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La mirada de los economistas académicos de posguerra

Antes de ponernos en marcha tenemos que reconocer el terreno de partida y entender cómo configuró la mirada de aquella generación de economistas la piedra de toque de la Teoría Neoclásica, el núcleo del corpus que se sigue enseñando en las facultades de Economía: los teoremas fundamentales de la Economía del Bienestar formulados por Arrow y Debreu.

La mirada de los economistas académicos de posguerra
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Kenneth Arrow y la generación de economistas de la posguerra

[Arrow será] siempre mi economista favorito y estoy convencido de que ese es el caso de muchos de los economistas de mi edad.

Juan Urrutia, Kenneth Arrow

Es difícil hoy reflejar hasta qué punto para la generación de economistas académicos formada entre el final de los cincuenta y -al menos- la crisis del petróleo, Kenneth Arrow representaba la idea misma de lo que la profesión tenía para ofrecer y de aquello a lo que debían aspirar en sus carreras.

En 1954 se Arrow y Debreu habían publicado su modelo de equilibrio general. Casi de manera instantánea se les consideró los culminadores del programa abierto por Adam Smith. Gracias a ellos la Ciencia Económica habría llegado a la mayoría de edad.

A fin de cuentas, una lectura superficial del modelo y los teoremas fundamentales de la economía del bienestar que se derivan de él, llevaría a pensar que probarían nada más y nada menos que la hipótesis smithiana de la Mano Invisible: el mercado, por sí mismo, tiende a producir asignaciones eficientes de bienes y precios. Es más, como corolario demostraba que las políticas redistributivas comenzadas con el New Deal antes de la guerra y desarrolladas luego por los gobiernos laboristas y democratacristianos en Europa en la posguerra, no afectaban en teoría a la eficiencia del mercado. Nada más conveniente. Como afirmó el propio Debreu ese mismo año, habían encontrado pruebas para las viejas creencias de los economistas académicos.

Qué dice el modelo del equilibrio general de Arrow

El modelo demuestra matemáticamente que, bajo una serie de supuestos estrictos (mercados completos, información simétrica, competencia perfecta), el mercado por sí mismo alcanza un equilibrio de precios. De aquí se derivan los dos teoremas:

  1. Todo Equilibrio General Competitivo es un Óptimo de Pareto, es decir, es eficiente: se usan todos los recursos y se distribuyen todos los resultados. En otras palabras, es imposible mejorar la situación de un individuo sin empeorar la de otro.
  1. Toda asignación eficiente en el sentido de Pareto puede alcanzarse como un equilibrio competitivo, siempre que sea posible realizar transferencias iniciales de riqueza sin distorsionar los precios relativos. Es decir, aunque modifiquemos las condiciones de partida, transfiriendo rentas a los individuos más pobras por ejemplo, mientras se deje al mercado asignar recursos, los resultados seguirán siendo eficientes. En qué distribución eficiente queramos colocarnos -más igualitaria o menos- ya no es una cuestión de ciencia económica, es una opción político-moral alcanzable -sin romper nada- mediante transferencias directas de riqueza.

¿Dónde está el truco?

Los habituados a los métodos de la Economía académica sabemos que cada vez que un modelo prueba un prejuicio o una ideología, hay que repasar sus exigencias de partida, por técnicas o formales que puedan parecer. Bien manejadas puede servir para probar cualquier cosa, como el famoso modelo del premio Nobel Gary Becker que demostraba -bajo ciertas condiciones, y ahí estaba la trampa- que cuando una empresa discriminaba a los trabajadores por su raza a la hora de pagar salarios, eran los racistas los que salían perdiendo.

Y si observamos las condiciones del modelo de Arrow y Debreu, la respuesta obvia es que los teoremas son en realidad teoremas de imposibilidad, porque en el mundo real ni los mercados se vacían completamente (lo común son los mercados incompletos), ni la información es perfectamente simétrica (no se conoce la economía en la que todos los agentes saben todo y nadie puede engañar a nadie), ni existe competencia perfecta (oligopolios y monopolios son el pan nuestro de cada día).

Sin embargo, Arrow y Debreu en su modelo adelantaron muy elegantemente esta posible vía de crítica. En la propia demostración aparece un nuevo concepto -a su vez sometido a ciertas condiciones y restricciones- el cuasi-equilibrio. Básicamente, lo que nos dice la noción de cuasiequilibrio es que basta con un conjunto reducido de exigencias formales y alguna de fondo -la más importante, puede haber exceso de oferta, aunque no de demanda- para que el modelo casi funcione, llegando a un cuasiequilibrio que a su vez puede ser reconducido a un equilibrio pleno y eficiente.

El cuasiequilibrio no salvaba las asimetrías de información ni la ausencia de competencia perfecta, pero lo importante para nosotros ahora no es tanto entender cómo funciona la teoría sobre cuasiequilibrios sino cómo se leyó y se entendió en aquel momento. La clave es que la interpretación dominante fue que, como demostraban los cuasiequilibrios -aunque sólo fuera para la inexistencia de mercados completos- cuanto más se parecieran las condiciones reales a las condiciones de partida, más cerca de la eficiencia estarían los mercados.

Dicho de otro modo, con los cuasiequilibrios daban la vuelta a las críticas convirtiendo las exigencias del modelo en un programa político-económico. El programa de la Teoría Neoclásica. Para una ciencia que pretende estar llegando a la mayoría de edad no deja ser chocante, pero el caso es que el lema de la profesión de economista pasa a ser algo sospechosamente parecio al famoso: Si la teoría no se ajusta a la realidad, ajustemos la realidad a la teoría.

El equilibrio general, las asimetrías de información y los costes de transacción

En 1937, Ronald Coase, había publicado un artículo -The Nature of the Firm- preguntándose algo por lo demás evidente: ¿Por qué existen las empresas si el mercado asigna recursos eficientemente?

La respuesta es que en la economía de mercado siempre van a existir costes derivados del uso del propio sistema. Años más tarde, a partir de otro famoso artículo de 1960, a esos costes, los de de buscar información, negociar acuerdos, redactar y vigilar contratos, y garantizar su cumplimiento, les llamó Costes de transacción.

Antes de seguir, reflexionemos un poco sobre ésto: Los costes de transacción son dependientes del grado de confianza entre compradores y vendedores en el mercado. Cuanto mayor es la desconfianza mayores son los costes de transacción. Cuánto menos confíe en que el proveedor me está proponiendo el precio de mercado, más tiempo y recursos gastaré en informarme sobre qué otros proveedores hay y a que precios ofrecen el mismo producto. Cuánto menos confíe en el compromiso de los contables y gerentes que quiero contratar, más complejos y costosos serán los contratos que firme con ellos; etc.

Los costes de transacción, íntimamente ligados a las asimetrías de información, chocan frontalmente con los supuestos de los teoremas de la Economía del Bienestar:

  • Impiden que se vacíen los mercados.
  • Implican información asimétrica.
  • Por lo mismo, hasta resulta difícil pensar en que sea posible realizar transferencias de riqueza que no modifiquen el sistema de precios relativos, porque incorporar el coste de transacción supone ver el elefante en la argumentación: las políticas redistributivas tienen un gigantesco coste burocrático porque el estado siempre va a querer comprobar que da el dinero a quien cumple ciertas condiciones y no a otros.
  • Implica que siempre va a haber externalidades -es decir, costes de la actividad de uno que paga otro, como la contaminación, o de los que se beneficia otro, como la apertura de un cine que genera clientela para el restaurante del portal de al lado- porque no nos permiten pensar que vaya a ser gratuito negociar entre las partes una internalización.

¿Imposibilidad o programa?

Cuando introducimos la idea de los costes de transacción la tentación inmediata es abandonar el corpus y declarar abiertamente que los teoremas de la Economía del bienestar son teoremas de imposibilidad, es decir, que en la vida real las asignaciones de mercado no van a ser generalmente eficientes, la Mano Invisible no produce por sí misma ningún tipo de óptimo social.

Pero en el marco en el que se estaba leyendo el modelo del equilibrio general de Arrow había otra opción: pensar la reducción de costes de transacción y asimetrías de información como parte del programa Neoclásico de intervención. Es decir, encontrar bajo que formas y en que marco de relaciones, los costes de transacción y las asimetrías de información se reducen sustancialmente. Dicho de otra manera, cómo hacer que los intercambios pudieran escapar a los abogados y reposar sobre el viejo apretón de manos. Ese fue el camino de Juan Urrutia.

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Pregunta 1

¿Por qué los Teoremas de la Economía del Bienestar podrían interpretarse como teoremas de imposibilidad?

Pregunta 2

¿Qué dicen los Teoremas de la Economía del Bienestar?

Pregunta 3

¿Con qué se relacionan los costes de transacción y el coste de las asimetrías de información?

Pregunta 4

¿Cómo se interpretó que el modelo produjera un «cuasiequilibrio» reconducible en equilibrio eficiente en caso de que se relajara una condición tan importante como que no hubiera exceso de oferta?

Juan Urrutia y la Economía de la Abundancia › Tema 1

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