La expresión electoral de un quiebro generacional
El pasado 1 de diciembre, The Guardian intentaba explicar el comportamiento electoral de los menores de 25 en Holanda, Francia, Italia, etc. y por qué su voto está agrupándose en torno a la extrema derecha. Apuntaba a lo obvio: precarización general, imposibilidad de acceso a la vivienda, empobrecimiento y hartera. Es decir, el tipo de cosas que ha agrupado históricamente a los jóvenes trabajadores en torno a posiciones revolucionarias o cuando menos, de izquierda. Así que realmente quedaba sin responder lo principal que no era por qué no se reflejan en los grandes partidos políticos sino por qué canalizan a través de la extrema derecha.
Kundnani en el New York Times culpaba por un lado al Partido Popular Europeo y su colaboración con Meloni, y por otro a Macron y su discurso militarista sobre la civilización europea, todo amalgamado por una política migratoria y de refugio infame que se complace en la imagen falsa de una Europa asediada cultural y económicamente por los pobres del mundo. Algo de verdad hay, pero de nuevo algo falla: ni el PPE ni Macron, fueron nunca referentes de la juventud airada.
Una clave importante la daba hace unas semanas, Esteban Hernández, director de opinión de El Confidencial, cuando dejaba caer una constatación importante en medio de una crónica sobre las batallitas y politiqueos alrededor de la formación de gobierno en España:
La generación que podía constituir un relevo, la del 15M, ha agotado su recorrido político.
Una hipótesis: el giro de los segmentos más rebeldes de las generaciones jóvenes hacia la extrema derecha expresa un rechazo frontal no a la generación de sus padres sino a la generación intermedia, la del 15M, Syriza, la Francia Insumisa, el ascenso del feminismo, etc. Un rechazo lo suficientemente amplio e íntimo como para que las causas no sean estrictamente políticas, sino, en el fondo, morales.
La moral del 15M y su rechazo por los jóvenes
Ya desde los movimientos que precedieron al gran happening de 2011 (Juventud sin Futuro, V de vivienda, etc.), el discurso 15M tuvo dos constantes: victimismo y ensimismamiento.
Sobre el ensimismamiento basta escuchar ahora no sólo lo que se dijo entonces sino la versión estilizada y complaciente que se difundió para el décimo aniversario. No ha habido movimiento masivo más alejado de los conflictos en los barrios, de las contradicciones que se daban alrededor de los migrantes ni de lo que estaba pasando en los centros de trabajo. Ni, por otro lado, más preocupado por el personal universitario, los licenciados y sus dificultades para ser jefes de algo cuando acababan su carrera.
Sobre el victimismo, invitamos a repasar las ñoñas pancartas de entonces pero sobre todo el auge de una retórica de la violencia pasivo-agresiva que hoy cruza desde el underground decrecimientista hasta el feminismo oficial.
El problema del victimismo y la legitimación de la violencia pasivo-agresiva es que se hace sentir terriblemente cínica cuando es adoptada por el poder. Especialmente cuando los rebeldes de ayer se convierten en parte de ese poder y descubren que les encanta jugar a policías morales.
Por eso, cuando la moral 15M llega a las aulas de secundaria bajo la forma de feminismo profesionalizado -una de las salidas laborales creadas por las expresiones políticas del 15M para sus huestes- el resultado es un rechazo creciente del feminismo como un todo en la población adolescente. Un rechazo que deriva pronto hacia la negación pura y simple de la relevancia de temas, como la violencia de género, que habían servido de argumento para la legitimación de la ideología feminista como inspiradora de nuevas leyes, instituciones y profesiones.
Si el feminismo fue la primera vía de agua, luego siguieron más, azuzadas por el contraste entre el discurso de los representantes políticos asociados al 15M -por ej sobre la vivienda, las drogas sociales, la educación, el medioambiente, la salud o el juego- y la realidad cercana. Y como, predeciblemente, la reacción en los medios fue de escándalo más que de autocrítica, las consecuencias fueron una ración doble de escandaleras victimistas y moralina adornadas de cínicos ramalazos ñoños en casi todos esos ámbitos.
Como ya pasaba en el propio 15M, los dirigentes de las expresiones políticas de esa generación parecían creerse en el derecho de exigir que les estuviéramos agradecidos. Hasta el último día no ahorraron ocasión de recordarnos su heroicidad. Había que hacer un gran ejercicio de suspensión de la realidad para solidarizarse, como si fuera una víctima heroica, con la dimisión de todo un vicepresidente de gobierno tras un revés electoral. Y desde luego, de la siguiente generación no cabía esperar que quedaran fascinados por el espectáculo.
La deriva ultra en la juventud es el legado, en forma de rechazo, del 15M
No se trata de hacer leña del árbol generacional caído. Los que no vimos el 15M con ojos adanistas, sabíamos desde el principio que el legado del gran happening iba a resumirse en poco más que en una nueva generación de políticos y cuadros de lo mismo de siempre. Nunca ocultaron sus objetivos en realidad, sólo los vistieron de modo diferente. Pero no vale ni con mirar para otro lado y culpar a los dioses mediáticos, ni con levantar un gran te lo dije. Si queremos dar una alternativa a la deriva ultra de los más jóvenes, hay que aprender y escuchar de su rechazo.
- La exaltación de la propia fragilidad, de la debilidad, de la violencia pasivo agresiva, no sólo es moralmente repugnante cuando se hace desde estructuras de poder, está generando una reacción de sentido contrario que puede acabar en culto a la brutalidad justificada por la necesidad de dar primacía a la acción, como están señalando todos los estudios sociológicos.
- La instrumentación política del relativismo posmoderno universitario («todo son relatos, lo que importa es el marco, cambiémoslo y cambiará la percepción») ha acabado en una devaluación de la verdad y del valor moral de la búsqueda colectiva de la verdad a golpe de zascas, demagogias y linchamientos que generó una previsible reacción de sentido contrario (el famoso elijo creer que...) que definitivamente esteriliza la discusión honesta, convierte todo debate en batalla de hooligans y hace de la manipulación sinónimo de política. El problema es que cuando la discusión se devalúa, los puntos de agarre que quedan, son el descrédito de todo el que propone algo, el prejuicio, la pasividad y la insensibilidad hacia los problemas de los demás... que es lo que sale también incluso en las propias encuestas que hacen los estudiantes.
- Si unimos la primacía de la acción -respuesta al ensimismamiento 15M- y el menoscavo de la reflexión -resultado de la erosión de la idea de verdad- el resultado es una concepción de la acción, que no pasa por construir nada, y aún menos alternativas. Es la moral de la boutade y el derrumbing. Es una respuesta al cinismo y las Olimpiadas del zasca, pero desde luego no es mejor. Potencialmente está más cerca de la turba linchadora que de la auto-organización. Y está claro quién legitimó el modelo.
- Al final el relativismo es inseparable del identitarismo. Más allá del feminismo es difícilmente reprochable que se entienda como algo más que como una excusa para justificar una superioridad moral impostada. Pero de nuevo, cuando todo se reduce a identidades en supuesto conflicto... tonto el último. Claro que la condición de los trabajadores y de los barrios no es una identidad, sino una realidad de clase con bases muy materiales que generan conflictos de intereses objetivos. Pero si se aborda desde el identitarismo... ¿hacia dónde se van a desviar los problemas del trabajo y el barrio? ¿No se moverán de la crítica de la estructura a la competencia con el recién llegado de identidad diferente? Según los estudios de organismos oficiales parece que por ahí van los tiros, así que: ¿No será la promoción del molde identitarista lo que está abriendo la puerta y legitimando la xenofobia antimigrante?
El cambio de discurso moral necesario para parar la deriva ultra
Vamos, que si se quiere poner coto a la deriva ultra entre los jóvenes, hay que empezar por afirmar una moral universalista, constructiva e igualitaria, que impulse tanto la reflexión como la práctica concreta y rechace de lleno el identitarismo, el victimismo y los juegos de poder pasivo-agresivos.
Sea hablando del trabajo o de los problemas de crianza, de la vivienda o de la inhabitabilidad de la ciudad, de la despoblación rural o de tecnología: ¡Basta de victimismo! ¡Basta de identitarismos! ¡Basta de discutir para ganar!
Es hora de afirmar una moral que enaltezca la capacidad colectiva, que sirva para auto-organizarse colectivamente. Para romper y pasar página, sí, pero construyendo soluciones y alternativas tangibles en el aquí y el ahora. Y que perduren.