Un panorama general del asociacionismo social rural
Las asociaciones tradicionales que agrupan a la mayoría de los mayores de 45
Las asociaciones de mujeres -jubiladas en su mayoría- son las más cohesionadas, con una base social más activa y dinámicas regulares de autofinanciación. Son también las asociaciones más conectadas entre sí. Pero echaban de menos poder incluir a mujeres más jóvenes y se proponen, dado que los tiempos han cambiado, salvar el salto generacional invitando también a las parejas masculinas de sus socias más jóvenes -en la cuarentena y la treintena- a participar en actividades como cursos de cocina y repostería tradicional.
El resto de asociaciones tradicionales cuentan que a la hora de organizar actividades no tienen problemas para encontrar quién colabore. Esto es significativo porque muchas de ellas organizan eventos realmente grandes para la escala de las poblaciones y comarcas en las que se asientan. Sin embargo, comparten en su mayoría dos quejas:
- El día a día de la asociación recae siempre sobre los mismos, generalmente un subgrupo de la Junta directiva.
- No hay recambio generacional en ese grupo porque los más jóvenes -de 50 para abajo- no quieren adoptar ese nivel de compromiso aunque colaboren en actividades concretas.
Algunas de estas organizaciones están salvando esta situación mediante distintas fórmulas de colaboración entre asociaciones. Bien a nivel local entre asociaciones de distinto tipo, bien a nivel comarcal o regional entre asociaciones con actividades y fines similares.
Pero aunque la falta de renovación entre los que tiran del carro se supla con una cierta mutualización de actividades dentro del sector asociativo, que no deja de tener efectos positivos, el cuadro general es preocupante por lo que revela:
- Existe una cesura generacional clara alrededor de los 45 años que hace difícil eso que llaman el recambio generacional. Este acantilado generacional se produce, aunque con menos dramatismo, incluso en los modelos comunitarios más innovadores.
- El resultado hace a las asociaciones más frágiles en un contexto general de despoblación y envejecimiento, poniendo en cuestión su sostenibilidad a medio y largo plazo. Han mantenido su base pero ven como su edad media aumenta año tras año.
Las asociaciones y cooperativas integrales de la ola 15M que agrupan a una parte de la generación entre 45 y 30 años
Los grupos nacidos durante la crisis del 2009 ligados de una manera u otra al 15M que agrupan personas que tienen ahora entre 45 y 30 años, intentaron innovar en el modelo organizativo y en los discursos, pero tienen problemas mayores.
- No han conseguido consolidar una base social estable que mantenga un trabajo regular y sostenga objetivos, por lo que tampoco han fundamentado un recambio generacional sólido. No agrupan a los veinteañeros más activos de hoy.
- Mirando en perspectiva, comparan la vida organizativa que han conocido durante estos quince años con una montaña rusa de crecimientos seguidos por crisis internas más o menos desmoralizantes o dolorosas.
- La queja de los que tiran del carro se reproduce aquí también. La existencia de distintos niveles de compromiso sin embargo se manifiesta de una manera distinta a la de las asociaciones tradicionales. Los menos comprometidos no se limitan a ser colaboradores, sino que se convierten en fiscalizadores activos -no siempre bien informados- y a veces en palo en la rueda del equipo directivo, sin querer tomar tampoco la responsabilidad de organizar y mantener la actividad cotidiana.
- En los modelos de cooperativa integral, no sólo no funcionaron las otrora famosas monedas locales sino que la promesa de integralidad (que no era otra cosa que un mercado interno entre productores independientes) tiende hoy a convertir a las cooperativas integrales -al menos a las portuguesas- en plataformas de facturación para socios que no están dados de alta como autónomos y a los que reintegran luego los ingresos generados con contratos laborales clásicos que no corresponden a una actividad laboral real. Este tipo de contradicciones entre la actividad económica y la forma en que se declara al estado suele ser fuente de disgustos y cuando menos hace más difícil e intensiva en trabajo la gestión de las cuentas.
Asociaciones (neo)tradicionales que agrupan a la generación entre 35 y 25 años
Son asociaciones de jóvenes trabajadores que se agrupan sobre el modelo tradicional: grupos de amigos, algunos ya con hijos, que se dan una forma legal para hacer actividades concretas de interés general.
Colaboran en las actividades comunes de las asociaciones de los pueblos y realizan algo especialmente importante en las zonas rurales: mantener la ligazón entre los que no volvieron al acabar los estudios y los que lo hicieron o se quedaron.
Sus problemas no son estructurales: su base es estable, no tienen mayores dramas organizativos ni conflictos internos y sus dificultades características son las propias de mantener una red orientada a la acción local pero dispersa geográficamente.
Consiguen la estabilidad por dos vías: son fundamentalmente un grupo de amigos de infancia/adolescencia decidido a mantenerse unidos; y realizan algún trabajo colectivo concentrado en el tiempo (un evento, un programa de actividades) especialmente intenso pero también valorado por el entorno.
Donde la despoblación no se revierta, el futuro asociativo de los pueblos estará basado en asociaciones que se parecerán a las asociaciones juveniles de hoy: serán organizaciones de apoyo a los pueblos en las que muchos de sus miembros los tendrán como segunda residencia para los fines de semana y las vacaciones.
Algunas ideas maximalistas
El entusiasmo social viene y va...
Cada cierto tiempo se producen subidones sociales. Momentos en los que emerge una preocupación o una consciencia colectiva que despiertan un mayor deseo de compromiso entre un mayor número de personas. Estas fases activistas o culminan relativamente pronto con el logro de lo que se pretendía o generalmente, decaen y decaen con ellas los compromisos de la mayor parte de los que se habían asociado.
Llegados a ese momento, no se puede sustituir una base social que se descompone con voluntarismo del equipo que quiere seguir dando continuidad al esfuerzo. Tarde o temprano llegan a las mismas conclusiones: sólo pueden mantener una actividad que ha de ser necesariamente más intensa conforme más socios se bajan, si dan el salto a la profesionalización. Eso generalmente va acompañado de un atrincheraramiento en los órganos de gobierno porque ya se ha roto definitivamente la igualdad: para unos es una causa y una comunidad de la que participan, para otros es su modo de vida y su verdadera comunidad los que han optado por el mismo camino.
La burocratización es muchas veces un intento de reconocer y adaptarse a la desigualdad de compromisos cuando la ola baja. No acaba bien, entre otras cosas porque se sostiene sobre una igualdad entre socios heredada del momento inicial de entusiasmo -cuando parecía que todos se compremeterían cada vez más-, que ya no es cierta.
... si el trabajo colectivo no articula la vida comunitaria
Los humanos somos seres orientados por objetivos. Por eso las fuerzas centrífugas de cualquier comunidad humana se multiplican cuando no hay un trabajo colectivo que una los objetivos al presente.
Una asociación o cooperativa orientada al consumo -de alimentación sana, de actividades culturales, de un espacio, de una vivienda en propiedad colectiva, etc.- sufrirá fuerzas centrífugas cada vez mayores si no pone en el centro el trabajo colectivo. Esto tiene dos vertientes:
- De un modo general el trabajo en pos de lo que se pretende lograr. Asociaciones como las de mujeres que citábamos antes, realizan actividades casi diariamente. Las asociaciones juveniles neotradicionales se revitalizan y consolidan a través de actividades regulares socialmente extraordinarias. Ese trabajo colectivo no sólo une en el hacer, genera responsabilidad colectiva y un cierto tipo de conocimiento que se pone inmediatamente en común y que crea un nosotros que tiende a consolidar la comunidad en el tiempo.
- En un sentido concreto, de trabajo remunerado, sin metabolismo económico común, es fácil que los objetivos personales diverjan cada vez más del objetivo social. Sin trabajo e ingresos en el centro, el objetivo social perderá peso en el balance vital global de cada uno conforme sus ingresos decaigan o aumenten sus necesidades. Por eso, en las organizaciones generacionales, la llegada del grueso de miembros a la edad paternidad es un momento de crisis.
Pero hay formas de organización mejores
Lo que define a un grupo humano organizado es el conjunto de compromisos que unen a las personas que lo forman entre sí y con unos objetivos comunes. Y si pensamos que la organización es un producto del grupo humano que le da vida, es lógico pensar que la forma de organizarse debe responder a los distintos niveles y formas de compromiso de sus miembros.
No hay nada positivo en que todas las personas interesadas en un mismo tema formen parte de una misma asociación con un estatuto que les confiere iguales derechos pero pocos o ningún deber. Un sistema así -que es el generalizado- sólo puede llevar a una disolución de la responsabilidad colectiva. Y esa es la causa de la mayoría de los problemas internos tanto en cooperativas como en asociaciones.
Pero no es el único modo posible de organizar compromisos que siempre serán desiguales. Se pueden establecer niveles de deberes y derechos dentro de una organización (socios plenos y socios colaboradores). O se pueden combinar estructuras que por sí mismas segreguen y articulen entre sí distintos grados de compromiso.
Por ejemplo, sabemos que las cooperativas de consumo sufren una y otra vez procesos de caída de la participación y burocratización. ¿Por qué no separar desde el comienzo la estructura entre una cooperativa de trabajo y un club de compra?
Las dificultades añadidas por el «espíritu de época» dominante entre el 15M y el Covid
En las organizaciones nacidas durante las agitaciones que siguieron al crack de 2009, especialmente tras el 15M, hay algunos valores y características que nos llaman la atención y que merecen un cierto esfuerzo de interpretación, entre otras cosas porque las separan de las asociaciones posteriores que hemos llamado neotradicionales que son mucho más estables.
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La insistencia en la participación. Relativamente normal entre unos jóvenes universitarios que se sentían al mismo tiempo temerosos y excluidos del mercado de trabajo/profesional que tenían por delante. La centralidad de la participación venía a suplir la centralidad del trabajo y al mismo tiempo a exigir simbólicamente que se contara con ellos como parte de un principio general de aplicación universal. Pero esta importancia de la participación tuvo su coste: la idea de que las organizaciones debían estar abiertas a cualquiera con independencia de su compromiso o incluso de su sintonía.
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Las dificultades para mezclarse y colaborar con el tejido social tradicional. Unas veces simplemente no se dio, es decir, no se buscó; otras las dificultades se disfrazaron con argumentos juvenalistas cuando no se invisibilizaron por un adanismo salvaje.
Al no engarzar con otros sectores sociales y generaciones anteriores tampoco podían aprender de sus dificultades organizativas ni darse una perspectiva de futuros problemas. Esto es especialmente significativo en el mundo rural -donde siguen formando un mundo aparte- y en el cooperativo. Esa distancia, muchas veces forzada, les privó de un elemento de contexto que les podría haber ayudado a transformar el entorno hacia fuera y estabilizarse en la interna.
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La importancia que muchas de estas organizaciones daban -o dan todavía- a las artes plásticas, la arquitectura y otras actividades artísticas en su discurso y programas. Les costó no pocas acusaciones de elitismo y sin duda en parte reflejaba la extracción universitaria del grueso del movimiento.
Por otro lado, es la generación que mayor número de estudiantes de Bellas Artes y Arquitectura ha dado. También la generación que menos cuestionó la promesa universitaria: salir de la Universidad con oportunidades de ejercicio independiente o mando en plaza. Desde finales de los ochenta la mayoría de los universitarios no esperaban nada parecido. Sin embargo el 15M resultó en eso ser un hijo tardío de la cultura de los años del aznarismo. De hecho, suele atribuirse el 15M a la idea de que el crack del 2009 había roto esa promesa.
Pero el relato que la Universidad hace nunca es inocente. Menos aún el que hace a sus alumnos sobre las profesiones para las que forma. Y no exageramos al decir que la Universidad concibe la creación artística de un modo que convierte su ejercicio profesional en la exacerbación del individualismo y la falta de espíritu comunitario. Por eso, bajo ese contexto de revalorización de la universidad y sus contenidos, darle centralidad a ciertas expresiones artísticas no podía significar sino agregar un elemento de inestabilidad más.
Si hacemos un balance de todo lo anterior tenemos que llegar a la conclusión de que, en buena parte, el tipo de organizaciones que aparecieron en la ola 15M vivieron una montaña rusa organizativa porque eran inestables por diseño. Sus propios presupuestos ideológicos y vitales fortalecían las fuerzas centrífugas y el aislamiento social al mismo tiempo.
¿Qué queremos hacer ahora?
La idea de que debemos dar por perdida la renovación generacional del tejido asociativo y aceptar que cada generación tiene que crear sus propias asociaciones dejando morir las anteriores, es de una banalidad e irresponsabilidad terribles.
Sin continuidad orgánica y sin intergeneracionalidad es casi imposible que se acumule y transfiera conocimiento y no se repitan errores. El resultado ni siquiera admitiría la comparación con «El día de la marmota». En la película la posibilidad de probar infinitamente alternativas sin coste para otros -porque el mundo recomenzará exactamente igual al principio de cada día hasta que seamos mejores- permite a un protagonista bastante cerril aprender y encontrar una salida. Nuestro caso sería más bien el de «Memento», aquella película en la que el protagonista, habiendo perdido toda su memoria cada mañana, tenía que enfrentar un mundo desconocido y no muy amigable. Sería condenar al movimiento asociativo a la esterilidad de los trabajos de Sísifo.
Así que, a nuestro juicio, lo que corresponde hacer es:
- Crear espacios interasociativos intergeneracionales.
- Reforzar a las asociaciones tradicionales creando herramientas y contenidos para formar en aquello que más echa para atrás a los socios más jóvenes a la hora de tomar responsabilidades: las capacidades y técnicas de gestión.
- Impulsar la «Escuela de Asociacionismo» y relanzar los talleres y cursos sobre cooperativismo de trabajo y colectividades.
- Partir de la experiencia de las asociaciones juveniles que hemos llamado neotradicionales para hacer crecer ese nuevo tipo de relación pueblo-ciudad.