El libro y el debate
Por una vez el libro que todos los medios comentan en EEUU es un libro académico. Lo publica la Universidad de Chicago y se llama «The two parents priviledge».
El título es una ironía sobre la metodología habitual del feminismo y el racialismo anglosajón a la hora de considerar «privilegio» cualquier cosa que correlaciona, en cualquier grupo identitario con indicadores de éxito o supervivencia olvidando lo más básico: la clase social. Viene a decir algo así como: «¿buscáis algo que realmente trasciende la clase social? Aquí lo tenéis».
El libro refleja un conjunto de hechos bastante conocido y coherente: los niños que se crían en una familia biparental, en comparación con los que lo hacen en un entorno monoparental (abrumadoramente, madres que crían solas) consiguen, de media mejores resultados que el resto de los que nacen en entornos de ingresos similares en todos los ámbitos cuantificables de la vida, desde la mera supervivencia al nivel de estudios y el primer trabajo.
Deriva de ahí una tesis bastante chocante: que si las tasas de matrimonio -pequeña trampa, pues el matrimonio es cada vez menos la forma de la pareja estable- aumentaran en vez de reducirse, la sociedad estadounidense se haría más equitativa, próspera y justa.
Las reacciones: elogio del matrimonio vs lamento por la insensibilidad de los varones
La conclusión de muchos opinadores ha sido algo así como un gran «que se casen». Entre otras cosas porque en la última década las familias monoparentales se han multiplicado entre las personas con estudios universitarios (un indicador que en EEUU significa mucho más desde el punto de vista de clase que en Europa meridional).
Sobre este grupo social, conocido en tiempos menos medrosos como «pequeña burguesía universitaria», no faltan estudios y encuestas. ¿Qué nos dicen? Que la divisoria de los estudios universitarios marca una frontera entre dos mundos muy muy distintos, también a la hora de elegir pareja y plantearse una relación a largo plazo con ella.
El 45% de las mujeres con educación universitaria dice que no poder encontrar a alguien que cumpla con sus expectativas es un factor importante, mientras que sólo el 28% de las mujeres sin educación universitaria sienten lo mismo.
Esta brecha educativa es ligeramente menor entre los hombres. Un tercio (33%) de los hombres con educación universitaria afirman que no encontrar a alguien que cumpla con sus estándares es un factor importante para ellos, en comparación con el 19% de los hombres sin educación universitaria.
¿En qué consiste esta fractura? Ahí no se quiere mirar demasiado pero es significativo. En los grupos más precarizados y con menores ingresos se busca de la pareja un aporte de estabilidad. Entre la pequeña burguesía universitaria en cambio, las demandas insatisfechas reconocidas son fundamentalmente de carácter emocional.
Adivinen en qué grupo se centra el New York Times. Sí, claro, ahí el problema parece ser que buena parte de de los varones están «limitados en su capacidad y voluntad de ser plenamente emocionales». Y para mostrarnos hasta qué punto es algo intrínseco nos cuenta, entre otras cosas, el resultado de un ejercicio con niños a los que se pidió que imaginaran un día desde la perspectiva del otro sexo. Descubrimos entonces que:
Mientras que las niñas escribieron ensayos detallados que demostraban que ya habían dedicado mucho tiempo a pensar en el tema, muchos niños simplemente se negaron a hacer el ejercicio o lo hicieron con resentimiento.
¿De qué va ésto en realidad?
El problema del monoporalentalismo que crea un problema social, el de los trabajadores de bajos ingresos de EEUU (que son millones), es que no es voluntario. La cuestión para millones de personas no es matrimonio sí o no. No viven en un mundo súbitamente descreído de la institución tradicional para organizar la pareja. Viven en un mundo donde lo que prima es la pobreza más descarnada y el sálvese quién pueda.
La multiplicación de familias monoparentales no nace de un inexistente guerra cultural entre sexos, es el resultado de un verdadero proceso masivo de descomposición social. Por eso pobreza y familia monoparental correlacionan históricamente.
Dicho de forma mucho más simple: es difícil establecer una relación a largo plazo con alguien para desarrollar una crianza en un ambiente de precariedad total, inseguridad física y explosión del consumo de opioides.
Una ventana a la realidad social estadounidense
Si queréis imaginarlo no hace falta que vayáis al ghetto. Volved a ver la excelente serie «Mare of Eastdown», todo un retrato material y emocional del EEUU de cada día para la mayoría de sus habitantes.
Los personajes, como la mayoría de los trabajadores estadounidenses de todas las razas y sexos, sufren un nivel de precarización y una fragilización brutal en todos los planos. Un paisaje en el que la protagonista -interpretada por una fantástica Kate Winslet- lucha, en realidad, contra las consecuencias de la destrucción de los lazos interpersonales fuertes y del sentido de comunidad.
Los términos del actual debate sobre la crianza biparental estadounidense parecen arcaicos si lo comparamos con la serie. La supuesta elección entre crianza monoparental y crianza biparental en el marco de un matrimonio parece de otro mundo cuando ponemos al lado la casa de la protagonista.
Mare es el centro de una familia extendida por aluvión, formada al recoger distintas generaciones del naufragio general del entorno. Esta familia, tan lejos de los problemas ideológicos e identitarios habituales en las series de las plataformas, está atravesada por la destrucción de las rutinas más básicas de lo comunitario. En casa de Mare cocinar es sinónimo de pasar bandejas de «mac and cheese» por el microondas y comer juntos una coincidencia bastante azarosa. El realismo es lo que tiene.
Volviendo a Europa de nuevo, la cuestión comunitaria y la crianza
El desarrollo de la descomposición social y la proliferación de hogares al estilo «Mare de Eastdown» como forma de resistencia, avanza en todo el mundo. También en la Europa mediterránea aunque sus consecuencias se vean menos, en parte porque la existencia de una fuerte cultura familiar y comunitaria ha permitido una mayor capacidad de resistencia bajo modelos más sólidos a la mayoría.
Sin embargo, ya vimos que el efecto de la crisis del 2008 sobre el modelo familiar en España dejó tocada para siempre a la familia nuclear solidaria de los 90, impulsando un nuevo modelo, la «familia niñocéntrica», que tiene todas las papeletas de estallar con el próximo bofetón de la crisis económica y la próxima oleada de austeridad.
Mientras tanto, la cuestión familiar todavía aparece en Europa en unos términos que permiten ir más lejos que el debate estadounidense a la hora de plantear soluciones y alternativas conscientemente.
Parece claro aquí todavía, entre otras cosas porque hay una búsqueda social en marcha, que de lo que se trata es de apoyar a la familia mononuclear en comunidades más amplias con independencia de que la familia sea monoparental o biparental, incluya o no a los abuelos o esté formada por un conjunto de adultos resultantes de procesos de divorcio y reconformación familiar que distribuyen entre ellos la responsabilidad sobre el cuidado y educación de un grupo de niños y mayores dependientes con distintos lazos de parentesco entre sí.
Al final, la cuestión, siempre y en todos los ámbitos, es construir comunidad, porque sin ella, habrá cada vez menos libertad y seguridad para cualquier desarrollo vital, sea para tener una relación afectiva a largo plazo, para criar hijos o simplemente para vivir y desarrollarse humanamente.