11/1/2025 | Entrada nº 138 | Dentro de Modo de vivir

¿Se pueden salvar las culturas mediterráneas de la atomización social?

Las tendencias sociales y culturales que nos llegan desde EEUU -y cuyos resultados están en la base de los desgarros de la convivencia en aquel país- apuntan hacia una erosión brutal de las relaciones humanas no mercantiles y por tanto, hacia un desarrollo extremo de la atomización, la alienación y la soledad. Pero ¿se puede enfrentar un cambio cultural hacia el que apunta la evolución de toda nuestra civilización?

Hoy sólo hay una civilización con muchas culturas

Durante casi toda la Historia de la Humanidad existieron simultáneamente distintas civilizaciones. Incluso hubo un momento, allá por los siglos VIII y IX en el que la península ibérica fue parte protagonista del nacimiento de dos civilizaciones distintas: la civilización feudal cristiana y la civilización islámica. Ambas se expresaron, en un territorio de fronteras cambiantes, a través de distintas culturas y lenguas, y los aparatos estatales y grupos sociales que vivían en ellas segregaron distintas ideologías (religiosas).

Hoy en todo el mundo sólo existe una civilización: la civilización capitalista. Las distintas culturas, adaptadas mejor o peor al conjunto de reglas sociales que el capitalismo implica, guardan bajo una capa de funcionalidad al sistema, símbolos, valores y jirones ideológicos de instituciones de civilizaciones anteriores. Las grandes culturas actuales están así siempre en un cierto grado de contradicción, generalmente pasiva, con la civilización que, hoy por hoy, les da espacio (muchas veces exiguo) a cambio de adaptación.

La cultura anglo es el canario en la mina

En ese magma de culturas hay una, la anglo-norteamericana, que por haberse conformado en los dos principales imperios de la era capitalista y aunque tiene sus propias inercias y contratendencias, tiene poco que enfrentar a las tendencias sistémicas. No es el mal como algunos piensan, es el canario en la mina. Las tendencias sociales y culturales que se impongan en EEUU, tarde o temprano presionarán a todas las culturas del mundo empezando por las del llamado bloque occidental.

Hoy, en nuestro canal en Telegram, recomendábamos un artículo de The Atlantic titulado «El siglo anti-social» en el que se muestra bien cuales son las tendencias de fondo desde, al menos, los años setenta del siglo pasado: erosión brutal de las relaciones humanas no mercantiles y por tanto, atomización extrema, alienación y soledad. Los datos y ámbitos que narra el artículo son muchos y muy descriptivos. Si no lo habéis leído os animamos encarecidamente a hacerlo.

Lo que el artículo hace evidente es que las tendencias sociales y culturales que vienen van a poner en contradicción el nuevo normal que nos llega desde EEUU y lo que todavía nos gusta del modo de vivir característico de las culturas meridionales. Algunos ejemplos citados en el artículo:

  • El porcentaje de clientes de restaurantes que optan por llevarse la comida a casa en vez de comerla en el establecimiento ha pasado del 61% al 74% entre 2019 y 2023.
  • La proporción de adultos estadounidenses que cenan o beben algo con amigos una noche cualquiera ha disminuido más de un 30% en los últimos 20 años.
  • Las cenas en solitario han aumentado un 29% tan sólo en los últimos dos años.
  • Entre 1965 y finales del siglo XX, la socialización cara a cara disminuyó lentamente. De 2003 a 2023, se desplomó más del 20%. Entre los hombres solteros y las personas menores de 25 años, la disminución fue de más del 35%.
  • Desde principios de la década de 2000, la cantidad de tiempo que los estadounidenses dicen pasar ayudando o cuidando a personas fuera de su familia nuclear ha disminuido en más de un tercio.
  • Desde finales de los 70 hasta finales los 90, la frecuencia de recibir a amigos para fiestas, juegos, cenas, etc. disminuyó un 45%. En los 20 años posteriores la cantidad promedio de tiempo que los estadounidenses dedicaban a organizar o asistir a eventos sociales disminuyó otro 32%.
  • El porcentaje de tiempo pasado por un estadounidense medio en su hogar se duplicó respecto a 2003.
  • El porcentaje de adolescentes que salen con sus amigos al menos dos veces a la semana cayó por debajo del 55%. En los 80 alcanzó a casi un 85% de los varones y casi el 80% de las mujeres.

Hacia una exacerbación del individualismo

En realidad, lo que se ha vivido en EEUU desde 1968 es una una serie de cambios culturales confluyentes hacia la negación de todo lo comunitario. No fue un accidente. La pulsión mercantilizadora y anticomunitaria permanente que nace del sistema económico, se vio alimentada por la reorganización de las condiciones de trabajo, vehiculada por las sucesivas tecnologías de comunicación (de la TV a las apps) y jaleada por el individualismo descarado de los relatos y tipos humanos que los medios y el sistema de educación media y superior propagaron.

A las orillas del resto del mundo fueron llegando a lo largo de los años las sucesivas olas de este proceso con intensidad variable. Las culturas locales fueron más una inercia que una resistencia, sin ser capaces nunca de elaborar una alternativa. A fin de cuentas todas esas culturas (de China a Ecuador y de Finlandia a Chile) están modeladas por fuerzas económicas y grupos sociales similares a los estadounidenses. Es la misma civilización.

Así que si en EEUU se ha acelerado la mercantilización de las relaciones sociales y la atomización y aislamiento social de las personas, vivas donde vivas, especialmente si vives en el bloque occidental, verás pronto el mismo tipo de transformaciones en marcha con fuerzas renovadas.

¿Se puede resistir a un cambio cultural así?

Cambios culturales tan profundos como éste triunfan porque debajo tienen bases materiales reales y tangibles: cambios en la organización del trabajo, en la economía y en las tecnologías de uso cotidiano. No son el resultado consensos discursivos o modas ideológicas. En todo caso, producen unos y otras en la medida en que transforman la experiencia vital de poblaciones enteras.

En este caso, el centro de la transformación en el modo de vivir que solemos asociar a las culturas mediterráneas es la comunidad. A lo largo de estas décadas, la comunidad realmente vivida por la mayor parte de las personas en las grandes ciudades españolas se ha reducido hasta llegar a las fronteras de la familia niñocéntrica. Dicho de otra manera: la barbarie ha superado sin mayores problemas las distintas murallas del castillo en el que vive la cultura y se preparan para asaltar la torre del homenaje. De nada valdrá la batalla de las ideas sin reforzar materialmente lo comunitario porque al final la cultura expresa en prácticas y valores modos de vivir sostenibles dentro del marco de una civilización. Y eso significa que o somos capaces de construir un espacio social viable económicamente sin renunciar a su raíz comunitaria o todo lo que más valoramos en nuestras culturas será, muy posiblemente, barrido por una nueva ola de mercantilización, individualismo y atomización.

¿Cómo se hace eso? Unas veces constituyéndose en coop para comprar ruinas, hacerlas sostenibles aunque no necesariamente rentables y frenar la descomposión del tejido productivo, otras creando nuevas cooperativas de trabajo con lógica comunitaria desde el origen que sirvan a los jóvenes para conquistar el trabajo y poder así construir vidas con sentido, otras reforzando las organizaciones y el tejido ya existente, otras organizándose colectiva aunque efímeramente en torno a objetivos concretos para enfrentar necesidades sociales más inmediatas, otras... Las formas y tácticas concretas variarán en función de las necesidades y el contexto.

Pero una cosa es segura y común: es necesario organizar y organizarse con el trabajo en el centro para salir al mercado. Sin una base económica comunitaria, lo comunitario pasará a ser mera retórica barrida por una moral del sálvese quien pueda en una cultura del individualismo más mezquino y empobrecedor. ¿Primera parada? Únete a la conversación y pensemos juntos.

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