3 mitos individualistas destructivos
Las ideologías gerencialistas importadas de EEUU han producido monstruos que fracturan las empresas, erosionan el sentido de pertenencia y propósito de sus equipos, e inhiben la capacidad de emprendimiento. Nunca funcionaron más allá del papel, pero han generado una industria estéril que se sostiene por inercia.
En medio de una ola desindustrializadora en la que muchos miran hacia el cooperativismo y el emprendimiento colectivo como única alternativa viable para sostener el tejido productivo local, es fundamental criticar todos esos mitos para poder afirmar una alternativa fundamentada científicamente y probada en décadas de experiencia.
Vayamos con los más aceptados.
El mito del emprendedor visionario
Todos los ecosistemas de emprendimiento del mundo reposan sobre un fantasma: el mito del emprendedor visionario cultivado por las hagiografías y relatos promocionales la Big Tech. Es un mito individualista heredero de las fantasías literarias del liberalismo más burdo y degradado que tan influyente fue, y es, en Silicon Valley.
Es un relato que ha servido para decorar rutinariamente unicornios digitales con aspiraciones de monopolio global, pero ha consolidado un tipo de entorno emprendedor que ha fracasado a la hora de impulsar el emprendimiento real y dinamizar económica y socialmente ningún territorio fuera de su cuna original.
Algo interesante: toda la literatura sobre incubadoras y emprendimiento insiste en que el emprendimiento de proyectos normales, funciona mejor cuando se ve acompañado de programas de mentoring. Es decir, cuando más allá de conocimientos técnicos y de gestión, se le da al emprendedor alguien con quien compartir angustias y del que recibir algún tipo de apoyo emocional. La verdad incómoda bajo el hallazgo: en EEUU, cuna cultural del mito, el 72% de los emprendedores están preocupados por su salud mental, más del 80% sufre síndrome del impostor y una mayoría abrumadora ve tensadas sus relaciones familiares y comunitarias, lo que convierte al emprendedor en una de las ocupaciones con mayor prevalencia de la soledad no deseada.
Emprender en solitario o en esa inevitable relación de cooperación-competencia de los grupos de socios cuando se está formando una empresa de capital, exacerba el miedo al fracaso y el sentimiento de inferioridad. A partir de ahí estamos en un cuadro adleriano típico que oscilará entre la evitación (si, pero) del que se echa atrás y la autoafirmación mesiánica de tantas start ups de dirección tiránica que queman cohortes enteras de trabajadores.
La pregunta inevitable es por qué prácticamente nadie reparó en el emprendimiento cooperativo y cuando lo hizo lo hizo adoptando los presupuestos ideológicos del modelo disfuncional del emprendedor visionario y el liderazgo emprendedor. La respuesta seguramente esté en el poder seductor de los mitos y en que cabalgar los hypes suele facilitar las ventas -el problema de hoy- aunque mine los resultados de mañana. Hacen falta valores fuertes para saber nadar contracorriente.
Pero tampoco el emprendimiento cooperativo, por sí mismo, soluciona el problema de base. Eso sí, al menos lo visibiliza desde el primer momento al enfrentar a los emprendedores con sus lógicas privadas que les confirmarán su miedo al fracaso por una cosa u otra y a menudo chocaran además entre sí. Esto se produce porque está en la esencia misma de la cooperativa de trabajo la necesidad de establecer la lógica de pertenencia por el aporte, una comunicación clara capaz de sostener la confianza y sustituir las lógicas de culpabilidad ante el error por lógicas de aprendizaje colectivo.
Es decir, el éxito de un emprendimiento cooperativo depende no sólo de las capacidades técnicas y de la situación de mercado, sino también de la capacidad del grupo emprendedor para constituirse en una comunidad de trabajo saludable para sus miembros.
Por eso toda organización que quiera innovar, aumentar su capacidad para enfrentar retos, o simplemente mejorar su ambiente laboral, tiene mucho que aprender de la experiencia del emprendimiento cooperativo de trabajo que ha conseguido consolidarse como comunidad de trabajo.
El coacher
El coaching es la (falsa) respuesta individualista y acientífica a los problemas creados por el mito individualista del emprendedor y el líder que la Psicología y los estudios señalan en las empresas y el mundo del emprendimiento. Es intentar enfrentar los problemas que genera el marco individualista reforzándolo.
El coacher es un predicador que intenta vencer el miedo al fracaso del emprendedor o el trabajador convenciéndole, muchas veces con técnicas sectarias, de su propia capacidad autónoma, llevándole a esperar cambiarlo todo cambiando únicamente su propia auto-percepción y actitudes. Es decir, separando cómo se entiende a sí mismo de las relaciones sociales en las que se desenvuelve sin plantear siquiera la existencia de un marco colectivo que pueda hacerse consciente y definirse en común.
Resultado: multiplicar la atomización y glorificar la soledad autoinfligida. A fin de cuentas es un discurso de motivación para el liderazgo, su ámbito va del lobo solitario al perro ovejero, no va de reconocerse con iguales para construir entre pares y encontrar propósito común.
Los equipos de alto rendimiento
Los llamados equipos de alto rendimiento son un derivado colectivo de la lógica del liderazgo. Son el sueño del manager. El problema es que, animado por consultores, el gerente no dudará en segregar los equipos existentes para conseguir uno, fracturando lo que generalmente es una comunidad disfuncional falta de propósito común, en grupos divorciados entre sí. En vez de trabajar el propósito en común de modo que el que quede fuera pueda entender por qué sin afectar a los demás y sin hundirse moralmente, se renuncia a lo colectivo como primer paso.
El resultado será, en el mejor de los casos, un equipo de alto rendimiento aislado, rodeado de uno o más grupos lastre que verán cumplidas las profecías de su lógica privada y se acomodarán al fracaso laboral como si se tratara de un destino inevitable. A medio plazo los abandonos y despidos en este segundo grupo acabarán afectando el sentido de propósito de todos y el alto rendimiento empezará a hacer aguas.
¿Qué falla?
- La comprensión de que la formación de una comunidad de trabajo es un proceso orgánico. No se puede crear una mecánicamente cortando y pegando personas en un organigrama.
- Pensar que el que no encuentra un espacio de aporte es simplemente prescindible como si su suerte no influyera en la de todos los demás.
- Pensar que la persona que disfruta su trabajo y lo saca adelante no depende, también anímicamente, de los demás miembros del equipo.
- Pensar que el propósito, los eventuales retos y los objetivos de la organización son la misma cosa y que no tienen por qué alinearse con los retos, objetivos y propósitos vitales de cada miembro. Desde este planteamiento, lo probable es que incluso cuando las cosas aparentemente funcionen, lo hagan por los motivos equivocados, por ejemplo porque el supuesto trabajador motivado tenga como motivación principal huir de su familia o invisibilizar su soledad y falta de amigos.
Una alternativa con fundamento científico
La Psicología clínica tiene un aporte que hacer...
En nuestro cuaderno «Adlerianismo para comuneros» avanzamos ya mucho de lo que la Psicología adleriana, una corriente de la Psicología centrada en la dimensión comunitaria que encaja con los avances en neurociencias de las últimas décadas, puede aportar como guía para la definición del crecimiento orgánico de una colectividad o comunidad de trabajo. El counseling adleriano aplicado a grupos nos da una primera aproximación a un tipo de intervención muy diferente del coaching, el team building y la consultoría de recursos humanos al uso.
El objetivo de este tipo de intervenciones, que parten de la sistematización de la experiencia de intervenciones profesionales en centros de trabajo, es crear las condiciones, en cada uno y colectivamente, para definir un propósito común y hacer posible una pertenencia efectiva por el aporte. No de una forma mecánica, como cualquier metodología participativa tipo Sociocracia, sino impulsando un trabajo que sirva a la vez de base al fortalecimiento de la seguridad y la superación de las trabas de cada uno.
...a las organizaciones sociales y los entornos de emprendimiento
Tanto las asociaciones y ONGs como los programas de emprendimiento tienen mucho que ganar si repiensan sus equipos como comunidades de trabajo, pero aún más si son capaces de convertirse en entornos que impulsen el desarrollo personal de sus miembros más allá de las consecuciones de objetivos.
Para conseguirlo, aceptar los mitos del management y el emprendimiento tecnológico es contraproducente e implantar la gestión por retos no basta. Por eso estamos trabajando con profesionales y destilando metodologías implantables en distintos entornos. Somos conscientes de que necesitamos ese esfuerzo de investigación para poder impulsar de verdad el emprendimiento cooperativo, especialmente entre los jóvenes.
¿Te interesa el tema? ¿Crees que puede ser útil a tu asociación, cooperativa o proyecto? Hablemos.