido de la familia. En lugar del matrimonio o la pareja trabajadora, que habían sido el centro de los modelos anteriores, los niños pasan a ser la razón y el centro de la vida familiar. Se prodigan los modelos de crianza sobre la base común de una nueva ideología hegemónica: el niñocentrismo.
La pandemia y el nuevo modelo familiar
La pandemia, que mató fundamentalmente a mayores de 60 años (gráfico de arriba), muestra obscenamente las consecuencias de la ideología niñocentrista en todos los frentes. Por un lado el relato público sobre los dolores y daños creados por la matanza da tanto o más peso al encierro de niños y adolescentes que a la muerte de 121.00 personas... que de repente parecen ser meramente accesorias, cuando no ajenas, a las familias.
Por otro, según los datos de The Parenting Index para España, un 39% de los padres siente una «intensa presión social» -a través de pares y amigos- sobre la crianza. Sin embargo el 72% se «siente» «perfectamente informado y capacitado para la crianza» y cuando necesita consejo, sólo el 51% consulta con su propia pareja y el 47% con sus padres.
¿Qué significa esta contradicción? Sencillamente que al convertirse los niños en el sentido y centro de la familia, lugar antes ocupado por el trabajo y y el crecimiento laboral de los padres, el reconocimiento público se transforma. La auto-estima de los padres pasa ahora a depender de su «calidad como padres» en vez de hacerlo de su éxito laboral y profesional, y su identidad pública de la aceptación y coherencia de su práctica con un «modelo de crianza» en competencia con otros. Por eso una «intensa presión social» desconocida para generaciones anteriores.
Esta transferencia de centralidad en la identidad familiar y de los padres del trabajo a la crianza queda patente cuando el mismo índice nos asegura que el 55% -es decir, prácticamente todo el que puede- adopta horarios laborales flexibles para poder dedicarlos a los críos. El impacto de este cambio no sólo se da en el modo de vida, también en la calidad de vida: el 74% de los padres siente un «fuerte impacto en la economía familiar».
Pero estas cifras tienen una envés evidente: los horarios flexibles no están al alcance de cualquier trabajador y un «fuerte impacto» en los gastos familiares para rentas medias y bajas puede resultar fácilmente en precariedad.
El nuevo modelo familiar nacido de la crisis parece ser difícilmente sostenible. En la siguiente entrada, exploraremos posibles vías de salida con ejemplos concretos desde la lógica comunitaria.