No todos los tipos de cooperativas son iguales
¿Qué pensamos cuando escuchamos «cooperativa»?
La «idea cooperativa», tal cual la ha venido redefiniendo la ACI desde su fundación1 tiene trampa. Presenta como si fuera la misma cosa y tuviera el mismo significado social cosas muy distintas, por no decir opuestas.
Fuera del mundo anglosajón y su esfera cultural de influencia, cuando escuchamos el término cooperativa pensamos en un grupo de trabajadores que pone en común su trabajo, organiza algún tipo de producción en común y sale al mercado a venderla, dedicando una parte de los excedentes que eso genera a mejorar sistemáticamente las condiciones materiales y culturales de su propio entorno. Es decir, una cooperativa de trabajo asociado.
Pero ese no es el modelo ACI, las cooperativas de trabajo ni siquiera figuran como tales entre sus ramas principales, sino diluidas entre las cooperativas de consumo dedicadas a la producción industrial y de servicios.
Consumo vs trabajo como fundamento del cooperativismo
El modelo ACI no se basa en el trabajo sino en el consumo. Su modelo de cooperativa por defecto es un grupo de socios (individuos, empresas, propietarios) que colectivamente organiza la provisión de un bien, produciéndolo si les es necesario.
Puede ser un grupo de vecinos que organiza un supermercado para los socios, un grupo de propietarios y empresas agrarias que ponen en marcha un molino, una bodega o una almazara, un grupo de padres que crea un colegio o un grupo de personas que promueve la construcción conjunta de un edificio para convertirse en propietarios de una vivienda a mejor coste.
El interés del consumo organizado para sí mismo es... devaluar el trabajo
A primera vista vemos ya que los intereses respecto al trabajo y el valor del trabajo de las personas son prácticamente opuestos.
Una cooperativa de trabajadores que hace software, una cooperativa de trabajadores del campo que cultiva un huerto, una cooperativa de trabajadores industriales que hace aceite o una cooperativa de diseñadores que crea un estudio, necesitan poner en valor su propio trabajo.
Una cooperativa de consumo que contrata desarrolladores, jornaleros, obreros o diseñadores y cuyo objetivo es reducir costes, tiene exactamente los mismos incentivos, la misma necesidad, que cualquier empresa de capital para devaluar el trabajo.
Basta ver las noticias en la prensa, especialmente en Italia, sobre las cooperativas de padres e instituciones que dan servicios a personas con discapacidad (una forma de cooperativa de consumo) para darse cuenta de que la precarización del trabajo resultante puede llegar a ser mayor que en una empresa de capital.
El interés del consumidor no es gastar en horas de gestión lo que se ahorra en costes monetarios
Cuando las cooperativas de consumo están formadas por individuos o familias consumidoras -en vez de por empresas, propietarios, etc.-, la participación colectiva en la gestión tiende a marchitarse tan pronto como el negocio marcha.
Es completamente lógico. La cooperativa se organiza para reducir costes, pero el tiempo dedicado a revisar cuentas, aportar a los procesos, etc. es un coste más. Un coste que además se paga en horas de tiempo libre, especialmente valiosas. Sería absurdo gastarse en una cosa más de lo que se gana con la otra.
El resultado es que el destino de las cooperativas de consumo -así se dediquen a producir bienes o servicios- es la profesionalización de la gestión. Es de aquí de donde nace el modelo gerencialista característico de la ACI que solemos criticar.
¿Qué pasa cuando el modelo gerencialista se aplica a coops de trabajo?
Jefes sin propiedad, trabajadores sin liderazgo sobre los objetivos
Crear una capa gerencial separada tiene consecuencias. No hay burocracia neutral. Y burocracia no quiere decir papeleo, quiere decir jefes, que dirigen la producción en la práctica y por tanto ejercen poder sobre el conjunto de socios, pero al mismo tiempo, al no participar de la propiedad de la empresa, se ven controlados por éstos.
La contradicción es evidente y la historia del cooperativismo de las últimas décadas nos cuenta con claridad cómo, de forma tan general como, seguramente, inconsciente, tienden a superarla...
La ideología neoliberal llega a las cooperativas
Todo gerente o equipo gerencial que llega a una cooperativa necesita afirmar un espacio autónomo al margen del proceso político que representa la asamblea de socios y del control del Consejo Social.
La forma común pasa por definirse como un técnico, como una herramienta de la asamblea enfocada a mejorar procesos para aumentar el resultado económico. Esto, en realidad significa dos cosas:
- Los trabajadores pierden la soberanía sobre los objetivos de la cooperativa y los medios económicos para alcanzarlos
- Al presentar la gestión cooperativa como una cuestión técnica, los gerentes crean un terreno propio y exclusivo al que limitan la discusión de la evolución de la cooperativa. Mientras cumplan en ese terreno sus actos de dirección son, en la práctica, indiscutibles.
Esta ha sido la puerta por la que la ideología neoliberal de las escuelas de negocio, que ha empobrecido y destruido incluso a multinacionales de primera fila como Nike o Boeing, acabó enseñoreándose sobre las cooperativas de trabajo.
Por supuesto esto necesitaba del famoso neutralismo de la ACI. El neutralismo, la idea de que las cooperativas deben permanecer al margen de debates ideológicos, fue originalmente una consigna de la ACI contra las cooperativas socialistas y comunistas a las que cínicamente presentaban como sectarias e incapaces de agrupar al conjunto de los trabajadores2.
En realidad el neutralismo ha servido sobre todo para hacer una lectura ideológica muy determinada y reduccionista de la forma de gestionar las empresas y entender sus cuentas y sus objetivos, tratando a las cooperativas de trabajo somo si fueran empresas extractivas o especulativas3.
El resultado de esta particular manera de mirar los resultados desde la gerencia ha incorporado a las cooperativas de trabajo buena parte de los vicios de las empresas de capital: endeudamiento innecesario, cortoplacismo, financiarización, huída hacia delante a base de comprar competencia y... deslocalizaciones.
El gerente se convierte en patrón convirtiendo a los trabajadores socios en patrones de otros
Estos días la prensa francesa recoge, en shock, la historia de una imprenta convertida en cooperativa de trabajo con ayuda del entorno y las administraciones locales, que abandona la región en la que nació .
La estrategia del gerente llevó a la compra de otras tres imprentas en crisis en la región y la región vecina. Los nuevos trabajadores ya no son socios de la cooperativa, sino que siguen siendo asalariados de las empresas compradas.
Así las cosas, el gerente decide cerrar la imprenta original para concentrar al personal en otra instalación mayor, recién comprada, de la región vecina. Los trabajadores socios de la Scop original que no quieren mudarse de residencia, son sencillamente despedidos y pasado cierto tiempo y procedimientos perderán su condición de socios.
¿Qué ha pasado en la práctica? Los trabajadores socios se han convertido en patrones de forma colectiva de los trabajadores asalariados de las empresas adquiridas. El gerente ha reducido su contradicción de intereses con los trabajadores socios a costa de crear una nueva contradicción entre trabajadores socios y no socios. Los trabajadores socios están más cerca de convertirse en accionistas de la empresa que emplea a los demás -más numerosos-. Y el gerente en un CEO típico.
El final más probable, especialmente si el gerente consigue seguir comprando otras empresas de la competencia con ayuda de los bancos, es una transformación societaria en SL o SA.
Este triste final es más frecuente de lo que se cree, sobre todo cuando el grupo de trabajadores fundadores se acerca a la jubilación. No es de extrañar. El mensaje de los gerentes es tentador para cualquiera al borde de una mala jubilación: después de una vida sacrificando cotizaciones para sacar adelante el negocio ¿vas a regalárselo a una nueva generación y quedarte con una pensión escasa?
El gerencialismo y la deslocalización
Otra vía, la vía Mondragón, pasa por la internacionalización y la deslocalización. No ahondaremos en ello ahora. El modelo es igual al del ejemplo anterior pero con escala global. La producción se traslada a China, México, India o Polonia buscando salarios bajos y cuotas de mercado. Los trabajadores de las empresas adquiridas no se convierten en socios. Y los socios trabajadores de las cooperativas originales cada vez deben una proporción mayor de sus ingresos al resultado de las empresas adquiridas.
Son cada vez más, patrones de forma colectiva. Sus intereses están con el equipo gerencial y los expertos en internacionalización y cada vez más opuestos a las necesidades de los trabajadores asalariados -muchos más que ellos- contratados por las filiales en terceros países.
A final, como en el ejemplo de la imprenta, la forma en la que los gerentes intentan superar la contradicción con los cooperativistas que surge de no ser propietarios es... convertir la cooperativa en un sindicato de propietarios industriales, el modelo ACI.
La dilución del cooperativismo en la «economía social»
Un modelo basado en consumo que no funciona tampoco para... las cooperativas de consumo
Vimos antes cómo los incentivos del cooperativismo de consumo llevan a que este tipo de cooperativas, cuando su base social está compuesta de individuos, sólo sea sostenible en el tiempo si existe un equipo gerencial autónomo.
La consecuencia común es que el gestor de una gran cooperativa de consumo, como una mutua médica, una cadena de supermercados o un banco cooperativo, capture la organización al modo en que lo hace cualquier CEO de una empresa de capital en la que el accionariado está muy atomizado.
Cuanto mejores resultados económicos ofrezca el gestor y mayor complejidad incorpore a la gestión y la estructura mayor será su propia estabilidad, prestigio y remuneración. Los mismos mecanismos que hemos visto en las cooperativas de trabajo que son la referencia del modelo ACI se pondrán en marcha: compras, participadas, endeudamiento, deslocalización...
Nada más lejos de un movimiento social y más parecido a una empresa cotizada que una gran cooperativa de consumo.
Sin embargo ni tiene por qué ser así, ni fue siempre así. No era así antes de que la ACI y su modelo se hicieran hegemónicos. De hecho, en el boom de las cooperativas de consumo de principios del siglo XX, era más bien al contrario. Las cooperativas de consumo no quebraban y no estaban financiarizadas ni endeudadas. Por contra, formaban aglomeraciones, construían Casas del Pueblo, ponían en marcha escuelas y no tenían ni aparatos burocráticos reseñables ni gestores estrella a pesar de gestionar lo que, para la época, eran cantidades inmensas de fondos.
Pero claro, aquellas cooperativas de consumo no estaban pensadas desde ni para los intereses de una capa de gestores profesionales. Sus socios no eran individuos consumidores atomizados, sino sociedades obreras y cooperativas de trabajo. Sus consejos de dirección estaban formados por representantes de organizaciones muy controladas por su propia base para las que la cooperativa de consumo era una forma de mejorar las condiciones de vida de sus miembros, un brazo complementario a las reivindicaciones salariales y de organización del trabajo.
El significado de la «Economía Social»
A primera vista resulta extraño que incluso en países como España en el que las cooperativas de trabajo asociado son muchas más y generan más empleo que el resto de cooperativas, las ramas locales de la ACI se empeñen en diluirlas en el cooperativismo en general.
Pero aún es más chocante que representando el cooperativismo de trabajo por sí mismo un 5% del PIB -prácticamente el doble de todo el sector agrícola y casi lo mismo que el sector de la construcción- , se empeñen en subsumir el discurso del trabajo y el del conjunto del cooperativismo en el cajón de sastre de la Economía Social.
Lo único relevante en términos económicos que el término Economía Social incluye además de las cooperativas y fórmulas conexas (sociedades laborales, cofradías y mutualidades), es a fundaciones y fundaciones empresariales y a entidades asistenciales (centros especiales de empleo, y grandes asociaciones de discapacidad e inserción).
Desde un punto de vista social choca que las cooperativas se identifiquen con grandes fundaciones cuyo funcionamiento por definición no tiene nada que ver con la participación democrática en la economía -por definición una fundación se debe a un patronato y a una voluntad fundacional. Y desde un punto de vista económico crear un espacio de Economía Social no crea más que un mercado... el mercado de gestores.
Es decir, la dilución del cooperativismo y especialmente del cooperativismo de trabajo en un ámbito mayor como el de la Economía Social es un resultado más del gerencialismo, responde a los intereses de los gestores como grupo social identificable. No a las necesidades de un movimiento cooperativo cada vez más difuminado en la comunicación y promoción de sus supuestos representantes institucionales.
Consecuencias globales y alternativas
Las consecuencias legales
Hemos comentado ya varias veces las consecuencias globales más llamativas del modelo y la hegemonía de la ACI para el cooperativismo de trabajo.
Al lobby de la ACI debemos que la normativa de la SCE (Sociedad Cooperativa Europea) equipare literalmente las cooperativas transfronterizas a multinacionales. Y en el panorama legislativo europeo tenemos ya supuestas cooperativas de trabajo en las que el número de votos puede variar en función de la capacidad económica del socio al unirse.
Otro ejemplo que ya hemos citado de hacia dónde conduce la orientación de la ACI en países sin una tradición cooperativa tan fuerte como España, es Portugal que ya cuenta con menos cooperativas de trabajo que la ciudad de Mérida (60.000 habitantes y 50 coops de trabajo).
Cuando finalmente, siguiendo la lógica armonizadora de la UE, Portugal crea, ya en el siglo XXI, una ley de cooperativas moderna, la hace al dictado de la ACI/ICA (International Cooperative Alliance), a quien cita directamente desde el primer artículo como fuente de la definición de cooperativa.
La ley portuguesa distingue las coops por ramos como si todo fueran coops de consumo o de propietarios asociados. Los trabajadores sólo aparecen como tales en tanto que asalariados a cargo de una cooperativa que ni se menciona que pueda ser de ellos. Por supuesto permite crear cooperativas de trabajo, pero las invisibiliza al punto de no darles ni nombre.
Es decir, estamos ya en una fase de desnaturalización abierta y total que, si se deja al albur de la ACI, sólo puede conducir a la desaparición de los fundamentos más básicos del cooperativismo de trabajo.
Las bases de una alternativa
Hasta aquí hemos visto cómo el modelo ACI, un modelo de cooperativismo basado en el cooperativismo de consumo que surgió históricamente para enfrentar el auge del cooperativismo de trabajo ligado a los ideales igualitarios socialistas:
- Crea un modelo gerencialista que introduce la ideología neoliberal más destructiva en el corazón de las cooperativas de trabajo, desnaturaliza las relaciones cooperativas entre trabajadores y empuja hacia la conversión de las coops en sindicatos de propietarios.
- Desvincula a las cooperativas de consumo del tejido social y el control democrático real.
- Amalgama el cooperativismo en la sopa incoherente de la Economía Social invisibilizándolo socialmente.
- E impulsa una evolución del marco legal que disuelve y margina al cooperativismo de trabajo.
Y cómo, en todo este proceso, solo hay un ganador: los gestores que el modelo coloca en el centro y a cuyos intereses supedita a los trabajadores, tanto a los socios como a los asalariados a los que niega la cooperativización.
Pero ¿se puede volver a un cooperativismo desgerencializado? ¿Un cooperativismo que haga de la acción y la reflexión colectiva el sustento de su organización y del impacto social un modo de vivir?
Tal y como lo vemos nosotros conseguirlo implica crear una base cooperativa militante y con capacidad para servir de ejemplo de la viabilidad y necesidad de un cooperativismo de trabajo maximalista. Eso es lo que intentamos alimentar desde el Centro de Estudios Maximalistas y lo que llevó al nacimiento de Communalia como primera asociación de cooperativas y ONGs maximalistas.
Pero hace falta mucho más: nuevas cooperativas de trabajo que realmente quieran ser la base de un modo de vivir cooperativo, nuevos socios para las cooperativas de trabajo que ya están establecidas, nuevas asociaciones que tomen la responsabilidad de promocionar el cooperativismo de trabajo de verdad en un entorno o región...
Y para todo eso, podemos ayudarte, pero no podemos sustituirte. Te esperamos y créenos cuando te decimos que es una batalla que merece la pena.
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La ACI de hecho se formó, alentada desde sectores clericales británicos, como reacción al éxito de la primera Internacional de trabajadores, que en ese momento agrupaba a la gran mayoría de las cooperativas de trabajadores. Su estrategia pasó por oponer el modelo de las cooperativas de consumo al de las cooperativas obreras de producción, que hoy llamaríamos cooperativas de trabajo asociado. Para eso entre otras cosas tuvieron que crear el falso mito de que los orígenes del cooperativismo estarían en los «Pioneros de Rochdale», la primera coop de consumo. Si te interesa ampliar este tema, pídenos nuestro cuaderno «Historia de las Colectividades» a través de Telegram o del correo electrónico y te enviaremos una copia en papel o en formato electrónico. ↩
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Véase para más detalle nuestro cuaderno «Historia de las colectividades». ↩
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Si te interesa este tema pídenos nuestro cuaderno «ADE para comuneros» a través de Telegram o del correo electrónico y te enviaremos una copia en papel o en formato electrónico. En él vemos cómo los resultados de las cuentas de una empresa propiedad de sus trabajadores (o de una comunidad o una familia) tienen un significado muy diferente al que tendrían las mismas cuentas para un mercader, una sociedad cotizada, o una start up especulativa, y deben por tanto leerse y evaluarse de manera distinta. ↩