14/9/2024 | Entrada nº 116 | Dentro de Zeitgeist

Una breve historia de la pasividad social y unas ideas a contracorriente sobre cómo comunicar para enfrentarla

El crecimiento de la pasividad social desde finales de los ochenta ha sido una consecuencia de la devaluación del trabajo. La primera Internet comenzó a revertir la pasividad pero, redes sociales mediante, acabó multiplicándola hasta convertirla en el aire del mundo ultraindividualizado y solitario que ahora vivimos. Pero ¿Y si construir alternativas a las formas de comunicación mediadas por los pilares de la pasividad no fuera tan difícil como pensamos?

Breve historia de la pasividad social

La larga década de los noventa

El primero de enero de 1990 ya estaban todos los mimbres de la devaluación radical del trabajo que caracterizaría la última década del siglo XX.

  • Las reformas del derecho laboral que sentaron la base para precarizar a las generaciones que se incorporaron al trabajo desde entonces. España, por ejemplo, estuvo en la vanguardia desde 1984 gracias al acuerdo entre el gobierno González y los sindicatos para modificar el estatuto del trabajador.
  • La derrota de los mineros británicos en 1985, la primera de una larga serie de entierros sindicales del mundo industrial europeo que en España tendrían como momento cumbre la huelga general asturiana del 1992.
  • La firma del Tratado de Libre Comercio entre EEUU y Canadá en 1987, que fue la primera piedra de la globalización y deslocalización del empleo industrial que arrancaría a partir de 1991 con la incorporación de México al tratado, la famosa y sistemática ruptura de las cadenas de valor, el boom de las maquilas, el fulgurante ascenso chino y la expansión de la industria alemana y francesa por los países del Este europeo.
  • Y el primer esbozo del discurso sobre el fin de la Historia de Fukuyama en 1989, que daría letra al mensaje machacón de los noventa: sálvese quién pueda que no hay alternativas posibles.

El cambio cultural abierto entonces fue brutal. El imaginario pasó de ser configurado por lo que despreciativamente comenzaban a llamarse los grandes discursos, a serlo por el griterío banal del berlusconismo, ese lodo denso de política de pasillo, espectáculo de mal gusto, control de medios y corrupción que marcó la década en toda Europa.

¿Fueron los noventa tan horrorosos como queremos recordarlos? ¿A cuento de qué la nostalgia actual?

A que la expectativa de una vida mejor para la familia parecía viable. A mediados de la década empieza a ser evidente que la caída del empleo no es coyuntural, mientras se bate año tras año el récord porcentual de jóvenes realizando estudios superiores.

Y sin embargo hacen aguas la moral del trabajo y el valor del conocimiento. Con el cierre de industrias y la generalización de los contratos temporales, trabajar duro ya no era el camino para ganarse un lugar en la vida.

Además, entre una ideología de uso general cada vez más chusca que despreciaba y silenciaba las causas colectivas y unas universidades saturadas, ajadas y desfondadas, el estudiantado, tenía menos pulso cuanto más se masificaba. Las nuevas generaciones universitarias no mostraban signos de tener vocación de cambiar nada. Lo que era ya un signo evidente de algo que era de mal gusto señalar: la formación superior había dejado de ser vocacional. Y al desaparecer la vocación y con ella el deseo y la necesidad de aprender y no sólo de pasar exámenes y colocarse, el nivel cultural de los titulados era cada vez más bajo. Pero tampoco importaba demasiado, de hecho, estaba dejando de valorarse.

Triunfaban y se multiplicaban eso sí, los MBA, cuyo valor dependía de la gente que conocías y las empresas a las que se asociaban, porque el nuevo indicador de éxito personal era la agenda, el último ascensor social en funcionamiento, así fuera a base de canonjías políticas y pelotazos urbanísticos.

La corta década del 2000

A partir de 1997 la cibercultura empieza a salir en Europa de la marginalidad. Tras el sarampión puntocom, en realidad el primer intento de asalto de Internet por los fondos de capital, la red conserva todavía su estructura de comunicación distribuida.

Aparecen espacios deliberativos igualitarios cada vez más amplios sobre una estructura distribuida. Entre ellos la «blogsfera» que, a partir de 2001, con la caída del presidente Estrada en Filipinas, demuestra su capacidad para, proyectándose en la red móvil, impulsar, articular y coordinar movilizaciones masivas en todos los continentes.

Pero, muy oportunamente, a partir de 2007, el espacio de la blogsfera y sus tentáculos móviles, será tomado por Facebook y twitter. El modelo monopolístico de Amazón en el comercio, de Google en los servicios web y de la Wikipedia en los repositorios, se impone en el espacio deliberativo y de creación de tejido social. Lo que se presenta como una democratización es en realidad una recentrailización de las estructuras físicas que acabará en recentralización mediática y cultural por un lado y en concentración de grandes masas de datos personales por otro.

Y así, mientras el desarrollo tecnológico se empieza a orientar hacia las grandes IAs (despuntan ya la nube y el Big Data) , la cibercultura vuelve a la pasividad, aunque eso sí, a una pasividad tremendamente ruidosa y crispada.

La primera década de la crisis

Las respuestas sociales a la crisis financiera abierta en 2008, las de la política milenial, tomarán su forma ya en el modelo centralizado de comunicación digital en redes.

Del 15M español y el Oxi griego en adelante, lo que vemos son movimientos generacionales, a veces muy relevantes incluso electoralmente, como Podemos, que confunden la expresión de descontento con la acción contra sus causas, que creen no requerir una organización social previa y que por tanto están basados en la pasividad.

El ánimo de una capa social pasa a tener representación política sin haber existido antes como fuerza organizada socialmente... [No] llegaban a las elecciones tras haber hecho algo, sino como instrumentos para expresar un descontento que no acababa de articularse en acción y aún menos en construcción alternativa. Tanto era así que Podemos se presentó a aquellas europeas con la efigie de Pablo Iglesias como logo (...)

Ese no hacer y por tanto no organizar no fue una debilidad para ninguno de ellos precisamente porque les conectaba al grueso de sus votantes. Unos votantes que no se veían capaces de pertenecer y hacer ascender un movimiento que rompiera el status quo (por algo Podemos se llamaba Podemos). Un votante dispuesto a cualquier cosa... menos a los sacrificios de un compromiso real por cambiar las cosas.

Es decir, el carácter exclusivamente político y electoral reflejaba la pasividad de su base social. En el momento la interpretación común era más complaciente. Se entendía que una vez demostrada la capacidad para modificar el mapa político, la organización y la movilización cotidiana surgirían casi automáticamente. Se decía que Podemos había dado dos veces por dar el primero y demostrar que efectívamente sí, se podía cambiar la agenda política y la estructura institucional. Su base se construiría a partir de ahí.

Fantasías foquistas de núcleos irradiadores aparte, la triste verdad es que tras una efervescencia de círculos y grupos de simpatizantes, ni Errejón consiguió convertir aquello en una base social organizada y activa fuera de las interminables asambleas de auto-expresión y de las batallitas por figurar. Tan paródica fue la cosa que en las municipales que siguieron fue común que fueran los padres de los candidatos podemitas -muchos de ellos jubilados- los que pegaran los carteles y no los hijos que supuestamente estaban dando la batalla electoral. (...)

No faltaron declaraciones triunfalistas y promesas de bocachancla, pero al final las bases discursivas (...) presentan la indignación como una forma de acción en si misma. Es decir, expresaban ya impotencia política antes de hacer política.

Los años 20, primera aproximación

En los años 20, con la pandemia y el desarrollo bélico, el expresionismo de la cultura política de la década anterior ha exacerbado la polarización, y ésta la pasividad social. Desde Sudáfrica a EEUU, Europa y Japón, el círculo vicioso de polarización, identitarismo y atomización, ha esterilzado aún más el terreno en el que deberían germinar las respuestas sociales.

Hoy parece que ha sido la materialización de la impotencia y la exacerbación expresionista e identitarista del discurso de la década anterior la que ha alimentado -muchas veces a partir de los mismos sentimientos entre el mismo tipo de público, como señalaba Naomi Klein- el ascenso de la ultraderecha... que replica 10 años depués, de forma descompuesta, los pasos de la izquierda de hace una década.

Y se multiplican las reflexiones culpando a Internet y las pantallas de la pasividad social y la atomización, los llamamientos a prohibirlas en las aulas, las acusaciones a las redes sociales de dificultar las relaciones de afinidad, de ser nocivas para la salud mental de las adolescentes, y de estar socavando por interés comercial la convivencia social.

Ahora, se puede. Los medios se hacen eco. A fin de cuenta los grandes capitales ya están en la IA y no se juegan gran cosa en las redes sociales.

Y no será porque el mundo IA no signifique una apuesta aún más brutal por la atomización social. Los sueños de época del capital invertido en productos innovadores de consumo pasan por eliminar las pantallas haciendo las IAs parte de la ropa (wereable) y convirtiendo su susurro en una suerte de diálogo permanente con una deidad maquinal... de la mediocridad y el conformismo.

Los años 20 parecen los años 90 con superprocesadores y ChatGPT.

El horizonte que el desarrollo tecnológico apunta no va a ponernoslo más fácil para enfrentar la pasividad y la atomización.

¿Y si tuvieramos los medios alternativos delante y no supieramos verlos?

Pero a lo mejor simplemente es que pasó ya la época en la que tenía sentido cabalgar la ola tecnológica para avanzar a contracorriente de la pasividad social y organizar alternativas.

Tal vez el acento no tenga que estar ya en vídeos y podcasts sino en la comunicación cara a cara en encuentros, eventos y espacios.

Tal vez debamos reconsiderar los sistemas de mensajería: dejar de tratarlos como medios para comunicarnos y reducir paulatinamente su uso a medios de alarma y contacto.

Tal vez, el esfuerzo por alimentar la deliberación requiera ahora de verdaderos newsletters, en papel, enviados al domicilio o a un apartado postal y no de blogs.

Es decir, tal vez encontraremos capacidad para hacer juntos cuando nuestra propia forma de comunicar requiera un compromiso por parte del que quiera recibirla: dar su domicilio o alquilar un apartado postal para recibir nuestros artículos, tomarse tiempo para leerlos, tomar un día libre en el trabajo para poder asistir a un encuentro o una charla...

Tal vez es hora de renunciar a todo lo que Internet allanó para volver a salir campo a través y construir a pleno sol.

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