- Un rompecabezas de polaroids
- El gran ausente: el valor del trabajo
- Los márgenes del cambio
- El punto de enganche con el ánimo social
- Frente a la precariedad y la angustia identitaria: cooperativismo de trabajo y pertenencia mediante el aporte
- Frente al agobio de la familia niñocéntrica, sistemas comunitarios de apoyo
- Un camino de acción: la pasividad se rompe con ejemplos
- Pero deben tenerse en cuenta las debilidades inseguridades y desconfianzas que trasladan los resultados de los estudios
- Conclusión
Un rompecabezas de polaroids
Una imagen global a partir de muchas instantáneas parciales
Llevamos un tiempo estudiando resultados de investigaciones y encuestas de diverso tipo y origen. Cada uno de esos estudios de opinión es una instantánea, una imagen Polaroid, que fotografía un detalle de una imagen mayor y mucho más compleja.
Nuestro objetivo era reconstruir un mural a partir de las piezas, aún a sabiendas de que por grande que sea nunca dejaría de representar tan sólo un momento, todo lo más un periodo, en los consensos y actitudes sociales. Pero es necesario tener esa imagen aunque en algunos aspectos sea fugaz, porque sin tener claros los vectores de cambio y los temas críticos en un momento dado, es muy difícil encontrar enfoques que enganchen con la conversación social el mínimo necesario como para ser atendidos y comprendidos.
Estos días festivos tuvimos además la visita de amigos que saben realmente de ésto. Nos dieron algunas claves más y apuntaron ideas que nos ayudaron a dar sentido a los datos. Lo que sigue es la síntesis de nuestra propia interpretación, en nuestros propios términos.
La crisis de Civilización se manifiesta como una crisis de la confianza en un futuro supuestamente inevitable
La percepción de la Crisis de civilización
Cada vez son más los que perciben la crisis de civilización.
Si se pregunta a una muestra representativa de personas, cómo creen que vivirán dentro de 20 años los niños de hoy, la mayoría nos dirá que no tiene esperanzas de que tengan una economía más estable, ni de que disfruten de más bienestar, ni siquiera de que tengan mejores casas.
Aún peor, el desengaño sobre la capacidad del sistema para generar desarrollo humano con o sin crecimiento, se hace evidente cuando se les pregunta si creen que sus hijos serán más más felices o cultos que las generaciones adultas actuales, o si van a disfrutar de un medioambiente revitalizado.
La gran mayoría responde que no. El futuro está en crisis.
Crisis del futuro e impotencia social
Ese desengaño sobre el futuro contiene dos elementos que hay que destacar:
- Es incondicional. No dicen «si no conseguimos cambiar las cosas, la vida será peor», dicen «vivirán peor». Es decir, dan por hecho que el sistema se mantendrá tal cual, que no sólo no será superado sino que si cambia será seguramente a peor. El discurso hegemónico de los noventa sigue operando y cada década en una versión mas oscura y derrotista.
- Las franjas de edad en la que esta crisis del futuro se hace mayoritaria son las asociadas a la madurez: más de treinta años, menos de sesenta.
La base material del malestar
Estas generaciones son las que concentran la mayor parte de trabajadores y pequeños propietarios de tierras y negocios. El desarrollo de la precarización, el empeoramientos de las condiciones de vida y trabajo y la transferencia de rentas vía inflación hacia los beneficios de las grandes inversiones les ha afectado de lleno. A unos a través del salario y la evolución de los contratos laborales, a otros a través de la reducción de mercado y las dificultades de financiación.
Pero hay algo más. La misma franja de edad 30-60 es la que concentra a la mayor parte de los padres en crianza. Y como ya apuntamos, la experiencia de la crianza tiene un papel desmoralizador de primer orden.
La crisis de la familia niñocéntrica
Esta segunda dimensión es relevante, porque según diversos estudios, esa generación nos dice que la apuesta por cambiar las cosas debe centrarse en educar mejor a los niños para que, cuando sean adultos solucionen los problemas que sufrimos hoy y que habrán empeorado entonces si los adultos actuales no se movilizan consecuentemente.
Esta contradicción entre el reconocimiento del daño a las generaciones próximas causado por la propia pasividad y la afirmación de una solución que hace recaer la iniciativa del cambio en los propios hijos, traspone una contradicción cotidiana de la crianza niñocentrista.
Al mismo tiempo que no se le dan pequeñas responsabilidades al niño en la producción familiar -negándole por tanto formas de aporte-, es tipicamente niñocentrista colocar sobre los niños responsabilidades que no pueden procesar y que, en realidad, corresponden a sus padres. Se expulsa a los más pequeños de las rutinas de la limpieza, la cocina o los mandados, pero se les pide que decidan los menús familiares, que sepan diferenciar necesidades de deseos cuando todavía son muy pequeños o que propongan destinos de vacaciones.
Esto concuerda con otros estudios que muestran que los más jóvenes ven a sus padres como un pilar económico y una fuente infinita de apoyo emocional, pero afirman que no les han aportado gran cosa sobre el sentido de la vida y qué hacer con ella. Como veremos después este andar perdidos de adolescentes y jóvenes tiene también consecuencias sociales.
La crisis del futuro cambia la relación con el poder
La confianza en el poder y los modelos de éxito también está en crisis...
Los discursos del poder suscitan desconfianza. Sea el poder político, la big tech, las grandes empresas, los grandes medios o las instituciones, son muy pocos los que confían tanto en sus mensajes como en su voluntad de cambiar las cosas para evitar males mayores.
Esta desconfianza se extiende desde la IA -el abordaje que el capital hace del desarrollo tecnológico- al pacto verde -el abordaje que las instituciones hacen del cambio climático-, desde el feminismo -el abordaje que la nueva ideología dominante hace de la desigualdad- a la «vulnerabilidad» y la «justicia social» -el abordaje que la izquierda hace del descontento ante el empobrecimiento de las mayorías.
Y es que de las grandes empresas, los grupos mediáticos, la big tech y las instituciones políticas se espera poco: menos de un 25% cree que puedan guiar para bien a la sociedad ante los grandes problemas sistémicos.
Junto a esta reticencia generalizada a cualquier argumento que venga desde el poder o las instituciones, hay una desilusión general sobre las capacidades de aquellos que suelen ser presentados como líderes sociales. Figuras religiosas, influencers, deportistas, artistas o actores se consideran prácticamente irrelevantes. Ni se les atribuye capacidad para cambiar las cosas, ni se espera de ellos que lo intenten de verdad. A la hora de la verdad son entretenimiento, no modelo a seguir.
...y el negacionismo alcanza una masa crítica
«Sólo» entre un 10 y un 12 por ciento del total -varía poco entre un estudio y otro- niega la mayor (que haya riesgos sistémicos en la IA, que exista el cambio climático o que las desigualdades sean relevantes), pero eso se dobla en los segmentos más derrotistas sobre el futuro en general. Es decir, el negacionismo es la expresión del paso del desapego a la desesperación... y está alcanzando una masa crítica que amenaza con cambiar el sabor de la sopa.
Pasividad y exigencia de acción
La crisis de la confianza en el poder se mezcla con la devaluación del discurso...
Un dato que aparece una y otra vez es que lo declarativo cada vez vale menos. Se desconfía porque se teme que sea pura retórica. Venga de quien venga, el aporte se entiende como hechos, acciones, prácticas. Qué haga algo.
Da igual que estemos hablando de personajes del estilo de Milei o Bolsonaro, o de si confían más en los expertos o en las ONGs. La primacía de la acción sobre el discurso es una tendencia permanente y casi universal. Si los encuestados atribuyen poder y capacidad de transformación a las grandes ONGs es por lo mismo: demostrar capacidad de acción, con independencia de su utilidad, prima sobre la reflexión, la calidad del análisis o el conocimiento. Si no existe futuro mejor, no es tan raro que se juzgue a cada cual casi exclusivamente por su hacer aquí y ahora.
... y la suma de todo pone en cuestión la democracia de la peor manera posible
La devaluación del discurso, de los mensajes del poder establecido y del futuro, cuando se suman, se tornan en un desapego creciente hacia la democracia. Es un viejo tema en el Este de Europa y EEUU, lo hemos visto eclosionar en Argentina y está llegando cada vez más a España.
Si cuando este desapego se produce entre las generaciones mayores refleja el crecimiento en la sombra de un fatalismo derrotista que tiende al negacionismo y a la aceptación de respuestas autoritarias (aunque sigue siendo limitado); entre los jóvenes, donde es mucho más marcado, refleja de manera exagerada la devaluación acelerada del discurso en favor de la acción y de quienes se atribuyen representarla.
El punto de contacto entre unos y otros es la capacidad de aceptar, al menos como posibles, las soluciones políticas autoritarias. Ya sea por culto a la acción o por puro fatalismo, la salida, a la que se van predisponiendo aquellos que menos confían en el sistema, es la autoritaria/reaccionaria.
El gran ausente: el valor del trabajo
El gran ausente en los estudios que hemos estado analizando es el valor del trabajo. Se ha desvanecido de las jerarquías de valores e incluso, al parecer, en algunos sectores de las franjas etarias más jóvenes, se niega como valor. Son sectores, que vienen a coincidir con las primeras generaciones criadas en familias niñocentristas. En ellos el significado de la palabra trabajo se ha distorsionado y reducido a empleo precario, lo que pone muy fácil negar que sea la base de nada bueno.
Pero no son sólo la precarización y la degradación de las condiciones laborales las que alimentan este discurso. La práctica desaparición de la transmisión de memorias familiares y de la familia como referente moral (qué hacer con mi vida) afecta aquí de plano. Este vacío es el que es llenado desde la ideología identitarista. Las franjas de edad menores constituyen el grupo social en el que -sistema educativo y Netflix mediante- hace mella con mayor fuerza el identitarismo y la consiguiente sustitución del «soy lo que hago» por el «yo lo valgo».
La combinación genera una mezcla brutal de pasividad e inflación de demandas individualizadas, no colectivas, constantemente frustradas y necesariamente frustrantes. Si no se hace nada por remediarlo, serán los próximos derrotistas, tal vez los próximos negacionistas.
Si hacemos la suma estamos lejos del complaciente retrato oficial de la juventud: según los estudios de opinión, las generaciones más jóvenes sienten un resentimiento que tendrán difícil superar desde el individualismo que se les atribuye y aceptan sin pudor la posibilidad de apoyar soluciones autoritarias.
Los márgenes del cambio
Lo dominante es la pasividad...
Hasta aquí el paisaje que nos pintan los estudios de opinión es el de una sociedad consciente de su propia decadencia, que no cree que el futuro vaya a traer nada mejor y que, pasiva y falta de valor incluso para imaginar un mundo alternativo, se precipita hacia el resentimiento.
... pero hay contracorrientes con potencial
Pero aunque esa sea la tendencia dominante en éste momento, hay consensos emergentes que pueden servir de apoyo para construir contracorriente un tejido vigoroso.
- El cambio climático y el Covid han aumentado la confianza y autoridad de los científicos y divulgadores entre la gran mayoría. No es lo mismo que la Ciencia y tiene muchos peligros, pero es un punto de partida.
- A la innovación social de todo tipo se le atribuye capacidad -porque significa acción- y no se acaba de desesperar de ella: cerca de un treinta por ciento cree todavía que iniciativas innovadoras en distintos campos pueden cuando menos, ser útiles para cambiar las cosas.
- A pesar de todo, se percibe a la comunidad organizada como un sujeto capaz de cambiar las cosas y, lo que es igualmente importante, casi la mitad espera que lo haga. Es nebuloso, pero es importante.
- Puede inferirse de las respuestas a distintos estudios y encuestas, la existencia de una necesidad de «formación aplicable al cambio». Es decir, formaciones que sirvan para la acción concreta resolviendo problemas concretos.
y orientaciones sobre los medios de acción que van a tener inicidencia
Relacionado con este último apunte, la necesidad de formación práctica para el cambio es, ante todo, la necesidad de aprender a formar un grupo orientado a la acción colectiva para lograr algo. Ese es el principal eslabón perdido. Las formaciones deben formar en competencias operativas a grupos, porque lo que nos están pidiendo, aún más que aprender a poner en marcha respuestas concretas, es aprender a organizarse colectivamente.
De la madeja de medios de comunicación, el que apunta puede ser capaz de generar conversaciones propias al margen y por encima de la desinformación y la sectarización del sistema informativo es la radio. Tal vez sea hora de volver a las radios libres y comunitarias.
El punto de enganche con el ánimo social
Pero lo más importante de todo es que toda esta panorámica nos descubre que hay una serie de necesidades sociales que están a flor de piel y a las que se puede aportar desde lo comunitario, lo colectivo y lo cooperativo.
Frente a la precariedad y la angustia identitaria: cooperativismo de trabajo y pertenencia mediante el aporte
Para muchos [el cooperativismo de trabajo] va a ser la única manera de alcanzar una relación con el trabajo que les incluya, que contenga la precarización de su vida cotidiana y que les permita un desarrollo personal que cada vez más, se está convirtiendo en lujo exclusivo para unos pocos.
Frente a la devaluación del trabajo y la consiguiente inflación identitarista, cada vez más insatisfactoria y contradictoria, el cooperativismo de trabajo puede mostrarse como solución, especialmente a los más jóvenes. Eso sí hay que incorporar al menos dos elementos:
- Incidir en la capacidad del trabajo colectivo para generar orgullo de uno mismo y pertenencia.
- Subrayar la práctica frente a la teoría convirtiendo las formaciones en lanzaderas de proyectos que aporten a las necesidades colectivas.
Frente al agobio de la familia niñocéntrica, sistemas comunitarios de apoyo
El camino actual lleva al aislamiento social y agotamiento moral de los padres, la pérdida de autonomía y, a la vez, apego de toda una generación de niños, la mercantilización de las relaciones interpersonales en el hogar y la soledad y desatención de las necesidades sociosanitarias y emocionales de los abuelos, condenados en el mejor de los casos a acabar sus días en unas residencias que son muchas veces aparcamientos estériles en los que esperar la muerte. El niñocentrismo es un modelo familiar fallido e inhumano desde el día uno.
Pero... ¿Y si en vez de mirar obsesivamente desde el individuo e individualizar artificialmente necesidades... no abordamos de una vez la familia y su entorno comunitario como un un espacio de responsabilidad colectiva de todos con todos?
Cómo reducir la presión sobre la familia apoyándola en la comunidad
La necesidad social está clara. La vía de aporte también. De forma espontánea las soluciones que están surgiendo se sustentan en la comunidad organizada y el renacer del cooperativismo de trabajo: guarderías integradas en el lugar de trabajo y migas (ahora llamadas cooperativas de padres de día), recuperación de los espacios públicos como lugares seguros -y de autonomía- para los niños y modelos comunitarios de atención a los mayores.
Un camino de acción: la pasividad se rompe con ejemplos
El fatalismo y la impotencia se sustentan en casi quince años de precarización muy visible de las condiciones vitales de la mayoría con centro en la relación con el trabajo y la vivienda. Leídos por nosotros lo que dicen estos estudios es que lo que nuestros vecinos están diciendo es que no hacen falta más estudios ni más seminarios y eventos, sino más ejemplos en los que puedan proyectarse. Si lo consiguen, pueden romper con la pasividad.
Esto exige cambiar la estructura del relato que hacemos. Hay que contar los procesos y no sólo la reflexión y los resultados, mostrarlos a lo Santo Tomás, que puedan meter los dedos en las llagas y plantear formas de enganche. Más protagonismo de la acción es también menos virtualidad y más presencialidad. El cambio, para ser creíble, ha de ser visitable, y eso significa que los distintos ejemplos/proyectos deben estar concentrados territorialmente.
Pero deben tenerse en cuenta las debilidades inseguridades y desconfianzas que trasladan los resultados de los estudios
El punto de partida debe ser colectivo y producirse en un lugar común
Aunque el acercamiento sea individual, la involucración sólo va aproducirse de forma colectiva. Lo que traslada el individualismo y los miedos que transpiran los estudios es el desarraigo del propio entorno, especialmente cuando es urbano.
Un ejemplo. De poco sirve formar a un grupo, venido cada uno de un lado, en la organización de cooperativas de vivienda en derecho de uso si cuando vuelven a sus ciudades no tienen herramientas para formar un grupo promotor. El ímpetu se desvanecerá en un par de semanas sin consecuencias. El grupo ha de formarse en el curso de la formación y salir con una agenda de tareas colectiva y focalizada en el mismo lugar en que hagan el curso. Si cada uno tiene que volver e iniciar en solitario en su propio entorno, se ahogará.
Una nueva relación con los apoyos institucionales y los prescriptores
Lo que nos dicen los estudios es que la relación con el poder genera desconfianza y mancha. El modo habitual de relacionarse con él del mundo asociativo y oenegero de pequeña y mediana dimensión va a funcionar cada vez menos. Robin Hood no es creíble. Por eso Green Peace, tan pegadito a los sondeos, dramatiza sus acciones sobre el cambio climático escenificando un nivel de confrontación con los estados y las grandes empresas que la mayor parte de las veces no existe más que como relato de cara a la galería. Y le funciona para recavar donaciones y ganar socios sin que nadie repare demasiado en que contrata empresas de telemarketing o captadores para hacerlo.
Sin entrar en fingimientos, la idea es que el enfado social con el green washing y el social washing y la desconfianza hacia los discursos institucionales acaba rebotando sobre el que se asocia al poder empresarial o político a través de un patrocinio. La alternativa es la autofinanciación y en todo caso la cofinanciación. No se trata de conseguir patrocinadores sino de elegir convocatorias para alcanzar objetivos concretos útiles a la comunidad amplia y no sólo a la operativa de la organización de turno.
Del mismo modo, para que los prescriptores realmente prescriban y no sólo decoren, ya no vale recurrir al influencer ni al famoso. Como hemos visto, se consideran irrelevantes, adorno, no modelo. Los nuevos prescriptores no están ni en los medios ni en las redes sociales. Surgirán de la acción innovadora reconocida como un éxito.
Conclusión
Socialmente estamos en un momento de agitación. Agitarse es muy distinto de moverse hacia ningún lado. Puede servir para acumular fuerzas o transformarse en pasividad y resentimiento. Pero a veces, y creemos que ésta es una de esas veces, si saben interpretarse las necesidades y limitaciones del entorno, el trabajo bien hecho puede significar el paso de la agitación al movimiento constructivo.
Eso no significa que nos bastemos solos, al contrario. Significa que necesitamos puntería, pero también capacidades. Necesitamos tu aporte.