5/09/2023 | Entrada nº 29 | Dentro de Zeitgeist

¿Qué fue de las «tiny houses»?

Qué ha quedado de ese supuesto «movimiento» para recuperar zonas rurales abandonadas con casas de bajo impacto ecológico.

El boom de las «Tiny Houses»

A partir de la crisis inmobiliaria de 2008 en EEUU, las «tiny houses» se mostraron obsesivamente en las redes sociales primero y en los programas de las plataformas como Netflix después como la materialización arquitectónica de las nuevas aspiraciones generacionales de pasar a vivir una vida sostenible y menos alienada.

Pero había varias cosas que no acababan de cuadrar. Para empezar, se daba por hecho que eran casas individuales -o todo lo más para una pareja de vacaciones- y se consideraba «tiny» toda casa de 50m2 o menos.

¡¡En Europa Sur habíamos vivido toda la vida en apartamentos tiny y no lo sabíamos!!

Además, dado que las normativas de construcción en EEUU impiden construir edificios tan pequeños, para poder conectar las tiny al agua y la luz empezaron a ponerles ruedas. Es decir, empezaron a asociarse al turismo supuestamente sostenible. Pero de sostenible poco: prueba a mover una casa de madera de 50m2 con todo dentro... Las facturas del tipo de camión necesario costaban miles de dólares que había que sumar a los costes originales de carpintería y equipamiento. Antes de encontrar tierra donde colocarla ya te habías gastado más de 100.000$ y a eso había que sumar transporte y tierra.

Y no era mejor en sus equivalentes europeos... aunque no tuvieran ruedas y se vendieran como cabañas industrializadas. La Onarc Liten, uno de los modelos que más apareció en medios por nacer de la incubadora tech de Roig (Mercadona) y Caixabank, no llegaba a 30 m2 y tenía un precio de partida (sin extras que no eran tales y sin transporte) de 45.000€ a la que sumabas el IVA al precio publicitario.

Y al final... lo que tenías era una caravana cuqui para fardar en Instagram y poco más, que era lo mismo que en ese momento estaban descubriendo muchos milennials norteamericanos después de haberse endeudado hasta las cejas.

Las tiny quedaron así en lo que son hoy: una opción cara pero estecista para instalaciones de glamping (=camping pretencioso enseñable en Insta). No es que hayan arrasado entre los propietarios de campings, pero algunas hay.

Eso sí, de la expectativa que los medios estadounidenses vendieron (un «movimiento» que recuperara zonas rurales abandonadas con casas de bajo impacto ecológico) no ha quedado nada.

¿Qué se pasó por alto en las tiny houses?

Las dos «cositas» que el discurso individualista y banal de la prensa y las redes sobre «la vuelta» de gente relativamente joven de la ciudad al campo siempre olvidan: la dimensión colectiva y el trabajo.

Porque... ¿dónde esperaban que trabajara quien viviera en esas casitas fotografiadas ad nauseam en mitad de un páramo inmenso o de un bosque finlandés? ¿El bajo impacto ecológico -de mentira- implicaba también renuncia a la amistad y voto de celibato?

En realidad, las tiny estaban hechas del material del que están hechos los sueños individualistas a lo Thoreau, revivificados en EEUU en esa época por Into the wild («Hacia tierras salvajes» en español). Versión Insta, por supuesto, todo monísimo y fotografiable, para fardar... si tenías una holgada cuenta corriente.

Porque al final, todo esto iba de mostrar lo cool y ecológica que era la generación hipster de cierta clase social en comparación con los casoplones ineficientes, horteras y relativamente baratos del boom inmobiliario estadounidense.

¿Otra Tiny House fue posible?

Y sin embargo... ¿Había algo salvable más allá de una crítica clasista a las McMansion que en Europa nunca conocimos?

Nunca encontramos a nadie al que se le ocurriera juntar en un espacio con infraestructuras comunes unas cuantas tiny houses -no prefabricadas ni nómadas- con servicios colectivos y edificios amplios de uso colectivo que invitaran a la sociabilización y el trabajo compartido. Menos aún que las soñara en el marco de un plan de repoblación.

Claro, que si alguien lo hubiera hecho, dejando las tiny sólo como dormitorios y espacio particular de intimidad -algo para lo que 50m² están la mar de bien-, probablemente le hubieran acusado, y con razón, de falta de orginalidad. El modelo existe hace mucho y se llama kibutz.

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