Aharon Giladi y la creación de un nuevo mundo por el trabajo
Aharon Giladi seguramente sea el artista que mejor ha expresado la capacidad del trabajo para transformar el mundo y la potencia del trabajo colectivo. Su vida es un largo exilio... por el siglo XX.
Las cuatro vidas de Aharon Giladi
La primera vida de Aharon Giladi
A principios del siglo XX Gomel formaba parte de la región de confinamiento a la que el Imperio ruso había limitado la residencia de sus própios súbditos de religión judía. A diferencia de otras ciudades de esa zona especial, los judíos podían vivir en la ciudad y de hecho, según el censo de 1897, un 55% de los habitantes estaban registrados como tales. En 1903 Gomel sufre un gran pogrom al que seguirá la represión -con marcados tintes antisemitas- de la revolución de 1905. Ese es el ambiente en el que en 1907 nace como Aharon Golodetz, Aharon Giladi.
Cuando tiene 11 años vive la entrada de las tropas del Ejército Rojo en la ciudad. Giladi, como tantos chicos del área de confinamiento judío solo piensa en salir del ambiente opresivo y reaccionario de su ciudad natal e intuye en la Revolución una forma de hacerlo.
La segunda vida de Anton Giladi

En 1923, a los 16 años, consigue ser aceptado en la Academia de Artes de Leningrado, la cuna del nuevo Arte soviético. Pero en la capital, descubre pronto el desencanto en un ambiente marcado por la NEP y la prohibición de todas actividades políticas después de la represión del alzamiento de Kronstad, la última resistencia libertaria y populista al estado que había surgido de la militarización de la guerra civil.
Comienza a asistir a reuniones de Hashomer Hatzair, un grupo scout clandestino de jóvenes judíos. Pero en 1923 es detenido por «propaganda sionista», encarcelado durante ocho meses y enviado a Siberia. Allí es encerrado en un gélido campo de trabajo. Es duro pero no conoce el sadismo y la violencia que caracterizarán el gulag de la época stalinista. Allí el joven Giladi coincidirá con militantes de la izquierda comunista, el eserismo, el cooperativismo, el sindicalismo y el anarquismo rusos.
A los tres años queda en libertad. Está fuera del campo pero no puede volver legalmente a Europa. Se busca la vida haciendo todo tipo de pequeños trabajos trabajos y durmiendo donde puede hasta que consigue que un teatro local le de albergue y algo de comida a cambio de limpiar, coser telones y pintar decorados. Son tres años de hambre y desconfianza, pero también de una extraña y estoica sensación de libertad que permeará toda su obra.
En 1929, en plena primera ola de terror stalinista consigue unirse a un grupo de miembros de Hashomer Hatzair que intenta emigrar a Palestina ilegalmente. Tras una odisea de meses, tras cruzar a pie media Rusia, el Caúcaso y Turquía, lo consigue y se une al grupo fundacional del kibutz Afikim, parte de la naciente red del Kibutz Artzi, la organización de kibutz de Hashomer Hatzair.
La tercera vida de Aharon Giladi

El problema es que el kibutz no tenía espacio propio todavía. Trabajan preparando tierras para el cultivo en los pedregales que rodean el lago Kinneret (el «Mar de Galilea» en español o el «Lago Tiberiades» de las traducciones bíblicas) en los terrenos comprados por Degania Bet y duermen en tiendas de campaña.
Conoce ahí a su mujer Deborah que trabaja con Golda Meir. En 1932, cuando el kibutz consigue por fin comprar una tierra propia, Giladi acompañará a ambas a EEUU, donde Meir y su equipo se dedican durante dos años a organizar una red de recaudación de fondos para que el Fondo Nacional Judío pueda proseguir comprando parcelas y ofreciendo crédito a los refugiados.
Durante ese tiempo, cuidará a sus hijos y trabajará como albañil y yesero. A la vuelta al kibutz en 1934 comienza a enseñar dibujo y pintura a jóvenes de la región en los escasos ratos libres. Comienza entonces una pugna con el comité del kibutz para ganar, con otros artistas del grupo, un espacio y tiempo propio para pintar. A diferencia de otras corrientes kibutzianas, Hashomer Hatzair tendrá una especial falta de sensibilidad hacia el trabajo artístico, tardará años en considerarlo parte de los trabajos comunitarios a pesar de contar entre sus miembros con algunos de los mejores pintores de aquella generación de emigrantes.
Cuando cruzo el kibutz con mis lienzos hago el trabajo más duro de todos y soporto más peso que nadie porque cargo sobre mis hombros no solo con ellos sino con las miradas reprobadoras de todo el comité
Se une con otro grupo de pintores de distintos kibutz alrededor del lago, una región que en la época es ya conocida como «la República de los kibutz». Formarán «Ofakim Hadashim» («Nuevos horizontes»), el grupo más influyente de la primera pintura israelí que encontrará la complicidad de figuras como Chaim Atar, un carismático pintor del kibutz «Ein Harod» que en ese momento está embarcado en la aventura de construir en su kibutz el que será durante mucho tiempo el museo de arte contemporáneo más importante de Asia. Giladi conseguirá finalmente en 1941 que su kibutz le permita un espacio apropiado.

Sin embargo el lanzamiento de su carrera vendrá gracias a otro movimiento kibutziano, el Kibbutz Ha Meuhad, que publicará en 1942 su primera colección de láminas con un prólogo de la escritora Lea Goldberg. A partir de ahí sus dibujos y esbozos se convierten en arte popular y empiezan a poblar por igual los comedores de las clases medias urbanas y los dormirtorios de los kibutznik.
La cuarta vida de Aharon Giladi

Harto de las tensiones con su propio kibutz, en 1948 lo abandona y comienza a trabajar para el Histadrut, el movimiento sindical, en un centro de formación para pintores de nuevos asentamientos y kibutz. Comienzan a llegar los premios, las exposiciones y los reconocimientos. Pero también son los años en que llegan primero los supervivientes de los campos de exterminio y luego los judíos del mundo árabe expulsados de sus países tras la derrota de los ejércitos de la Liga Arabe en 1948.
La obra y la mirada de Giladi se transforman. Empieza a evolucionar hacia la abstracción. Sus escenas cargan con una melancolía y una tristeza terribles. Los rostros se vacían, las maternidad ocupa el lugar del trabajo y la Naturaleza. Solo en 1952 recuperará la fuerza de sus comienzos. Ese año acompaña a los trabajadores que están construyendo un gasoducto entre Eilat y Beersheva. Publicará su cuaderno como láminas con un prólogo de David Ben Gurion. Un nuevo éxito.
Pero a partir de 1955, con un nuevo estudio, se sumerge en un universo cada vez más oscuro. En sus últimos años su técnica evolucionará hacia el oleo. La potencia del trabajo en acción, el milagro de la Naturaleza siendo humanizada, nunca volverían a su obra.
El legado pictórico de Giladi quedará como símbolo de una generación de comuneros israelíes nacidos en Europa que sufrió el antisemitismo más brutal, la contrarrevolución, el genocidio y la guerra y todavía tuvo que enfrentar la pacata visión del mundo y la cultura que ellos mismos habían desarrollado en su fase juvenalista
Giladi y los maximalistas
Nadie como Giladi ha mostrado con más sencillez y honestidad la capacidad transformadora del trabajo y su belleza. Sus cuadernos, no muy bien impresos en su mayoría son verdaderas joyas, alejadas por igual de la propaganda socialista, el costumbrismo comunal y el realismo social.
El trazo de sus dibujos no es azaroso: las líneas que delimitan a los protagonistas -hombres y mujeres del kibutz- son las mismas que les unen a las herramientas de trabajo y el campo que les rodea. En sus pinturas y obra gráfica coloreada, las masas de color trascienden las líneas del dibujo como si los personajes quisieran irradiar y proyectarse hacia el espectador.
Tal vez por eso resulta terapéutico también. Y es que hay algo especial en los cuadernos de dibujo y la obra gráfica de Giladi, algo que nos recuerda qué somos y desde dónde nos construimos. Desde el futuro.