12/06/2023 | Entrada nº 19 | Dentro de Tecnología

Silencio, libros y conocimiento

Se trata de que el ruido y la superstición no nos impidan pensar y aprender individual y colectivamente. Ruido son las «redes sociales», sobre todo cuando se convierten en «identidad digital» apremiante y exigente o cuando se las considera al nivel de los periódicos (por mucho que los periódicos se empeñen en bajar su nivel para acercarse a las redes sociales). Superstición es pensar que Google o la IA proveen de conocimiento. Tenemos dos barómetros imprescindibles, el silencio en el escritorio y el tiempo de lectura «de verdad», el dedicado a los libros.

En 2008, cuando Nicholas Carr publicó su famoso artículo preguntándose si «Google nos hace más estúpidos», casi nos ofendió. ¿Por qué iban a desaparecer la lectura profunda, la capacidad de concentración y el silencio alrededor del trabajo intelectual?

Nuestra propia vida demostraba lo contrario. Conocíamos Internet desde 1989, cuando era una curiosidad que probábamos los usuarios de BBS, teníamos conexión estable desde mediados de los 90, desde el 97 trabajábamos en Internet, sumergidos en la red todo el día, habíamos conocido Google desde sus inicios y en el cambio de siglo -cuando era todavía algo minoritario- habíamos sido los primeros en sacar un librito intentando entender y descifrar su algoritmo para obtener mejores resultados. Y ahí estábamos en 2008: leyendo libros, trabajando en silencio y cargando con una biblioteca ridículamente grande en cada mudanza, soñando con que llegara el día en que la tinta electrónica se comiera el papel y nuestra biblioteca se convirtiera en un disco duro.

¿Por qué iba Google a acabar con todo eso en la sociedad si no lo había hecho en nuestras vidas?

No pasaron ni 7 años del artículo de Carr y ya habíamos reconocido nuestro error. Fue la época en la que la crisis elevó hasta lo nunca visto el paro juvenil en España, así que abrimos en la cooperativa un programa de prácticas, que pagaba salarios «de verdad» no «de becario», con el fin de enseñar metodologías de análisis de información y técnicas de redacción a jóvenes que nunca habían trabajado, para que pudieran llegar con algo valioso en el CV a posibles empleadores. Hicimos decenas de entrevistas y tuvimos media docena de jóvenes para los que fuimos su primera experiencia laboral. No les ocupábamos en trabajos para clientes, no nos parecía bien ni por ellos ni por los clientes, así que lo único que pretendíamos ganar era la experiencia de encontrarnos cara a cara con la siguiente generación.

¿Y qué descubrimos? Que para la mayoría el conocimiento era, literal y expresamente, algo que podía reducirse a preguntas a Google. Que a los libros «no le encontraban el punto» porque no respondían a preguntas precisas. Y que les costaba un horror leer una novela o un ensayo sin interrupciones durante más de un cuarto de hora. Aunque alguno tuviera hasta un master, la cultura general era más bien escasita y la habían recibido en forma de curiosidades históricas o geográficas a través de la prensa, documentales -bastante malos- o de forma oral, en conversaciones con amigos y discursos de guías de viajes.

No sólo eso. La ausencia de una práctica de lectura al viejo estilo les hacía más difícil el tipo de concentración que necesitas mantener para trazar una red de agentes o causas en la cabeza mientras conectas todo con todo y encuentras una manera de explicar la complejidad sobre el papel que resulte asequible al que lo va a leer. Resultado: paraban y hablaban de cualquier cosa. Con los jóvenes de prácticas se acabó el silencio en el trabajo y la concentración de los demás.

En 2017 decidimos cesar nuestro programa de prácticas agotados entre otras cosas por la falta de silencio. Creo que esa fue la época en la que empezamos a llamar «escritorio» a la oficina. Un homenaje al silencioso «scriptorium» de los monasterios medievales.

Mucha gente que se nos acerca piensa que vivir en una colectividad es una versión extendida de un encuentro de amigos. Que se habla sin parar y las conversaciones son rápidas y chispeantes. Cuando llegan a nuestro escritorio y se dan cuenta de que durante las horas de trabajo las conversaciones son pocas, cortas y funcionales, centradas en tareas y noticias, se sienten inevitablemente defraudados. Deben pensar que la «comunidad de verdad» es lo que pasa a partir de la una, cuando el hambre nos va sacando del ensimismamiento y la conversación recupera espacio en cuanto alguien pregunta que vamos a hacer de comer.

En realidad son las dos cosas. El silencio es tan importante a la hora de hacer comunidad como la conversación, porque ambos son necesarios para ganar conocimiento. Hasta las universidades empiezan a darse cuenta de que deberían recuperar el «silencio monástico» si quieren que algo de la información que intentan transmitir a sus alumnos acabe calando en ellos. Silencio vocal y silencio digital. Al parecer lo de estar atendiendo redes sociales durante las clases se ha vuelto tan común que muchos profesores tienen por estrategia intentar «darle la vuelta» incentivando que los alumnos hagan participar en la clase a sus amigos invisibles del otro lado de la red. Así que no es de extrañar que la propuesta neo-monastizante, que ya apuntó en «Anatema» Neal Stephenson el mismo año del artículo de Carr, este provocando entusiasmo en una parte del profesorado.

El impacto de ChatGPT en las universidades americanas está siendo fuerte porque la mayor parte del trabajo de los estudiantes consiste en hacer pequeños ensayos y trabajos que, según dicen las encuestas ahora, como mínimo, esbozan con alguna IA conversacional.

Estamos un paso más allá del efecto Google que vaticinaba Carr. Si ChatGPT y sus sucesoras se incorporan a las mecánicas educativas como lo hizo Google desde la secundaria para la generación anterior, puede que para la mayoría de la próxima generación el conocimiento sea eso que preguntas a la IA. No exageramos. Lo que dicen los estudios es que a día de hoy, el uso generalizado de Google produce un «exceso de confianza» en la información recibida. A fin de cuentas si conocimiento es lo que me devuelve Google, lo que he leído es «la verdad». O eso reflejan otros estudios que muestran como esta particular relación con el conocimiento mediada por la tecnología dominante durante las últimas dos décadas refuerza prejuicios y esteriliza los debates.

¿Y todo esto... cómo nos afecta a las colectividades? De alguna manera nos devuelve al tema principal de «Anatema», la necesidad de que la colectividad esté más fuera que dentro del ruido social. Que se asome a él para entenderlo, no para dejarse arrastrar.

El camino no es el del «silencio digital» y menos aún la desconexión total, el famoso «off-grid» que muchas ecoaldeas y experimientos comunitarios ondean orgullosos. No se trata de aislarse del mundo. Se trata de que el ruido y la superstición no nos impidan pensar y aprender individual y colectivamente. Ruido son las «redes sociales», sobre todo cuando se convierten en «identidad digital» apremiante y exigente o cuando se las considera al nivel de los periódicos (por mucho que los periódicos se empeñen en bajar su nivel para acercarse a las redes sociales). Superstición es pensar que Google o la IA proveen de conocimiento.

Tenemos dos barómetros imprescindibles: el silencio en el escritorio y el tiempo de lectura «de verdad», el dedicado a los libros.

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