29/12/2023 | Entrada nº 69 | Dentro de Modo de vida

La paradoja conservadora

Hoy por hoy, y muy probablemente de aquí en adelante, la única manera que los conservadores tienen de realizar su ideal de vida es revolucionar sus presupuestos, despegarse de los valores liberales individualistas, que son disolventes de todo aquello a lo que aspiran vitalmente y abrirse a un nuevo modo de vivir.

El discreto encanto del viejo conservadurismo

Si recordamos bien, antes de la normalización del tono airado y el enfado universal, ser conservador significaba creer que seguir las normas y tradiciones sociales establecidas era la única forma de mantener un cierto modo de vida.

Ese modo de vida se caracterizaba por su estabilidad y por estar asociado a una cierta comodidad sin alardes ni lujos extemporáneos y a una moral social que valoraba públicamente el esfuerzo, la bonhomía y la cultura humanista.

El conservador de antes tenía pareja para toda la vida y amigos de toda la vida, se enorgullecía de no tener deudas y de ser un auténtico profesional -es decir, de profesar los valores asociados a su trabajo-. Lo mejor que podía decir de un amigo es que era un hombre o una mujer de bien y cuando quería mostrar admiración por alguien decía que era tan culto que podía considerársele un auténtico erudito.

¿Por qué el conservador se ha convertido en un señor enfadado con el mundo?

La cuestión es que el mundo ha cambiado, sigue cambiando y no hace falta ser un derrotista irredimible para sentir que no está haciéndolo para bien.

Los hijos del conservador de ayer tienen hoy vidas frustrantes laboralmente e inestables emocionalmente. Pasaron del pequeño lujo para disfrutar, al alarde para compensar. Del ahorro al endeudamiento. De admirar la erudición a dar culto a la popularidad. De escuchar al erudito a seguir a los gurús de la conspiración. Y de encontrar sentido en el trabajo a dar por hecho que nada tiene realmente sentido ni conduce a ningún lado.

Al conservador le gustaría ver reflejados sus valores en el sistema: enarbolar la sencillez como virtud, el trabajo como desarrollo moral y la cultura como aspiración al conocimiento genuino. Le gustaría poder legar a sus hijos un mundo ordenado en el que la estabilidad laboral y las relaciones estables fueran la norma estadística.

Pero el sistema económico es cada vez más precario y precarizante y la norma social y la cultura hegemónica no marcan el camino hacia la estabilidad en ningún ámbito. La ideología y la cultura producen un perfil humano que es cada vez más compulsivo que reflexivo e identitario que racional; proclaman que el deseo genera realidad pero tachan de perdedores a los mismos a los que condenan a la frustración. Devalúan el trabajo en vez de proclamar su sentido social y jalean el cinismo del oportunista en vez de aplaudir al tenaz.

Los valores liberales que se le fueron pegando y que pretendían asociarse a su visión del mundo -valores individualistas, mercantilizadores y subjetivistas-, alimentan indefectiblemente el relativismo moral que aborrece y producen extravagantes monstruos que le asustan.

Y el conservador lo sabe. Sabe que no tiene nada que conservar en la cultura hegemónica que hoy produce el sistema en el que confiaba.

Sabe que las nuevas izquierdas ñoñas y las nuevas derechas airadas que le incomodan son cachorros de una misma camada nacida de su matrimonio contra natura con el liberalismo. Sabe, al fin, que ha llegado la hora de divorciarse de una vez de Maggie Thatcher. Por eso está enfadado con el mundo.

La paradoja conservadora

Lo más chocante es que los que de alguna manera realizamos algo cercano a su ideal vital y nos reconocemos en valores que el conservador teme que se desvanezcan para siempre en lo establecido -estabilidad, responsabilidad, sentido moral del trabajo, atención de la comunidad, disfrute del conocimiento-, lo hacemos desde un modo de vida que va a contracorriente del sistema en el que él siempre quiso confiar. Mientras que lo que define y da forma a nuestro modo de vida -trabajo asociado, propiedad colectiva- siempre le produjo desconfianza, cuando no un rechazo intuitivo y violento.

Y eso le sitúa frente a una paradoja:

Hoy por hoy, y muy probablemente de aquí en adelante, la única manera que los conservadores tienen de realizar su ideal de vida es revolucionar sus presupuestos, despegarse de los valores liberales individualistas, que son disolventes de todo aquello a lo que aspiran vitalmente y abrirse a un nuevo modo de vivir. Hasta el Papa se lo dice.