En el Sur de Europa solemos asociar las crisis económicas y el empeoramiento de las condiciones generales de vida y trabajo al auge de las relaciones comunitarias, tanto en la familia más o menos extendida como en el espacio más amplio de lo asociativo.
No es así en el mundo anglosajón. La cultura individualista tiende a que el repliegue hacia lo familiar esté desvinculado del desarrollo de lo comunitario-asociativo. En 2011, el informe de Pew Research arrojó que «el 75% de los estadounidenses participan activamente en un tipo de grupo u otro», mientras que en 2019, el mismo informe reducía hasta el 57% el porcentaje de estadounidenses que «participan en algún tipo de grupo u organización comunitaria». Lo que leemos en la prensa estadounidense apoyaría la idea de que ese porcentaje sigue cayendo, especialmente entre las organizaciones solidarias de base religiosa, que allí son la mayoría.
Hecho curioso, el alejamiento del mundo asociativo de base más o menos ideológico-religiosa está siendo acompañado por un auge de los servicios que venden comunidad y empatía humana de las formas más peregrinas.
Probablemente la más masiva venga de la mano del fitness que ahora llena su discurso de invocaciones al «alma» y el «espíritu» de los entrenados. Todo, por supuesto, vendido como un producto por una empresa con aspiraciones multinacionales como SoulCycle: un extraño y exitoso mix entre bici estática y coaching anímico a golpe de ritmos chunta chunta.
La ciencia descubre eso sí, la clave de su éxito. Según contaba ya un paper de 2015, hacer ejercicios sincronizados de cualquier tipo, desde remar a cantar juntos, hace a los miembros de un grupo más conscientes y sensibles ante las necesidades y problemas de cada uno de los demás miembros.
Dos de las fundadoras de esta empresa se escindieron para crear Peoplehood, definido por el New York Times como «SoulCycle sin el cycle (la bici estática)». Básicamente un servicio de talleres para enseñar a «hacer comunidad» y crear vínculos y relaciones interpersonales.
Traducido: Clases de empatía básica, mercantilizadas y con precios tasados para cada interacción cotidiana que puedas imaginar: desde estar solo sin entrar en pánico a escuchar a tu pareja, pasando por aprender a pasar una velada con un grupo de amigos.
Como si nadie hubiera vivido en compañía de otros jamás y fuera necesario entrenar a la población para descubrir que los demás existen, como si vivir en un mundo en el que no existimos sólo nosotros fuera tan poco espontáneo como saber bailar un tango.
¿Frikadas de «los yankis»? No es tan fácil. En España el Ministerio de Igualdad lanzó la semana pasada una app llamada «metoca» teóricamente útil para que las parejas (por lo visto a los hijos y otros miembros de la comunidad familiar se les exonera de partida de los compromisos más básicos) organicen de «manera más igualitaria» las tareas domésticas.
La lógica de la app es sin embargo llamativa. Funciona como un banco de tiempo doméstico, es decir como un mercado de servicios personales. Y lo que trata de igualar es el minutaje dedicado a las distintas tareas. Es decir, se trata de organizar el mantenimiento básico de una casa como si los que viven en ella recibieran un salario por hacerlo y hubiera un omnisciente director de personal que, para optimizar los resultados de su gestión, buscara antes de nada, asegurarse que los trabajadores cumplen su jornada completa vigilándose los unos a los otros. Como en las empresas más rancias, si cumpliste tus objetivos en menos tiempo... invéntate algo para que parezca que estás trabajando o serás señalado. Curioso enfoque, ¿verdad?
En realidad no es ninguna novedad. El feminismo como ideología nace del patrón ultraindividualista del liberalismo anglo y desde los sesenta anda en mercantilizar las relaciones interpersonales -desde las tareas domésticas al sexo- para hacerlas igualitarias en el mismo sentido en que cualquier mercado y especialmente el mercado de trabajo asalariado sería igualitario. Volvemos al viejo mito capitalista del intercambio entre iguales en valor.
De momento, en el Ministerio, por lo visto, lo de la responsabilidad colectiva, el aporte que paga como generador de pertenencia, o «el primero que encuentra un problema es el encargado de que la comunidad lo resuelva».... ni se les cruza. Para hacer más igualitaria la familia, el camino sería negarla como comunidad integral, basarla en un intercambio continuado -mercantilizar las relaciones- y afirmar a sus componentes adultos como individuos en competencia que cumplen una tarea para un invisible patrón.
Decía Marx que Lutero había eliminado a los curas porque había colocado un cura en el corazón de cada persona. Las tendencias de las empresas anglo y el feminismo parecen repetir el patrón colocando ahora un gestor de personal y un entrenador de fitness en el corazón de cada móvil. El director de IA de Google, lo decía con orgullo de sus productos: en cinco años «todo el mundo tendrá su propio jefe de personal».