29/3/2024 | Entrada nº 82 | Dentro de Relatos

El problema de los tres cuerpos

«El problema de los tres cuerpos» fue la novela de ciencia ficción de la década pasada -aunque fue publicada originalmente en 2006-, una magnifica serie de televisión china y ahora una horrorosa serie tan aburrida, pobre y banal como sólo Netflix sabe hacer.

Hay novelas de género que resumen una época y sus expectativas y «El problema de los tres cuerpos» fue la novela de ciencia ficción de la década pasada, aunque fue publicada originalmente en 2006. Dio lugar a una magnifica serie de televisión china y ahora a una horrorosa serie tan aburrida, pobre y banal como sólo Netflix sabe hacer.

Dos problemas, tres cuerpos

Las fronteras de la ciencia: Las contradicciones entre conocimiento científico, crecimiento y desarrollo humano

El primer problema que plantea la novela es la contradicción entre conocimiento científico, crecimiento y desarrollo humano. Rescata el problema explícito desde Einstein, Oppenheimer y el proyecto los Álamos, cambiando el foco de la bomba y el peligro de apocalipsis nuclear a la destrucción masiva de ecosistemas para introducir paulatinamente la metáfora del papel de la ciencia ante el eventual descubrimiento de otras especies y civilizaciones en el universo.

La pregunta es: ¿Se ha vuelto reaccionaria la ciencia? ¿Ha llegado la hora de poner en pausa el desarrollo tecnológico?

El bosque oscuro: la conversión de China en potencia mundial

El otro tema central del libro gira en torno a la paradoja de Fermi: si hay vida inteligente en el universo... ¿por qué no vienen a conocernos o al menos se dejan ver por el espacio observable?

Liu Cixin opta por una respuesta hobbesiana: el espacio exterior es un bosque oscuro. No sabemos quién está observando y no podemos dar por hechas sus intenciones. Si no vemos a otros es porque o bien han sido destruidos por civilizaciones predadoras más desarrolladas o bien han optado por una sabia discreción.

Si salimos y nos hacemos visibles, lo más probable es que nos encontremos con un cazador mucho más avanzado que nosotros que suponga una amenaza existencial.

Los alienígenas son una metáfora y muy explícita, de la situación de China en el mercado mundial y el juego de potencias. Aquí la novela fue realmente «profética».

En 2006, en plena fiesta de la globalización, los capitales y empresas chinas apenas empezaban a mostrar la patita en África, y la idea de un enfrentamiento con un cazador más poderoso que temiera su desarrollo tecnológico sonaba alarmista.

Pero eso fue lo que pasó exactamente una década después. La derrota de Lee Sedol frente a Google AlphaGo y su respuesta china fueron el «momento Sputnik» de la IA según los medios y analistas estadounidenses, pero también el «momento Sputnik» de EEUU frente a China.

Con la llegada de Trump a la presidencia al año siguiente y el triunfo de Biden cuatro años más tarde empezó una guerra comercial y tecnológica cuyo objetivo declarado es cercenar el desarrollo tecnológico y científico chino. Una guerra comercial, de divisas y de capitales que es necesariamente el prólogo de una o varias guerras entre ambas potencias.

Las respuestas de la novela (y la serie china que la adapta para TV)

El progreso y la reacción en la China contemporánea según Liu Cixin

Una de las cosas más interesantes de la historia es cómo enfrenta la Revolución Cultural y sus traumas.

En realidad la Revolución Cultural fue una larga -y relativamente poco cruenta- lucha por el poder entre dos facciones del PCCh, la dirigida por Mao Tsedong -que había sido discretamente apartado del poder tras el fracaso, que costó millones de vidas, del Gran Salto Adelante- y la dirigida por Deng Xiaopin.

Mao movilizó a la juventud universitaria, hija de los cuadros medios y altos del partido, contra sus padres. Las Guardias Rojas, grupos de estudiantes fanatizados en torno al culto a Mao, se convirtieron en un mecanismo masivo de represión social extralegal de una intelectualidad que se alineaba en su mayoría con Deng. En términos políticos significaba usar la cantera de cuadros del partido-estado chino contra aquellos que alimentaban ideológicamente a la evolución que había dejado al Gran Timonel en la cuneta del poder.

La pinza entre linchamientos públicos escenificados por miles de guardias rojos y reubicaciones aseguradas por cuadros fieles a Mao impusieron a la mayoría de la burocracia del partido-estado chino una purga masiva y cruel de su base social a favor del sector maoista. Científicos, escritores, músicos, intérpretes de música clásica y de instrumentos tradicionales y hasta jugadores de weiqi, fueron acusados a la vez de aferrarse al pensamiento antiguo -el de la China feudal- y de hacer el juego al imperialismo. Todo valía para deslegitimar las dos dimensiones del nacionalismo hegemónico en los altos cuadros del PCCh: el afán industrializador que quería abrirse a EEUU tras la ruptura con la URSS y los intentos de convertir la cultura milenaria china en cultura nacional.

En ese marco, la protagonista de la novela -una astrofísica hija de un profesor de Física teórica asesinado durante un auto de fe por las guardias rojas- es acusada de reaccionaria y vive todo un via crucis de campos de trabajo infames y chantajes totalitarios que le llevan por un lado a acabar trabajando en Costa Roja -una especie de SETI del ejército chino- y por otro a un derrotista ecologismo decrecimientista.

La combinación de ambas cosas le convertirán en la puerta de entrada de alienígenas hostiles y en el cerebro tras una campaña de guerra psicológica y terrorismo selectivo que mermará los cuadros científicos de vanguardia del mundo.

¿La paradoja? Liu Cixin, da la razón a las guardias rojas: es una reaccionaria por la misma razón por la que la propia Revolución Cultural, que acusó de reaccionaria a la élite científica, lo era también.

El problema de los tres cuerpos deja claro que no hay pausa posible y aún menos marcha atrás. Todo intento de parar o renunciar al desarrollo científico como forma de intentar evitar o detener el camino hacia la guerra o la destrucción medioambiental, sólo puede llevar a la destrucción total.

Lo innombrable

El elefante en la habitación de la novela es bastante evidente. La contradicción de nuestra época no se da entre desarrollo científico por un lado y militarismo y destrucción medioambiental por otro. No es el conocimiento, ni la tecnología que lo aplica el que crea el militarismo, las hambrunas, ni el cambio climático.

Falta un eslabón en la cadena causal que nos presenta. El de lo innombrable. El que orienta -y supedita cada vez más- el conocimiento y sus frutos a sus propios intereses, que son los que conducen a la guerra, el hambre, la degradación de las relaciones humanas y la destrucción medioambiental.

En realidad es de un idealismo monstruoso plantear que es el conocimiento, por sí mismo y al margen de la sociedad y cómo se organiza, el que mueve la Historia. No son las ideas, flotando mágicamente en los pasillos de la Academia, las que dan forma a la sociedad y sus problemas. Son los objetivos sociales, marcados por el sistema imperante en cada momento y lugar, los que, por el contrario, dan forma y metas al conocimiento.

La contradicción que representa el uso anti-humano del conocimiento y su impotencia para transformar la realidad en favor de las necesidades de nuestra especie y de la Naturaleza de la que forma parte, es una expresión de algo mayor. Algo que define a nuestra época: el divorcio entre desarrollo y crecimiento, es decir, entre desarrollo humano y crecimiento de aquello que las reglas del sistema que ordena la producción global, en China y en todos lados, considera como objetivos principales e incuestionables.

Estos objetivos no son desde luego el bienestar de la población humana y la sostenibilidad de su acción económica y ecológica. Así que no es tan difícil ponerle nombre a la crisis... ni a encontrar dónde están sus causas.

Liu Cixin, profeta del militarismo

Pero Liu Cixin no quiere ni planteárselo. Al revés, para él la solución a la amenaza alienígena no sería otra que... ganarla en la carrera tecnológica para poder ganarla después en el campo de batalla.

La forma: acelerar el desarrollo de conocimiento científico aplicable para ponerse al día en términos armamentísticos frente al enemigo exterior. El horizonte de esperanza con el que se cierra El problema de los tres cuerpos es la fe en el resultado de cuatro siglos de militarismo exacerbado.

El número 4, tiene su lectura simbólica. En la tradición judeo-cristiana la serie 4, 40, 400 representa lo máximo que un humano puede resistir: cuarenta años de Moisés y su pueblo en el Sinaí, cuarenta días de tentaciones de Jesús en el desierto, etc. En la china es a la vez homófono de prosperidad y majestad y -en dialecto cantonés- de muerte.

Si volvemos al significado político real de los alienígenas, es decir, a la perspectiva de confrontación con EEUU y sus aliados, la moraleja de la novela queda clara: es la hora de acelerar el desarrollo científico-técnológico chino ligándolo al desarrollo de las tecnologías de vanguardia, para, en recientes palabras de Xi Jinping al núcleo duro de la partitocracia china, evitar ser estrangulados por países extranjeros.

¿Por qué resulta fascinante El problema de los tres cuerpos?

Una novela cuyo objetivo final es hacernos aceptable la guerra y la supeditación del desarrollo científico al militarismo, debería producirnos repulsión moral... y sin embargo, resulta fascinante.

Y es que El problema de los tres cuerpos tiene muchas más dimensiones. Es una novela pedagógica de divulgación científica, al estilo del El Criptonomicón de Neal Stephenson; los personajes están muy bien construidos; el equilibrio entre humor, divulgación e intensidad de la trama está muy bien conseguido durante la mayor parte de la novela, aunque no toda; pero sobre todo nos abre una ventana a la mentalidad y la mirada del futuro del poder y la intelectualidad china.

Es una novela que hay que leer para estar en el mundo. Si da pereza, en su lugar puede verse la estupenda adaptación para televisión hecha en China. Eso sí, recomendamos evitar la patética patochada de Netflix. Si los medios anglosajones querían mandar un mensaje derrotista en su batalla ideológica con Pekín, desde luego no podían hacerlo mejor. La comparación no se sostiene.

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