En Twin Oaks, en la Virginia rural, a diferencia de la mayoría de las comunidades urbanas de «income sharing», no sólo se comparten ingresos. Twin Oaks se basa en el trabajo en común, es una colectividad. Los recursos de la comunidad son el resultado de su trabajo colectivo y se usan luego para sus proyectos y para satisfacer las necesidades de sus miembros.
Los recursos comunes son tanto el resultado de vender en el mercado los productos del trabajo colectivo (fabricación de hamacas, producción de semillas, tofu, lecha de soja...), como del trabajo directamente destinado a satisfacer las necesidades de los miembros, como la producción de alimentos en la huerta. Así que las relaciones entre los miembros se basan en el aporte y el aprendizaje común, no en compartir los ingresos que cada uno genera por su cuenta. Es conmovedor ver cómo los miembros de la comunidad se sienten orgullosos de ello y escucharles afirmar que no tienen ninguna necesidad de trabajar fuera.
El mundo de las colectividades es un mundo de iguales que aportan a la comunidad, y que, a través del trabajo colectivo, gana la capacidad de ser útil a todos y cada uno. Un mundo que no tiene nada que ver con que «los que están en el poder» se apropien de los resultados del trabajo de otros y los utilicen, no para satisfacer las necesidades generales, sino para servir a sus «intereses particulares».
Pero como las colectividades viven a contracorriente, siempre reciben amenazas desde todos los ángulos. Una de las formas de atacar y destruir el igualitarismo que las define es socavando su moral radicalmente igualitaria. Y eso está pasando ahora. El aluvión de las campañas feministas y racialistas en Estados Unidos, ha entrado en el mundo de las «comunidades intencionales» y dentro de éstas parece estar alcanzando a las colectividades y en particular a Twin Oaks. En su web, puedes ver una publicación sobre cómo Twin Oaks está «abordando el racismo» dentro de la comunidad.
Es imposible no alarmarse, pero... ¿En qué consistiría este racismo? ¿En impedir se unan miembros raza negra? ¿En discriminar a unos miembros frente a otros? Ni una cosa ni la otra. Básicamente se reduce a que la mayoría de miembros de Twin Oaks -como la mayoría de la población de EEUU- es de «raza blanca».
Los que se quejan del supuesto racismo de Twin Oaks argumentan que la comunidad es «racista» precisamente porque su lógica y su moral son en realidad radicalmente igualitarias... es decir, que no se «centra» en la identidad racial ni «ve» la «raza» de sus miembros sino que se basa fundamentalmente en satisfacer las necesidades de cada uno por igual.
En una colectividad, una persona se define por su voluntad de aporte, no por su identidad sexual, género, raza o nacionalidad. Ni siquiera nos definen, ni definen la relación de la comunidad con nosotros, las diferentes capacidades físicas o intelectuales de cada uno. No se trata de competir en aportes, se trata de que somos iguales en nuestra vocación y compromiso con ser útiles y eso nos hace grandes a cada uno.
Para nosotros, trazar divisiones artificiales entre los miembros de la comunidad es una aberración porque el sexo, el género, la raza, o la nacionalidad de una persona no tiene nada que ver con su voluntad de aportar tanto a la colectividad como a la familia, el entorno y todas las muchas comunidades de la que cada uno de nosotros es parte.
¿No entienden ésto los racialistas de Twin Oaks o en realidad la queja se produce por alguna aspiración a la que no estamos siendo sensibles?
En la portada de la FIC (Fundación por la Comunidad Intencional), el gran agregador de ecoaldeas, cohousings y comunidades intencionales en el que las colectividades estadounidenses están integradas) hay ahora publicada una entrada escrita por una chica lesbiana que vive en una «comunidad intencional». Se queja por la «falta de representación» de las personas LGBTQ+ en las comunidades intencionales.
Explícitamente reconoce su miedo, un miedo profundo, a «ser invisible» en la comunidad. Ese miedo es legítimo. Si alguien siente que su hacer es «invisible», que no es reconocido su aporte, algo marcha mal, cuando menos, en su integración.
Pero la cuestión aquí es que lo que exige que sea reconocido no es su aporte sino lo que considera su «ser».
El único, pero es que... la definición del «ser» de cada uno es algo que queda más allá de lo comunitario.
Podemos decidir el hacer juntos, podemos limitar haceres si los juzgamos dañinos o indeseables para la convivencia, etc. Pero no podemos someter «el ser» de cada uno a decisión y evaluación colectiva.
Cuando construimos con otros, su «ser» -que es lo que ellos consideren- no importa. Sólo importa aquello a lo que juntos damos forma conscientemente, movidos por objetivos comunes: el hacer. Nuestros compañeros son «nuestros», es decir, pertenecen y son reconocidos, tal y como «son», por pertenecer, por aportar, no por «ser» nada en particular.
Por eso la forma comunitaria de respetar y «reconocer» el «ser» de cada uno consiste precisamente en... ignorarlo.
Nunca debemos disculparnos por poner el trabajo en el centro de nuestra moral y de nuestra vida colectiva, porque es precisamente reapropiándonos de nuestro trabajo como podemos ser verdaderamente libres y reconocidos como iguales, no importa lo diferentes que «seamos» entre nosotros.