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Traición y pertenencia

Si buscáramos un hilo siempre presente en el tejido que conforma la obra de Juan Urrutia seguramente encontraríamos sus reflexiones sobre la traición a la tribu, pudiendo la tribu significar la nación, la familia, la cuadrilla o los compañeros de profesión, es decir, la «identidad».

Traición y pertenencia
Contenido

El traidor serial

Para Juan la traición constante a la identidad colectiva es la única forma de ser un verdadero aporte a la tribu y también de mantenerla viva a través de la diversidad, por muy contradictorio que esto pueda parecer.

Para el Nacionalismo tradicional, de raigambre polí­tica, no hay mayor pecado que la deslealtad ni demonio más perverso que el traidor. Para el Nacionalismo culturalmente prestigioso, el traidor no es sino un explorador vanguardista y un maestro, y la deslealtad no es sino la fidelidad a un cambio.

La explicación está en la autocomplacencia que les lleva a pensar que las ideas felices son verdad siempre que representen una traición a la tribu (feliz expresión de Juaristi). Creo firmemente que sin traición a la tribu no hay progreso real ni en la ciencia ni en la política; pero no cualquier traición es igualmente valiosa e incluso hay traiciones contraproducentes, justamente las que pretenden fundar una nueva iglesia sobre la paranoia incipiente no diagnosticada, o sostenerse en el aire estirando de los cordones de sus zapatos.

Mirowski y Juaristi, 19/04/2004


El asunto de la traición me es muy cercano pues no me puedo quitar de la cabeza la traición que cometí­ a los seis años en el parque de Bilbao: me pasé a la tribu de los Manane que eran de los escolapios, un colegio que pugnaba con el mí­o en algunos deportes, mayores que yo y mucho más fuertes. Al mediodí­a descendí­an desde La Alameda de Recalde hasta la entrada del parque y allí­ les esperábamos apostados y con munición acumulada. Pero ellos enseguidad se armaban y no sólo mantení­an el frente a pecho descubierto, sino que nos bombardeaban con proyectiles improvisados que causaban bajas considerables en buestras filas. Un mediodí­a cualquiera me atreví­ a cruzar la tierra de nadie y a juntarme a su banda. No se cómo me decidí­, lo tengo reprimido, y no se cómo fui recibido ni cómo recuperé mi posición en mi propia tribu, ni si realmente la recuperé. El impacto de la traición fue tan fuerte que no recuerdo nada.

Supongo que es esta experiencia traumática la que me llevo más de cinco décadas después a elogiar la traición y afirmar que hay en ella algo saludable que Juaristi habí­a detectado.

Elogio de la traición, 27/1/2006


La reputación es la creencia que los demás tienen sobre mí­ debido a que no hago lo que serí­a razonable y esperable. Es decir, adquiero reputación porque, no siendo creí­ble, continúo haciendo lo que anuncio que quiero, debo o voy a hacer en cualquier caso. Es costoso adquirir una reputación, pero es muy fácil perderla en cuanto uno vuelve a ser creí­ble. Es frágil la reputación y sobre ella he escrito muchas veces (...).

La identidad es otra cosa. Sobre ella también he escrito en diversas ocasiones; pero quizá merezca citarse aquí­ lo de fraternidad. Tal como se desprende de ese trabajo, y contrariamente a lo que se entiende generalmente por identidad, ésta es algo plástico y se renueva constantemente con la traición a la identidad basada en la tradición. Se puede acartonar si es tan fuerte que no admite la disidencia. En ese caso es también frágil; pero si esa identidad sabe integrar a los disidentes y evolucionar con ellos se hace eterna e invulnerable.

¿Que desearí­a una empresa? ¿Reputación o identidad? Mi intuición es que antes, cuando el mundo era relativamente estable, lo importante era la reputación. En el mundo de hoy que fluye como un torrente todos sabemos que el romper la reputación puede ser fuente de grandes beneficios por lo que nadie se fiará de una reputación.

En el mundo de hoy, en efecto, solo nos fiamos de la identidad y eso solo cuando es algo vivo que se va haciendo. Las identidades que se acartonen porque no sepan dar entrada a la crí­tica o al diálogo infinito, se convertirán en gettos sin porvenir.

Reputación e identidad, 20/12/2007

En la introducción a su Obra póstuma Juan recuerda su interés de juventud en el nacionalismo vasco solo permanece vivo en relación a su verdadero interés por el confederalismo, un tema que, como él mismo señala , no es una prioridad para el nacionalismo vasco -ni para muchos otros nacionalismos- pero que es central en el pensamiento de Juan Urrutia.

Vamos obteniendo así, temas claros que aparecen constantemente y influyeron visiblemente en su obra como el citado confederalismo, la diversidad, la identidad o el reconocimiento.

Mientras las decisiones de una persona están dictadas en su mayoría por la identidad del grupo a que pertenece, menos auténtica es su individualidad. Para convertirse en un individuo genuino y autónomo, la persona debe despojarse de las señas de identidad del grupo a que pertenece. Tiene que irse liberando de aquellos rasgos que comparte con los demás miembros del grupo y pasar a compartir rasgos culturales alternativos que identifican a los miembros de otros grupos. Pero para ello no tiene más remedio que traicionar. En efecto no basta con salirse de un grupo para pasar a un limbo desindentificado; sino que no hay más remedio que pasar de un grupo identitario a otro y a esto se le llama traición, entendiendo ésta como la disidencia in acto.

Esta traición se desarrolla en el tiempo pues el individuo que se lanza a enredase en este proceso de individuación no llega a su meta a no ser que, una vez pasado a otro grupo, no abandone también éste a través del despojamiento de otro rasgo perteneciente a este tercer grupo. En el límite de este proceso el agente individual más o menos “repe” se ha convertido en un individuo genuino en el sentido de que ha conformado un vector de rasgos culturales que solo a él le definen. Se puede, por lo tanto, decir que el individuo se hace tal a través de la pertenencia a diferentes grupos a los que traiciona secuencialmente. Hacerse individuo auténtico en el sentido heideggeriano pasa por traicionar al grupo en mayor o menor medida.

Este proceso es muy caro cuando lo medimos en términos del coste de la disidencia. Como no creo que el imaginario cultural colectivo converja a uno dado, el proceso de individuación no tiene fin y, además, no creo que fuera bueno que lo tuviera pues, además de perder oportunidades de acceder a la autenticidad perderíamos diversidad.

A la individuación por la pertenencia, 2006


Y, sin embargo, hay algo de turbador en la idea de identidad si consideramos a ésta como el conjunto de memes que dotan de personalidad propia a un colectivo humano diferenciado. La identidad de un individuo perteneciente a ese colectivo sería pues derivada y no realmente originaria. Pero eso choca con la idea de individualidad si por ella se entiende la entidad inalienable de un individuo.

Es necesario compatibilizar estas dos concepciones tratando de entender o enriquecer la idea de individualisierung del matrimonio Beck. A ello dedique un trabajito hace tiempo. En él pretendía sugerir que se trata de un proceso perpetuo en el que alguien pretende ir pasando por diferentes identidades sociales hacéndose a sí mismo, a lo largo del proceso, como alguien imposible de explicar por su pertenencia a un colectivo determinado.

Insistía con cierto deseo de escandalizar que la conversión en individuo debía pasar por traiciones sucesivas y que la traición era pues como el precio de la individualización y el pecado original inevitable de un ente personal autónomo.

Identidad y autoría, 07/02/2011


De la misma manera que no hay libertad sin propiedad privada, no podemos entender fructíferamente el individualismo sin tener en cuenta la existencia y evolución de comunidades identitarias a las que todo individuo está adscrito con mayor o menor fuerza [...]

Identidad antes que individualismo

Por un liberalismo pequeñoburgués, 21/06/2014

La incomodidad

Juan es consciente de que la traición serial, a pesar de ser, en último término, positiva tanto para el individuo como para el grupo tiene un coste para el primero. Hace tu vida más incómoda, genera una cantidad ingente de problemas. Pero estos problemas merecen la pena, nos dice Juan, pues nos permiten vivir una vida interesante, apasionada, y sobre todo, disfrutar de ella.

Depende de cómo de en serio me tome a mí mismo. Si mantener el aliento de mi vida propia es el valor supremo (como sería para Aranzadi según afirma en El Escudo de Arquiloco) supongo que tengo que alinearme con los buenos y arrimar el hombro, incluso si ello choca con mi odio a la delación o con mi capacidad de ponerme en el lugar del otro. Si admito la elección entre nosotros o ellos no tiene sentido que me pase a ellos. Pero si concibo valores por encima de la vida propia (como sería el caso de Juaristi en su último libro La Tribu Atribulada), o he sido educado en que los hay, o concibo otros mundos posibles ¿qué puedo hacer? Por muchas vueltas que le doy no veo otra salida que ser espía doble o, lo que es lo mismo, un traidor doble. Siempre he intuido que el traidor es por su aparente capacidad de ponerse en la piel de otro el humanista supremo; pero no se muy bien qué es ser doble traidor: posiblemente un destino y no un destino cualquiera sino el que corresponde a un suicida.

Desencriptando el terrorismo, 15/09/2003


La primera epí­stola a los corintios muestra con claridad que Pablo, antes llamado Saulo, es un constructor de instituciones. Y por fin lo he pillado. Claro que se trata de un gran poema aparentemente lí­rico que canta al amor; pero es mucho más que eso. Canta a un amor no de enamorados embobados. Canta a la hercúlea tarea de crear instituciones. Y para esa tarea sirven unas cosas; pero no otras.

En la primera parte desgrana Pablo las que parecí­a que serví­an: lenguas, erudición, retórica, fe o generosidad. Pero ninguna de esas cosas está a la altura de la tarea,ninguna sirve de gran cosa a no ser que por detrás esté la pasión. Una pasión que se ilustra por acumulación de ejemplos en la segunda parte y que no hay que confundir ni con el enamoramiento ni con el deseo sexual aunque estas dos pulsiones puedan estar también ahí­. Lo que importa es la locura, la imposibilidad de no ser poseí­do por ella, la obsesión, la seguridad en la victoria final aunque haya que sufrir mucho.

Este tipo de pasión constructiva, mesiánica, ya estaba en El Tratado de la Pasión de Eugenio Trí­as. Pero la idea de este autor de que no hay comprensión sin pasión, aunque estaba clara en los ejemplos wagnerianos que él manejaba en esa publicación, lo está todaví­a más en esta epí­stola a los corintios que Pablo escribe a sus conciudadanos y al mundo diciéndoles que se dejen de tonterí­as y que se apresten a ser guerreros zen, indestructibles, ofreciéndoles simultáneamente la receta para llegar a serlo. Una receta que al tiempo que subraya la resistencia, menciona el gozo en la verdad.

Da miedo. La receta es tener solo un objetivo y conservarlo pase lo que pase. Esto es algo muy propio de un converso o de un segundo matrimonio o de una comunidad asediada (Israel). Cuestión de supervivencia.

La pasión de Pablo de Tarso, 03/10/2006


[John Robb], como muchos de nosotros, se siente incómodo en todas las comunidades de las que ha formado parte. En mi caso como economista, como académico, como político, como banquero, como autor, como bloggero e incluso como vasco no me encuentro del todo asentado. Desde que leí, a mis veinte años y durante un verano en Oxford, The Outsider de Colin Wilson (comprado en Blackwells a cambio de renunciar a la hamburguesa del mediodía) no hago sino hacer reales las dificultades teóricas que ya se me anunciaban en dicho libro como consecuencia del deseo de ser único sin poder dejar de pertenecer a algo.

Ser outsider, 05/01/2010


Yo me dediqué a esto de la universidad por razones espúreas. No lo hice por el deseo de enseñar al que no sabe puesto que lo que creía que quería era justamente saber. Pero creo que tampoco me movía la sed de conocimiento, pienso ahora.

No, no me motivaba la sed de conocimiento o al menos no esa sed que lleva a trabajar hasta que crees que conoces algo porque puedes explicarlo y los demás reconocen que no tienen objeciones. Si realmente creo que conozco algo no tengo paciencia con su perfeccionamiento en la búsqueda de la impecabilidad de forma que la falta de objeciones de los demás no me preocupa; ni siquiera me atañe. De ahí que mi éxito como investigador consista únicamente en ser de los pocos que sabe distinguir donde está el genio.

Tampoco fue la Universidad en mi caso la forma de salir del gueto como puede serlo para un estadounidense de origen judío o el baloncesto para un negro del Bronx. Yo no me sentía en un gueto (solo más tarde me di cuenta que todos estamos dentro de un gueto) y mis salidas naturales hubieran sido otras propias de la gente que me rodeaba y que me rodea.

Creo que lo que me llevó a ser profesor universitario fue justamente el tweed. Ese tipo de tejido representaba para mí la elegancia del terco independiente que vive solo con sus libros aunque esté casado, tiene una amante esporádica en Londres y de vez en cuando se enamorisca de una jóven estudiante inalcanzable en competencia con su mejor alumno y su colega más basto. Es decir, que fue Losey en Accidente el que me llevó a torcer mi destino y acabar en la Universidad con coderas en una vieja chaqueta de tweed marrón.

Cumplí mi destino hasta que un accidente o una sucesión de extraños accidentes y de casualidades me retiraron de la torre de marfil, lo que trajo consigo finalmente mi verdadera libertad ya despreocupado del cultivo de una imagen.

Pero el tweed siguió ahí por razones de sobriedad económica. Y el tweed me convierte en un perturbado desubicado en una película de Tim Burton. No hay nadie con quien me cruce que vista como yo. Queda algún ejecutivo con traje, a medida o no, pero el resto de los seres humanos ya han adoptado nuevos tejidos que exigen nuevas formas. Me paseo como un extraterrestre entre zamarras de tejido inteligente y trajes estúpidos con una prenda que me hace sentirme como un cura con sotana en medio de un festival rock.

Tweed, 17/05/2010


Y finalizo pensando que no he adelantado mucho, pero que es posible que me vaya acercando a una postura que me permita no retirarme del todo a base de esquivar las contradicciones para poder dedicarme al placer y, al mismo tiempo, apoyar con discreción posturas que puedan parecer extremosas pero que merecen nuestro espíritu conservacionista más que el lince ibérico. ¿Es esto garantía de soledad? Pues casi con seguridad, pero, ¿no ha sido esta siempre mi posición? Estudio, leo, escribo, converso, procuro ser generoso y amable pero me parece que sigo en el mismo sitio.

Chantal Mouffe y mi toma de posición, 4/12/2013

Contra el destino

Y es que esa vida apasionada y rica del traidor en serie se encuentra en oposición a la vida gris y mediocre del que no se atreve a salir del carril de una vida prediseñada y que Juan ve en el Bilbao de su infancia y adolecencia.

Es que uno aprende muchas cosas en las lecturas vacacionales. Leo, excitado por la tramuntana represada, un libro inusitado: The Austrian Mind. An Intellectual and social History 1848-1938, de W.M. Johnston, editado por la University of California Press en 1972.

Me sorprendo a mí­ mismo al verme leyendo cosas así­; pero todaví­a me sorprende más lo que, inesperadamente, aprendo. No me refiero a que Herr Biedermeier era un personaje ficticio elaborado sobre la figura de un triste maestro de escuela y poeta aficionado por un par de amigos y alumnos suyos como ejemplar del Kleines Mann que acepta con resignación su destino mediocre. Me refiero a que me encuentro de repente y sin previo aviso con que lo que llamarí­amos el estilo de vida Biedermeier constituye el prototipo del estilo de vida bilbaino de mis años de infancia y juventud.

Biedemeier, 04/08/2006


Paseo distraído, haciendo tiempo, en dirección al restaurante en el que voy a almorzar con un viejo amigo. Camino por la calle Claudio Coello y me encuentro con una tienda de ropa con un nombre filosófico: Zadig & Voltaire. Salto desconcertado, no estaba esto en el abanico de previsiones para el día de hoy. ¿Qué pinta el disolvente Voltaire en una calle sosa de un barrio de señoritos de una ciudad sin gracia como Madrid? Claudio Coello pinta a San Agustín que, como se sabe, es el inventor, o al menos el difusor, en La ciudad de Dios, de la idea de Providencia, algo que ayuda a pasar las penalidades que a todos llegan. Y Voltaire, un Kontraren Kontra avant la léttre, el autor de Zadig o el Destino. Extraño nombre para una tienda en una zona pija. No hubiera venido por esta zona; pero es el Destino o la Providencia los que me han traído. Que les vaya bien, pero yo no pienso volver por aquí.

Destino y Providencia, 19/11/2009