Hoy, nueve de mayo, es una fecha especial e importante en el calendario maximalista. Recordamos la salida, un día como hoy, desde el puerto de Le Havre, del primer grupo de comuneros icarianos. Eran trabajadores franceses, suizos, italianos, españoles y alemanes. A lo largo de medio siglo y con tremendo esfuerzo, llegarían a construir una rica cultura secular comunitaria y una experiencia productiva única que, entre otras muchas cosas, llevaría los primeros viñedos a Napa Valley.
Con ellos nace el movimiento de colectividades contemporáneo. Desde entonces siempre ha habido colectividades en activo en distintos lugares del mundo. Con distintas orientaciones políticas pero siempre afirmando la centralidad del trabajo, compartiendo colectivamente la propiedad y organizando la producción de sus necesidades -y en la medida de lo posible, de las del entorno- de manera desmercantilizada, democrática, directa y sin jerarquías absurdas.
Y hoy, 177 años después, Icaria sigue en pie, convertida en un archipiélago de pequeñas islas extendidas por el mundo.
Ya es hora de decir y bien alto, que nada hay de utópico en un movimiento global que una y otra vez renace y se reinventa espontáneamente negando la «naturalidad» e «inevitabilidad» de una moral mezquina, atomizadora y divisiva.
177 años después, los comuneros seguimos en lo mismo: afirmar en acciones constructivas lo colectivo y lo universal, y hacer de la creación de abundancia para todos un objetivo inmediato del trabajo cotidiano en vez de una figura retórica.
Por eso podemos decir, como escribía en 1875 un amigo corresponsal a Charles Nordoff, el gran cartógrafo de los movimientos socializantes en los EEUU del siglo XIX:
A Icaria le espera un crecimiento grande y benéfico. Tiene una historia llena de acontecimientos y extremadamente interesante, pero su futuro está destinado a serlo aún más, sólo ellos representan una gran idea: el comunitarismo racionalista y democrático.