El futuro actuando en el presente
Aceptemos que los humanos -tanto colectiva como individualmente- nos movemos guiados por objetivos. Lo que hacemos hoy toma forma a partir de aquello a lo que aspiramos para mañana.
Nuestra visión de ese mañana puede estar más o menos idealizada y tener todo tipo de argumentos, desde el «siempre ha sido así» a la utopía más delirante. Pero todo eso es mera jungla ideológica. No nos sirve para juzgar ninguna visión de futuro, ningún programa político ni ninguna tendencia social. Porque así como no se juzga a un individuo por la idea que tenga de sí mismo, tampoco se puede juzgar una época por la consciencia que tenga de sí misma», sino por aquello a lo que nos lleva el futuro que construyen en los hechos.
La moral es el modo de hacer en el que una sociedad, una comunidad o un grupo social expresan en sus relaciones internas y externas y en el modo de concebirlas, la visión del futuro que persiguen y al que se abocan.
La moral trae al presente de las relaciones interpersonales, comunitarias y sociales, el futuro que cada grupo, comunidad o sociedad portan. Por eso la pulsión moral de cualquier grupo humano es adaptar su comportamiento actual para hacerlo coherente con la visión del mundo que realmente defiende.
Los dos ejes del juicio moral
Por eso la moral es la prueba del algodón y lo es un doble sentido.
Por un lado, el más fácil, confronta al sujeto -sea una sociedad, una organización o una comunidad- a los objetivos que declara. Puede ser más o menos coherente o hipócrita según sus propios valores. Lo que a su vez puede indicarnos todo tipo de cosas: desde el maquiavelismo de sus dirigentes a la falta de coraje del sujeto, desde el carácter utópico -porque ponga un listón inalcanzable- al conformismo de sus creencias y objetivos.
Por otro lado, y ésto es lo más importante, rasga los velos ideológicos con los que se protegen los objetivos de sus consecuencias indeseadas, y por tanto de la crítica y de las capacidades críticas de los mismos que los adoptan.
De fines y medios
Un ejemplo. Hasta hace no mucho estaba relativamente extendida la idea de que la formación de ejércitos no estatales y grupos paramilitares podía ser el vector principal de un cambio social que llevara a una sociedad libre y sin clases. No sólo fue el caldo de grupos terroristas de lo más variado, los mitos de Mao y el Ché, el apoyo a las guerrillas iberoamericanas o las campañas a favor de la Rojava kurda, se sostenían sobre esa creencia.
Pero ¿qué puedes esperar cuando tu acción presente actual es construir y fortalecer un ejército? La respuesta salta a la vista: Una sociedad ampliamente militarizada con los modos represivos de un cuartel o un territorio ocupado. Nada liberador ni que acabe con las divisiones sociales. Y de hecho, donde se hicieron con el poder, los dirigentes que tomaron esas ideologías como justificación han ido diluyendo sus promesas de futuro originales. Nadie argumenta ya que China, Cuba, Nicaragua o Corea del Norte estén en el camino hacia una sociedad sin clases. De hecho, nunca lo estuvieron.
La misma vara de medir puede aplicarse a todas las grandes ideologías de época y a todo sistema de creencias. Toda propuesta política implica una visión de lo social y una definición de los límites y el espacio de la experiencia humana.
Otro ejemplo: cuando algunas ramas del feminismo defienden la prostitución como actividad económica y por tanto la contratación de servicios sexuales como un consumo legítimo, no sólo apuntan a mercantilizar las relaciones interpersonales en general, están diciéndonos que en su visión social cabe la supuesta necesidad de someter a otros para obtener algún tipo de satisfacción, y que la naturaleza de esa satisfacción ni siquiera se la plantean como digna de evaluación. La experiencia humana que su modelo social promueve incluye por tanto el sometimiento cuando en vez de producirse a punta de pistola se canaliza a través del mercado. El feminismo que defiende la legitimidad de la prostitución difícilmente va a ser el marco del que salgan propuestas sociales liberadoras.
A través de estos dos ejemplos vemos algo interesante de la aproximación desde la moral: funciona en distintos sentidos conectando el discurso, con sus propuestas concretas y la forma de organizarse para hacerlas realidad.
En el primer ejemplo estábamos diciendo «dime cómo te conduces en la interna (forma de organización, tipo de relaciones entre personas, etc.) y te diré hacia dónde nos conduces como sociedad». En el segundo, «dime qué visión tienes de lo que es legítimo/moral y te diré que vidas podemos esperar vivir en el futuro que persigues».
¿Qué es moral y qué es inmoral?
¿Es posible la amoralidad?
Muchas veces se señala un comportamiento social o a quienes lo defienden como amorales. En realidad algo así es sencillamente imposible. En la medida que todo comportamiento tiene una finalidad e implica el uso de unos medios, todo comportamiento es moral.
Otra cosa es que la moral que lo alimenta no sea la moral del que lo observa o que el propio sujeto que lo realiza rechace juzgar moralmente sus propios actos. Pero moral, es.
El significado de las diferencias morales
Todo juicio sobre la moralidad de un acto, un comportamiento, una ideología, etc. se produce desde un sistema moral determinado. Lo que de forma general se considera moral o inmoral es lo que es aceptable o rechazable según la moral social del momento en que se juzga.
Esto se hace mucho más claro cuando no hay un consenso social generalizado y hay posiciones morales enfrentadas.
Disentimos del juicio moral de otros porque nuestro sistema moral es distinto. O lo que es lo mismo, porque nuestros objetivos últimos, los que guían nuestras acciones y muestran que queremos de verdad que sean nuestro entorno y el mundo, son distintos o incluso opuestos.
Por eso el debate moral siempre tiene un fondo político -en el sentido real y profundo de política, no en el de las batallitas partidistas- y todo debate político tiene consecuencias morales.
Política y moral
Cuando tomamos partido frente a la realidad establecida y las tendencias sociales que emergen de ella -sea apoyándolas o rechazándolas, sea de forma activa o pasiva- tomamos una posición política. Por ejemplo, es tomar una posición política rechazar el cambio climático, la despoblación, la extensión de la guerra, etc.
Pero cuando esas tomas de posición se materializan en una propuesta de acciones concretas, en un programa, como toda acción colectiva es una acción moral, inevitablemente se convierten en banderas de una moral determinada, en un adelanto del lugar social al que nos conduce ese posicionamiento cuando adopta un determinado marco y unos medios concretos.
Por eso, todos los movimientos y tendencias sociales acaban desarrollando una cierta cultura, un modo peculiar de actuar entre sus miembros, una moral que les es característica. Y por lo mismo es imposible pretender construir alternativas a las tendencias sociales que rechazamos sin poner en cuestión y buscar alternativas a la moral que normalizan.
O visto desde otro ángulo: si la moral que cabalga a lomos de una tendencia social determinada, o del comportamiento o valores de un grupo determinado, nos producen rechazo, es urgente contrastar hacia dónde apuntan sus acciones en el presente con nuestros propios objetivos de futuro, porque esa contradicción siempre será reveladora.
La consciencia moral
Apliquémonos el cuento. Si el resultado de un comportamiento moral es traer al presente un pedazo del futuro social que pretendemos alcanzar, afirmar una moral que de verdad exprese nuestros objetivos en el presente es lo mínimo que tenemos que exigirnos a nosotros mismos como contrapunto de nuestras propuestas.
Eso implica ser conscientes de nuestros propios fines tanto como de la realidad que nos rodea y sus límites. La consciencia moral (que es algo muy distinto de la conciencia) es el resultado de un ejercicio constante de evaluación y contraste crítico de nuestros propios actos y propuestas con sus consecuencias.
La consciencia moral es aquello que te permite realizar en el presente tus objetivos sociales finales en toda la medida de lo posible dado el contexto social.
Un ejemplo. Imaginemos una cooperativa de desarrolladores que defiende la centralidad del trabajo cuyo su objetivo social último sea la abundancia. La moral coherente con sus objetivos es necesariamente desmercantilizadora. Pero si donan su trabajo, en el sistema actual, lo devalúan -por lo que además no podrían sobrevivir económicamente. ¿Hacia dónde les llevaría su consciencia moral?
Hacia el modelo del software libre: aportar al desarrollo de herramientas libres y gratuitas para todos, vendiendo después su trabajo en el mercado para implementaciones y adaptaciones concretas de esas herramientas (o para crearlas de cero para aplicaciones de interés para un cliente con demandas particulares). Lo universal se desmercantiliza, lo particular queda en el mercado y pone en valor el trabajo del equipo. No es la abundancia, que necesariamente es universal o no es, pero la acerca, ensaya sus formas y la convierte en parte de la experiencia de su época.
Remarquemos ésto: la definición de moral contrasta un objetivo social con su nivel de posibilidad en lo inmediato y dirige la acción colectiva en función de ese contraste, produciendo resultados en el entorno. Es decir:
- No sustituye a la necesidad de transformación social, visibiliza y materializa su posibilidad.
- Nuestros objetivos sociales -el modelo de sociedad que queremos- no varía, pero el entorno sí. Por eso la consciencia moral no puede sustituirse con listados, costumbres ni liderazgos. Hay que tomar decisiones morales todo el tiempo y por tanto hay que evaluar y aprender del entorno continuamente. No hay atajos a la hora de arrancar al futuro lo máximo que podamos traernos al presente en cada momento.
Tener consciencia moral y vivir de acuerdo a ella nos obliga a tener una actitud, un comportamiento, de escucha permanente y atenta del mundo que nos rodea. Nos hace estar siempre uniendo neuronas, conectando necesidades y posibilidades.Nos hace mirar cómo nos cambiaría moralmente cada propuesta, cada oportunidad, cada curso de acción.
Tener consciencia moral es una manera intensa y plena de vivir lo cotidiano.