El sueño literario del cooperativismo transnacional
El nacimiento del Ciberpunk
El Ciberpunk ha pasado a la historia de la ciencia ficción como un subgénero marcado por la exploración distópica. Neuromancer (1984) la novela de William Gibson con la que suele datarse el arranque de la ola que marcaría los siguientes quince años, sin duda encaja en la definición.
En aquel momento sin embargo, la novela no se vio como el nacimiento de un movimiento literario sino como la consagración de un autor brillante que iba por delante de una nebulosa de jóvenes de formación universitaria y experiencia digital que comenzaban a plantear nuevos temas en escenarios postindustriales muy alejados de las space operas heredadas de la época asimoviana.
El primer intento de una reinterpretación en términos de movimiento llegará casi inmediatamente de la mano de Bruce Sterling con Mirrorshades, the cyberpunk anthology (1986). Pero lo cierto es que en la segunda mitad de los ochenta Neuromancer se considera fundamentalmente una novela de autor, no un cambio de los paradigmas de la ciencia ficción. No se entiende como el manifiesto de una corriente literaria sino como la entrada de la ciencia ficción a la gran literatura. Ésta es al menos la interpretación general hasta 1989 cuando Dan Simmons publica Hyperion, un verdadero homenaje a la historia de la literatura inglesa a la que presenta como un arco narrativo coherente desde los Cantebury Tales a... Neuromancer. El mismo Sterling venía de publicar Schismatrix (1985) una space opera.
Y es que convertir el momentum de Gibson en la base de una escuela o al menos de una generación de escritores no era tan fácil. Sterling podía seleccionar cuentos y autores de su edad y rescatar obras precursoras como Software (1982) de Rudy Rucker o Do Androids Dream of Electric Sheep? (1968) de P.K. Dick, pero estaba claro que su estrategía no tendría opciones reales de éxito si no aparecía una novela tan icónica como la de Gibson que pudiera colocarse como parte de algo común.
Imaginando un futuro marcado por Mondragón, la globalización y la digitalización
Y eso fue lo que, tras ensayar escenarios y problemas nuevos con una increíble colección de cuentos que no se editarán hasta 1989, hará con Islands in the Net (1988), el verdadero nacimiento del Ciberpunk, una no-utopía épica y terrena a años luz del género distópico.
La inspiración principal del núcleo argumental de Islands in the Net fue el I Congreso del Grupo Cooperativo Mondragón, que había tenido lugar el año anterior. En él lo que hasta entonces se conocía como las cooperativas de Mondragón sentaron las bases para convertirse en la corporación de hoy. Sumaban entonces 18.262 socios trabajadores y 1.081,82 millones de euros de facturación, de los cuales 213,96 eran exportaciones. Unas cifras inmensas para una compañía española de la época, no hablemos para una cooperativa de trabajo.
Si Sterling quería imaginar un mundo marcado por conflictos diametralmente opuestos a los de la Guerra Fría, todavía omnipresente y aparentemente interminable en 1988, y al mismo tiempo buscar el germen de un nuevo movimiento capaz de poner el mundo del revés, no había mejor punto de partida. Le llamó, y entonces era una novedad, Democracia Económica. Los otros dos ingredientes de la no-utopía que había puesto en marcha también estaban en fase germinal entonces: globalización y digitalización.
El cooperativismo transnacional según Sterling
Las ideas e instituciones que protagonizaban la historia hicieron volar la cabeza de no pocos lectores y jóvenes cooperativistas del momento. Sobre todo porque las «corporaciones» protagonistas son en realidad cooperativas de trabajo transnacionales que se organizan como gigantescas colectividades basadas en la propiedad colectiva...
— ¡Nos sorprendió ver que, sin Rizome, ustedes apenas poseen nada! Por supuesto, tienen sus participaciones, pero las cosas que han construido no les pertenecen…, simplemente las dirigen para su corporación. ¡Conocemos fontaneros con salarios más altos que los de ustedes!
... con una moral y una cotidianidad desmercantilizadora, una verdadera afirmación de la abundancia.
— ¿... una especie de directora de hotel?
— En Rizome no tenemos puestos de trabajo, doctor Razak. Sólo cosas que hacer y personas que las hacen.
— Mis estimados colegas del Partido de Innovación Popular podrían llamar a esto ineficiente.
— Bueno, nuestra idea de la eficiencia tiene más que ver con la realización personal que con, hum, las posesiones materiales
— Tengo entendido que un amplio número de empleados de Rizome no trabajan en absoluto.
— Bueno, nos ocupamos de los nuestros. Por supuesto mucha parte de esta actividad se haya fuera de la economía del dinero. Una ecnomía invisible que no es cuantificable en dólares.
— En ecus1 , querrá decir
— Sí, lo siento. Como el trabajo del hogar: ustedes no pagan ningún dinero por hacerlo, pero así es como sobrevive la familia, ¿no? Sólo porque no sea un banco no quiere decir que no exista. Un inciso, no somos empleados de, sino asociados.
— En otras palabras, su línea de fondo es alegría lúdica antes que beneficio. Han reemplazado ustedes el trabajo, el humillante espectro de la producción forzada, por una serie de variados pasatiempos como juegos. Y reemplazado la motivación de la codicia con una red de lazos sociales, reforzados por una estructura electiva de poder.
— Sí, creo que sí..., si comprendo sus definiciones.
— ¿Cuánto tiempo transcurrirá hasta que eliminen enteramente el trabajo?
Una moral que, de alguna manera, cala en el conjunto social transformando las identidades individuales llevándolas hacia la valoración y centralidad del trabajo y el conocimiento.
— Laura, me gustan mis posesiones y he pagado por todas ellas. Quizás ahora la gente no valore las posesiones como lo hacíamos en el premilenio. ¿Cómo podrían? Todo su dinero se va en la Red. En juegos, o negocios, o televisión..., cosas que llegan a través de los cables. —Cerró la cremallera de su maleta—. Los jóvenes de hoy en día quizá no anhelen un Mercedes o un jacuzzi. Pero lucharán como leones por su acceso a los datos.
Laura se mostró impaciente.
—Eso es una tontería, mamá. No hay nada malo en sentirte orgullosa de lo que sabes. Un Mercedes es sólo una máquina. No demuestra nada acerca de ti como persona.
Esta moral alimenta no sólo a las cooperativas transnacionales como Rizome, Kimera o Farmen, sino a toda una multitud de grupos que, dentro y fuera de ella, crean innovación tecnológica, construyendo un poder cada vez más en conflicto con los estados.
No se trata de política. Se trata de tecnología. No es su poder lo que nos amenaza, es su imaginación. La creatividad procede de los grupos pequeños. Los grupos pequeños nos proporcionaron la luz eléctrica, el automóvil, el ordenador personal. Las burocracias nos dieron las centrales nucleares, los embotellamientos de tráfico y las redes de televisión. Las primeras tres cosas lo cambiaron todo. Las tres últimas no son ahora más que un recuerdo.
El conflicto revolucionario del futuro sterliniano
De ahí nace el conflicto último que alimenta la trama y que vamos descubriendo a la par que la protagonista.
En el mundo de Islas en la Red los estados nacionales mantienen una cierta hegemonía alrededor de la Convención de Viena, un acuerdo internacional que les une en el control de las democracias económicas y de los enclaves (paraísos fiscales y de datos) donde éstas, los piratas y todo los que por cualquier motivo intentan escapar del control estatal, guardan sus contabilidades, sus secretos y su dinero.
A lo largo de la novela los estados recurrirán cada vez más a las intervenciones militares para controlar el crecimiento de todo lo que se les escapa, haciendo un uso cada vez más asiduo del FACT (Free Army of Counter-Terrorism), la unidad de intervención militar de los países del Convenio de Viena. FACT ha convertido Malí en su base de operaciones destruyendo de paso el fallido estado local. Pero su control no es total, se enfrentan a las guerrillas tuareg, que, como otros movimientos antiglobalizadores de todo el mundo, proclaman que la única manera de mantener su autonomía es volver a un estado tecnológico pre-digital.
Mientras, algunas de las democracias económicas, como Rizome, aún siguen pensando en términos de lealtades nacionales, o al menos de lealtad al sistema internacional. Se piensan a sí mismas en un plano diferente a los estados. Sin embargo, otras democracias económicas como Kimera, ven la oportunidad de crear un nuevo orden postnacional y no reconocen lealtades identitarias fuera de su propia casa.
La novela termina en 2025 con una reunión entre el consejo social de Rizome -en el que acaba de ingresar la protagonista- y el de Kimera, que está agrupando a las demás democracias económicas para forzar su entrada en el Convenio de Viena en pie de igualdad con los estados y desmantelar la FACT creando en su lugar un equivalente propio.
— ¡Pero están hablando ustedes de una revolución global!
— Llamémoslo «racionalización » sugirió Yoshio, tendiendole a Mika una bandeja. Suena mejor. Extirpamos las barreras innecesarias del flujo de la Red global. Barreras que resultan ser los gobiernos.
— Pero, ¿qué tipo de mundo nos dará eso?
— Eso dependerá de quién haga las nuevas reglas dijo Yoshio. Si uno se une al bando vencedor, obtiene derecho al voto. Si no, bueno... Se encogió de hombros.
—¿Sí? ¿Qué ocurrirá si su bando pierde?
— Entonces las naciones tendrán que luchar contra nosotros, para poder acusarnos finalmente de traición dijo Mika. Oh, lo harán, finalmente. Quizás en unos cincuenta años. (...)
—Las elecciones en Rizome van a producirse ya — recordó Yoshio ―. Dicen ustedes que son demócratas económicos. Si creen ustedes en la Red, si creen en su propia moral... no pueden escapar a esa línea de acción. ¿Por qué no lo someten a votación?
Treinta y seis años después
Los cambios del mundo
En todo periodo histórico hay unas tendencias sistémicas -lo que la lógica del sistema económico impulsa-, unas tendencias reactivas -la resistencia de los desplazados que buscan una marcha atrás- y unas tendencias antisistémicas, que buscan la superación del sistema llevando sus propias tendencias a un nuevo equilibrio de poder.
El periodo histórico que se abría hace 36 años puso en marcha la globalización, la digitalización y el intervencionismo militar de coaliciones estatales -las tendencias sistémicas-, tuvimos un renacer del integrismo islámico, de un cierto ludismo antidigital y hasta del nacionalismo tuareg -las tendencias regresivas. Pero no dio lugar a grandes democracias económicas, ni a una nueva moral del trabajo y el conocimiento más allá de pequeños núcleos -las tendencias antisistémicas que Sterling había propuesto en Islands in the Net.
La única tendencia antisistémica que en el periodo alcanzó un nivel reseñable fue el movimiento de las comunidades de software libre, punta de lanza de los nuevos comunales universales. Mientras tanto, el sector hegemónico en el mundo cooperativo erosionó los fundamentos del cooperativismo al punto de su casi total desaparición de la escena pública como alternativa social.
Ese escenario se está descomponiendo a marchas forzadas desde 2017, o si se prefiere, desde la crisis financiera de 2008. A falta de unos meses para 2025, el año en el que las Democracias Económicas se planteaban en la novela la toma del poder global, la perspectiva no es la superación de los estados y el orden internacional basado en intervenciones militares, sino una nueva división del mundo en bloques armados en torno al militarismo y el recurso, aparentemente incontestado, a la guerra. Por otro lado, el paso de Internet distribuida a la Internet de los servicios altamente capitalizados y centralizados por la Big Tech y de ésta a la Internet de la IA, con los mismos centralizadores, ha cambiado radicalmente el modo de ver la digitalización. La innovación y las tecnologías distribuidas no parecen ya a nadie una alternativa a la política a la hora de distribuir el poder y abrir paso al comunal.
Democracia Económica en nuestro siglo
Islands in the Net enunció por primera vez el sueño de un cooperativismo transnacional capaz de ofrecer a sus miembros una alternativa que encarara simultáneamente la erosión de la cohesión social que despuntaba entomces con Reagan y Thatcher, y la fractura, que crecía sin parar desde la postguerra, entre las condiciones generales de vida y acceso a los recursos y el conocimiento en los países más capitalizados y el resto.
Hoy no estamos donde los protagonistas de la novela estaban en el 2024 imaginado por Sterling. No tenemos grandes democracias económicas como las Rizome, Kimera o Farben de la novela, tenemos algo muchísimo más modesto: Communalia, una asociación internacional nacida para crear mecanismos de solidaridad, trabajo colectivo y acción social entre cooperativas de trabajo de distintos lugares de Europa. No copa portadas, pero es real y aporta a nuestro entorno en cada uno de los lugares en los que las cooperativas miembros se asientan o trabajan.
Hoy, por fin, la idea de un cooperativismo de trabajo transnacional y orientado hacia la abundancia, ya no es ya un sueño ni una utopía literaria, es un trabajo en marcha.