Hace poco le decíamos a un amigo periodista que creía estar visitándonos en la Naturaleza que en realidad lo que estaba viendo, olivares tradicionales hasta donde se perdía la vista, sólo era Naturaleza en el sentido en que lo es el parque del Retiro o la Diagonal de Barcelona, no en el que seguramente él pensaba, el del Ordesa o el interior de Doñana. Le hizo mucha gracia que definieramos el olivar como una fábrica ecológica y parece que tuvo un momento de iluminación cuando le señalamos la cantidad de trabajo que había en lo que él debía de pensar que era «espontáneo».
Esa incapacidad para ver cómo el trabajo humano ha dado forma al paisaje y se ha entrelazado con lo vivo para crear agrosistemas inmensos y ricos en biodiversidad como el mar de olivos, va ligada a una oposición artificial entre lo humano y lo natural que parece estar en el centro de una buena parte del discurso ecologista y medioambiental.
La oposición artificial Humanidad-Naturaleza es algo más que una incomprensión o una tendencia, es un problema que agrava la crisis medioambiental y que va más allá de las fantasías de «rewildening» de grandes proyectos internacionales como Half Earth. Tiene un por qué y tiene unos beneficiarios.
Para los grandes fondos de inversión, el campo y su estructura de propiedad sigue teniendo un problema: la propiedad media no tiene escala suficiente y la actividad agraria, en sí misma, tiene demasiadas dificultades para encontrar ocupaciones rentables a la inversión. Siempre es más fácil encontrar nuevas tecnologías que aumenten la rentabilidad más arriba de la cadena alimentaria: en la transformación o en los servicios. Por eso tenemos el desastre de sistema alimentario que tenemos, con cada vez menos diversidad de variedades, productos acumulados en cámaras que viajan innecesariamente largas distancias y un creciente e insano protagonismo de la comida procesada en cada vez más países.
¿Qué sería lo ideal para los fondos? Fabricar literalmente carne en grandes fábricas. De ahí toda la perra con la «carne cultivada». Un proceso que necesitaría inversiones fabulosas para utilizar en instalaciones de gran escala las técnicas de cultivo y crecimiento de tejidos en laboratorio. La excusa hasta ahora había sido que produciría menos emisiones que la ganadería.
Ya había bastante mentira en eso, porque equivalían ganadería a peor ganadería intensiva. Pero la verdad es que cuando en la Universidad de Davis se han puesto a hacer los números resulta que era falsa la mayor: la carne cultivada en fábricas produciría más emisiones incluso que las peores formas de ganadería intensiva (otro producto por cierto de la sobrecapitalización forzada del campo).
Pero agárrense los cinturones, que hoy desayanamos con un reportaje en la revista Nature para echarse a temblar: el proyecto de desarrollar la tecnología necesaria para sustituir la agricultura por fábricas de frutas, verduras y vegetales.
El investigador y líder del proyecto argumenta la apuesta precisamente sobre una falsa oposición agricultura-Naturaleza.
La agricultura actual es insostenible, con sus emisiones de gases de efecto invernadero y la destrucción de los hábitats de vida silvestre. La agricultura ahora ocupa la mitad de la superficie terrestre hospitalaria de la Tierra, a expensas de estos hábitats. Me preguntaba: si puedes cultivar carne sin un animal, ¿puedes cultivar fruta sin una planta? Esto podría hacerse en el interior, lo que podría ayudarnos a devolver algunas tierras agrícolas a la naturaleza.
La trampa es descarada. Primero la sobrecapitalización crea aberraciones ultraintensivas que queman el suelo, multiplican emisiones tanto por el uso de químicos como por arrancar raíces cada poco tiempo, secan acuíferos y destruyen la biodiversidad que la agricultura tradicional guardaba. Solo en olivar ultraintensivo hay miles de ejemplos cercanos. Luego, los mismos que crearon el problema nos traen una falsa solución y nos la venden como si fuera «un sueño»: abandonar campos para producir un sustitutivo en fábricas que requieren capitales gigantescos para ponerse en marcha y llegar a funcionar (y por eso les gusta, su negocio es colocar capitales).
Poco importa que, además, el «rewildening» pasivo que eso promovería fuera necesariamente destructor de biodiversidad y aumentara el problema climático y ecológico concentrando aún más la población. Una vez se ha machacado la oposición Humanidad-Naturaleza y se ha invisibilizado el trabajo humano de hoy y de siglos, la lógica es inexorable: un juego de suma cero en el que la supuesta utopía ecológica consistiría en eliminar la ganadería y la agricultura, concentrar aún más población en las ciudades y abandonar todo el espacio terrestre que se pueda al «rewildening».
El «pesimismo antropológico» de buena parte del ecologismo y del discurso hipócrita de los medios sólo sirve para justificar que lo mismo que creó los problemas los agrave ahora.
Por eso, cuando escuchamos cosas como «nos hemos cargado la Naturaleza» respondemos «¿nos? ¡Ah! ¿Tienes un fondo de inversión?» y por eso cuando la prensa interpreta el origen antropogénico del cambio climático como «la Humanidad es la causante del cambio climático», recordamos que la civilización industrial creada por las grandes dinámicas del capital no es lo mismo que «la Humanidad».
La crisis de civilización que vivimos no se va a solucionar a base de más capitalización, intensividad y fábricas de alimentos que sustituyan al trabajo en el campo. La quiebra de la relación Humanidad-Naturaleza no tiene que ver ni con viajes místicos en busca de un alma perdida, ni con la agricultura en sí. Culpar a la agricultura es culpar al trabajo olvidando las condiciones sociales que se le han impuesto.
Al final el místico, el pesimista antropológico y el fondo de capital reman hacia el mismo lado... el que empeora las cosas. La solución para lo que no es sino el resultado de una organización social contraproducente no está en negar el trabajo humano y condenar su capacidad de transformación como si fuera un pecado, sino en todo lo contrario: descubrir su centralidad y liberar su capacidad para convertir la falsa oposición entre nuestra especie y su medio en un metabolismo común y consciente.
El camino hoy no pasa por otro lado que el desarrollo del conocimiento tecnológico y científico al servicio de la sostenibilidad de los eco y agrosistemas, el trabajo asociado y las formas comunitarias de propiedad. Porque, como decía nuestro querido Buber y nos gusta repetir...
Sólo la comunidad puede constituirse en poseedora responsable de tierras en común. Sólo el trabajo asociado puede ser el marco adecuado para la producción colectiva. Sólo la comunidad organizada, no el estado, puede generar una nueva forma de vida.