18/3/2024 | Entrada nº 80 | Dentro de Moral

¿Cómo enfrentar el antisemitismo?

En la España peninsular no hubo «conflictos inter-religiosos» en la historia contemporánea, ni siquiera comunidades judías numerosas. Y sin embargo el antisemitismo ha sido y es moneda corriente, invisible por omnipresente, a lo largo de toda la vida de las generaciones presentes. ¿Por qué? ¿Cómo lo enfrentamos?

El antisemitismo español actual

Según el índice de antisemitismo global de la ADL (Liga Anti-Difamación), el 26,9% de los adultos españoles muestra actitudes antisemitas. Es el mayor porcentaje entre todos los países de Europa Occidental. Es tremendo, por ejemplo, descubrir que el 33% de las personas entre 18 y 34 años cree que la gente odia a los judíos por cómo se comportan. Dicho de otro modo, que el antisemitismo es culpa de los judíos.

Es imposible cerrar los ojos: en España el antisemitismo forma parte de los valores consensuales de capas muy amplias de la población. Tan amplias que es comunmente aceptado que no se puedan considerar como antisemitas posiciones como:

  • Abogar o hacer propaganda de la expulsión de los judíos del territorio de Israel (Del río al mar).
  • Establecer jerarquías de víctimas en la guerra entre Israel y los grupos terroristas palestinos, considerando comprensibles e incluso merecidos los crímenes de lesa humanidad cometidos contra israelíes.
  • Impulsar y adoptar acuerdos en cuerpos públicos (generalmente en ayuntamientos), que excluyen a ciudadanos españoles del acceso a servicios u ofertas públicas si mantienen relaciones con organizaciones o instituciones israelíes presentes de una manera u otra en territorios anexionados por Israel después de 1948 (muchos de los cuales son hoy ciudades israelíes normales y corrientes).
  • Boicotear la presencia y participación pública de personas por posicionarse contra la supuesta necesidad de borrar del mapa a Israel (e implícitamente a su población judía) para implantar un estado palestino.
  • Adherir y alentar teorías conspirativas sobre el control mediático judío. Una conspiranoia especialmente ridícula en España, donde prensa y televisión deslizan abundantes y recurrentes tópicos antisemitas en sus crónicas del conflicto palestino-israelí.

Es evidente no sólo que éstas posiciones y acciones son antisemitas y que es antisemita justificarlas, sino que, a diferencia de EEUU y otros países, en las que se han visibilizado a partir del siete de octubre, en España vienen de largo y no parecen existir reflejos para detectarlas y rechazarlas.

¿De dónde viene el antisemitismo actual?

Del franquismo a la caída del Muro de Berlín

Dejando de lado ERC y las alas más pro-estadounidenses del PNV y CDC, la generación que vive la Transición y de la que saldrán los militantes, dirigentes e ideólogos de los distintos partidos, corrientes culturales y tendencias de opinión de la democracia española tuvo cuatro matrices ideológicas nada más. Eran las que estaban disponibles en la España tardofranquista. En ellas o en una combinación de ellas se formaron los líderes sociales, políticos y culturales españoles de la primera etapa de la democracia.

  1. El integrismo católico, antisemita de origen, que evolucionó del carlismo al ordoliberalismo y finalmente al liberal-conservadurismo, como bien cuenta José Luís Viñacañas en «La Revolución Pasiva de Franco».
  2. El cristianismo social, desde Ruíz Giménez a la ORT maoísta pasando por la HOAC y la JOC, cuyos cuadros alimentarían tanto a PP como a PSOE y que nunca se libró realmente del antisemitismo de sus orígenes en Acción Católica.
  3. El falangismo, una matriz populista que impregna a la izquierda y la derecha españolas hasta el día de hoy en mayor o menor grado y que era violentamente antisemita ya en sus bases fundacionales.
  4. El PCE, con más vasos comunicantes con el falangismo de los que habitualmente se reconocen y que, durante los 40 y los 50, sigue ciegamente los dictados del PCUS y cómo éste, pasa de apoyar el nacimiento de Israel en el marco de la llamada «solución de dos estados» a apostar por «echar los judíos al mar» y utilizar profusamente tópicos antisemitas en su propaganda en apoyo de la OLP.

Pero aunque se parta de esta triste y pobre cartografía, lo significativo del periodo es el aggiornamiento ideológico general, a izquierda y derecha. Aunque quede sin duda el poso cultural de las generaciones formadas en el franquismo, no hay corriente que no revise sus propios fundamentos y emprenda un proceso de crítica de los valores sociales heredado por las generaciones formadas en la dictadura.

El clericalismo, el machismo, la homofobia y en menor medida el anti-gitanismo son puestos en cuestión, iniciándose una transformación profunda y dinámica de los valores sociales aceptables que transformará la identidad española a partir de entonces.

¿Por qué no hubo una crítica similar del antisemitismo? Sencillamente porque los judíos no existían socialmente en la España de los años 70 y 80.

La normalización comenzada por Franco en 1954 con la apertura de la sinagoga de Barcelona y la revocación en 1968 del decreto de expulsión, ni siquiera hace visible la existencia de la pequeñísima comunidad judía existente en aquel momento en la península. No es sólo una metáfora: la sinagoga de Madrid, inaugurada en 1968, fue localizada intencionalmente tras una iglesia en un lugar escondido y no visible desde ninguna calle principal.

Con el tardo-franquismo el judaísmo ganó un espacio para existir legalmente, pero no socialmente.

A la muerte de Franco, en noviembre de 1975 una mayoría abrumadora de los españoles peninsulares no conocía, ni siquiera a través de los medios, a un solo judío español. Los primeros judíos públicos españoles serán los hermanos Múgica-Herzog: Enrique, que en 1988 se convertirá en Ministro de Justicia y Fernando, uno de los miembros fundadores del Consejo Vasco -órgano precursor de la autonomía-, luego senador por el PSOE y creador de la Asociación de Amistad España-Israel. Ambos serán víctimas regulares de los tópicos antisemitas en el caricaturismo de los periódicos y la propaganda política de la época sin importar su signo y sin que a (casi) nadie pareciera llamarle la atención en lo más mínimo.

Y es que en el consenso general entonces y durante las siguientes décadas, es que el antisemitismo simplemente no existía porque en España no hay judíos. Y es cierto que no existía como problema social, es decir, reconocido socialmente, lo que es muy distinto de que no existiera y existan violentos prejuicios antisemitas generalizados en amplias capas sociales.

Recapitulando: el origen del antisemitismo actual no está en un conflicto de clases o inter-religioso. Tampoco se puede achacar a los mitos del cristianismo medieval, los orígenes de la nacionalidad, la expulsión de 1492 o la persecución de los marranos. La base del problema actual es la lenta, tardía e incompleta superación de los tópicos tanto del carlismo como de las ideologías totalitarias de los 30.

La posguerra fría y la transformación del antisemitismo en arma arrojadiza en la escena política

Esto se hará aún más evidente a partir de los 90 y en los 2000, cuando tras el colapso de la URSS, el stalinismo desaparezca como referente ideológico principal para las corrientes sociales de izquierda. Arranca entonces, con los movimientos antiglobalización lo que luego se ha caracterizado como una gentrificación de los temas del viejo stalinismo, incluído el apoyo a cualquier antagonista de Israel; una estrategia que había servido de vector del antisemitismo entre la izquierda.

La derecha, por su lado se fragmentará -y el resultado se ve hoy con claridad- entre una derecha amiga de fake news y conspiranoias, que el 11S difundirá alegremente, incluso en medios de comunicación relevantes, teorías antisemitas de la conspiración sobre el atentado de las Torres Gemelas (los judíos no fueron a trabajar ese día, etc.); y una mayoría que, alineada con las posiciones de EEUU, denunciará como antisemita el discurso anti-israelí que está creciendo en la izquierda.

Las acusaciones de antisemitismo se transforman entonces en arma arrojadiza entre derecha e izquierda en una panorama político que, tras los atentados del 11 de marzo de 2004, estará ya permanentemente crispado.

A corto plazo ésto redujo el índice de antisemitismo -que empezó a medirse en 2010-, al volverse ciertas posiciones antisemitas paulatinamente más incómodas entre el público conservador.

Sin embargo, el resultado global a medio plazo no puede ser más negativo: exonera a todos de hacer una crítica cultural y de valores profunda, mientras acaba por consolidar ciertos clichés y posiciones antisemitas como parte de la cultura progresista, una amalgama un tanto indefinida que sustituye a los marcos doctrinales de la posguerra entre las nuevas tendencias de izquierda que se materializan en los parlamentos a partir de la crisis de 2008.

El círculo vicioso entre el rechazo a Israel y el antisemitismo

Hasta aquí hemos hablado de las corrientes ideológicas y sociales dominantes y de cómo mantuvieron moldes culturales antisemitas heredados que, en el curso de la evolución política global, se rellenaron con nuevos sentidos y contenidos ligados al conflicto palestino-israelí sin dejar de estar normalizados.

El resultado primario de esta evolución es un empobrecimiento, casi una unidimensionalización de la mirada sobre lo judío y los judíos en un amplio sector de la opinión pública española. Lo judío y los judíos -todavía invisibles en la vida cotidiana para la mayor parte de los peninsulares- son vistos desde la perspectiva del conflicto palestino-israelí.

Se forma así un círculo vicioso en el que el rechazo de las políticas de los gobiernos israelíes frente a los palestinos de Gaza y Cisjordania, se traduce de forma espontánea en justificación del antisemitismo. De este modo el antisemitismo se refuerza a cada golpe del conflicto palestino-israelí.

Según la encuesta DYM de octubre del 2023 el 23,2% de los españoles ve con antipatía a Israel, lo que si se une a que el 56% de los españoles creen que los judíos son más leales a Israel que a su propio país, configura un horizonte prometedor para el antisemitismo.

Cómo romper el círculo vicioso

La segunda mitad del siglo pasado nos da una clave. El conflicto árabo-palestino-israelí no siempre medió hasta el punto actual la comprensión de lo judío en España. En los sesenta y principios de los setenta «decenas, tal vez cientos, de jóvenes» contrarios al franquismo, viajaron al kibutz en busca de modelos sociales y organizativos que satisficieran su necesidad de comunidad y transformación social.

Su impacto en España, especialmente en Cataluña, fue también duradero. De ese entorno surgió buena parte de las voces que supieron enfrentar el antisemitismo español sin dejar de tener una posición radicalmente crítica sobre la política de los gobiernos israelíes posteriores a Oslo. Cuando hoy se escuchan sus testimonios, es inevitable pensar en la necesidad de recuperar el tiempo perdido en los entornos socialmente más comprometidos.

Un círculo vicioso se rompe actuando simultáneamente sobre todas las partes de la cadena. Lo que en este contexto significa romper la unidimensionalidad de la perspectiva dominante hoy sobre lo judío visibilizando tanto el aporte actual y cotidiano de judíos europeos a los problemas del siglo, como la experiencia histórica israelí, allá donde pueden ser un aporte a los problemas de hoy.

Los problemas de la mayor parte del territorio español (y portugués) de hoy tienen que ver con la despoblación, la sostenibilidad agrícola y la adaptación a las sequías. Mientras, en los problemas declarados por la población urbana, aparece una y otra vez el fantasma de la carencia de grandes movimientos educativos y de acción social orientados a la juventud y la infancia.

Todas esas cuestiones están bien enraizadas en la experiencia judía, tanto judeo-europea como israelí, del último siglo y medio.

  • Se puede aprender, y mucho, de los grandes movimientos educativos transnacionales judíos como Dror o Mishol para pensar soluciones de ocio educativo e impacto social a escala peninsular y europea. También y especialmente, de su uso de la digitalización para ampliar el impacto del trabajo social.
  • Se puede aprender, y mucho, de experiencias actuales de desarrollo agroecológico como Lotan o Samar, pero también de los modelos innovadores de vivienda cooperativa y desarrollo social.
  • Por supuesto, se debe recuperar la historia judeo-española y judeo-portuguesa poniendo por delante la actualidad y el papel de Alma de Andalucía, Mozaika o Toldot en la recuperación y uso productivo y social del patrimonio.
  • Y desde luego tenemos mucho que aprender de la moral del tikún olam, la reparación del mundo, que animan asociaciones como Guesher y su enfoque de aporte comunitario

Conclusiones

España es el país de Europa Occidental en el que el antisemitismo está más extendido. En los años de la Transición el antisemitismo fue tan sólo la última rémora ideológica del franquismo pero, debido a la escasa presencia y visibilidad de la comunidad judía, se convierte con el tiempo en una asignatura pendiente.

El resultado es la instalación en capas sociales muy amplias de una perspectiva unidimensional sobre lo judío y los judíos que es un campo abonado para el antisemitismo.

Década tras década, el problema se eterniza y entra en un círculo vicioso en el que gracias a esa unidimensionalidad que reduce lo judío a un bando en el conflicto palestino-israelí, se invisibiliza y pasa a justificarse socialmente por el rechazo de la situación de los palestinos de Gaza y Cisjordania.

Enfrentar el antisemitismo consiste, hoy por hoy, en ampliar la perspectiva sobre la experiencia judía visibilizando el aporte diario de los judíos españoles y la potencialidad de la experiencia israelí sobre los grandes temas del siglo: desde la transición ecológica a los movimientos educativos, desde la puesta en valor del patrimonio a la digitalización con impacto social.

Y no puede ser una mera comunicación, un mero cuento o promoción. Se trata de multiplicar y visibilizar el aporte para que sea sentido como parte de la propia experiencia social y colectiva de nuestra época. Para que, de una vez, lo judío y los judíos, dejen de considerarse como forasteros representantes de una realidad de guerra y exclusión.