11/11/2024 | Entrada nº 127 | Dentro de Historia

Hutteritas, los comuneros de la Reforma

El siglo XVI verá, por primera vez desde la Antigüedad, la aparición de un movimiento comunal de gran escala en Europa. La profundidad de la experiencia hutterita y la inteligencia de sus soluciones organizativas hacen que todo modelo viable para el crecimiento de una economía cooperativa pase hoy necesariamente por lugares que los hutteritas exploraron con éxito hace más de 400 años.

La aparición del movimiento hutterita

El siglo XVI verá, por primera vez desde la Antigüedad, la aparición de un movimiento comunal de gran escala en Europa. El contexto es el del auge del anabaptismo en los territorios de los Habsburgo (1520). El anabaptismo, en sus diferentes corrientes y expresiones sirve entonces de bandera ideológica a la lucha de clases de los campesinos contra los terratenientes. Luchas que culminan en las guerras campesinas alemanas (1524-25) y en la rebelión y represión de la ciudad de Münster (1534-35).

La persecución de los anabaptistas -masiva y especialmente cruel- no conseguirá en principio hacer decaer el atractivo del movimiento que sobrevivirá en una caótica mezcla de clandestinidad, huidas y matanzas de comunidades enteras.

En los años posteriores a la matanza de Münster, miembros de algunas grandes familias feudales, que mantienen su propio juego político, les darán refugio más o menos estable esperando obtener mano de obra y aumentar su base de recaudación. Los Liechtenstein abren su finca señorial de Nikolsburg, en Moravia y una corriente permanente de refugiados comienza a conectar el Tirol con esta nueva Tierra prometida.

La situación de estos refugiados es dramática y poco a poco se dan cuenta de que necesitan un nuevo modo de organización. Como cuenta la enciclopedia anabaptista:

Obligados por la situación de emergencia, la necesidad de cuidar de los muchos hermanos indigentes, juntaron todas sus posesiones y dinero a la manera de la primera iglesia en Jerusalén. Pero este acto no se entendió al principio como un paso definitivo hacia la comunidad completa de bienes que comprendiera tanto el consumo como la producción. Este desarrollo vino pero lentamente paso a paso.

Durante una primera época (1529-33) las distintas comunidades ensayan modelos en inevitable conflicto. Hasta que Jacob Hutter, un carismático sombrerero tirolés formado en Praga. Tras intentar aportar en la distancia, acaba trasladándose clandestinamente a Moravia para mediar en las disputas entre líderes locales y defender un sistema basado en el desarrollo del comunal colectivo como base material del movimiento.

Buena parte de las comunidades anabaptistas moravas le seguirán y adoptarán los principios doctrinales y organizativos de Hutter durante los siguientes dos años hasta su captura y quema en la hoguera en 1535.

Tras su muerte, mientras el anabaptismo prácticamente desaparece en el mundo germanófono, las colectividades hutteritas prosperan y crecen. Y cuando llega al trono el emperador Maximiliano II (1564-1576), contrario a la represión de los protestantes, se inicia lo que los hutteritas recuerdan como la buena época (1554-1565).

En 1565 es elegido líder de las comunidades huteritas Peter Walpot, un tirolés que dirigirá el movimiento hasta 1578. A su impulso se debe el procedimentar oficios y prácticas cotidianas; la mejora de las escuelas con una de las primeras teorizaciones pedagógicas que prohíbe castigos físicos y busca el autoaprendizaje del niño; la alfabetización general; la exaltación de la higiene y la puesta en marcha de un sistema de atención médica compartido y universal a los comuneros. Es la Edad de Oro (1565-1595), que nos ha dejado entre otras cosas el gran Geschicht-Buch, el registro histórico de los hechos del movimiento hutterita.

Generalmente se estima que entre Moravia y Eslovaquia existían en ese momento alrededor de un centenar de Bruderhofs, con una población estimada de unas 30.000 personas, aunque algunos autores aumentan el número de comunidades y llegan hasta los 70.000 miembros.

En 1569 se agregó al gran libro de historia hutterita una separata llamada Beschreibung der Gemein Wohlstand (Descripción de la prosperidad común). En ella se describen las formas de organización de la primera estructura comunal de gran escala del mundo moderno.

La organización comunal del trabajo a gran escala

Man nähret sich mit allerlei Handwerlk (nos mantenemos a base de todo tipo de artesanías), dice el libro. No parece sorprendente, pero es que estamos hablando de una parte de Europa en la que el sistema de manufactura pre-fabril aún no se había extendido ni lo haría en los siguientes 150 años.

El modelo vanguardista para la aristocracia aburguesada era el de algunas ciudades italianas. En ellas los mercaderes, a base de monopolizar las compras por adelantado, habían conseguido tomar las riendas de los talleres gremiales artesanos, convirtiendo a maestros y aprendices en meros asalariados a destajo. Una vez con la posibilidad de ordenar la totalidad del trabajo de varios gremios complementarios bajo sus órdenes -aunque mantuvieran su organización interna- el mercader aumentaba a placer el grado de interdependencia y escala de la producción, en un proceso que acabará, andando los siglos, dando lugar al primer sistema de manufactura moderna: una fábrica que agrupaba distintos artesanos en una sola producción.

Diversificación e integración de la producción tecnológicamente avanzada

Para los príncipes y señores locales ver a comuneros que ni siquiera producían bajo la coerción salarial organizar producciones artesanas a una escala mucho mayor que ningún mercader que conocieran, no sólo era algo inesperado, sino en extremo chocante. Por eso, Grimmelshausen, el famoso autor barroco alemán, informa que en una visita a un Bruderhof se sorprendió de encontrar a los comuneros dedicados a la artesanía concentrados y coordinados entre sí como si se hubieran alquilado por una paga, es decir, como si hubieran sido esclavizados a través del salario y fueran organizados coercitivamente y desde fuera.

Dado el desarrollo mercantil europeo de la segunda mitad del siglo XVI, la diversificación e integración de distintas producciones artesanas en un plan productivo común equivaldría hoy en día a producir no sólo tecnologías punteras sino a integrarlas en servicios avanzados.

Y si eso ya era avanzado para el momento, los hutteritas irán aún más allá. El objetivo es desarrollar todas las cadenas de arriba (artesanía de alta calidad) a abajo (producción primaria), internalizando toda la cadena a partir de los excedentes generados por el eslabón más capitalizado y rentable. El excedente dejado por el vino paga el viñedo, la sastrería las ovejas, la zapatería y encurtiduría, el matadero. El recorrido típico de la acumulación pero al revés, ganando autonomía para la producción de la comunidad.

Bajo un plan productivo único y sostenible que refleja la centralidad del trabajo

Filtrado por el velo ideológico cristiano, los hutteritas entienden que no cabe propiedad sobre la Naturaleza, sino una suerte de tutoría racional. Siendo las tierras y recursos un bien divino que no puede pertenecer a nadie, dios los ha creado para todos, toda la acción productiva debe velar por mantener ese metabolismo común nacido de la voluntad divina. Eso en la práctica se traduce en un plan productivo único y argumentado capaz de prever y asegurar la sostenibilidad de los procesos de transformación.

El centro del plan era, en cualquier caso, la producción de los alimentos, objetos, servicios y conocimientos necesarios para la satisfacción de las necesidades de la comunidad. Necesidades que incluirán baños públicos -fueron los pioneros en su concepción de la higiene como necesidad-, boticas y servicios médicos.

La eficiencia general se garantiza por la escala comunal y por el empeño en cubrir las cadenas productivas completas de cada necesidad reconocida. Veamos: los bruderhof tienen una única cocina por comunidad. Cocina para entre 150 y 500 adultos más los niños, así que se asegura que todos estén bien alimentados por igual al tiempo que las sobras se minimizan y destinan a alimentar al ganado. La lana de las propias ovejas del asentamiento, se hilaba en un taller, se tejía en otro y se confeccionaba en un tercero sin salir de la colectividad. Las pieles se mataban en el matadero del bruderhof, se curtían en un espacio propio y se entregaban a guarnicioneros, zapateros, bolseros y demás de la propia comunidad y si no había todavía taller especializado se enviaban a la comunidad más cercana que lo tuviera.

e integra a todos comunitarizando el conocimiento

Todas las personas que se unían a un bruderhof debían aprender un oficio. No importaba a qué se hubieran dedicado antes. Había dónde elegir: hilado y telares; artesanía de la loza y la mayólica, de vanguardia en la época; curtidores, guarnicioneros, zapateros y toda la cadena de la piel; forjas que hacían entre otras cosas modernos armazones y somieres de camas, cuchillos y herramientas de distinto tipo; manufacturas de carruajes e incluso un taller de relojería. Para todo había talleres especializados y sistemas de formación.

También eran organizados con itinerarios de aprendizaje propio los barberos-cirujanos, médicos y administradores, cuyos servicios la comunidad vendía a los nobles y príncipes moravos y austriacos.

Pero no sólo se formaba a los adultos. Los hutteritas crearán una de las primeras pedagogías centradas en el niño y en su autoaprendizaje, que prohibirá los castigos físicos, entonces y durante unos cuantos siglos más, harto frecuentes. La educación será obligatoria e igual para todos los niños de la comunidad con independencia de su sexo. El resultado será uno de los mayores éxitos del sistema comunal de los bruderhof. La enciclopedia anabaptista, que por cierto no simpatiza demasiado con el comunalismo de los hutteritas, reconoce sin embargo que:

La educación de la creciente generación del Bruderhof tendía a hacer que estos jóvenes encajaran en un cierto patrón: la laboriosidad, el cuidado, la máxima honestidad, la frugalidad, la solidez del trabajo y la confiabilidad fueron las principales virtudes enfatizadas en sus actividades económicas, así como el desinterés y la preocupación por el otro allá donde era requerida.

y desarrollando el comunal

Con una industria artesana puntera y una agricultura y ganadería especialmente productivas -entre otras cosas por mejorar la higiene-, apareció pronto un excedente sobre la necesidad y las ventas al exterior se multiplicaron.

También los servicios empezaron a exportarse relativamente pronto. La comunidad enviaba barberos-cirujanos y médicos regularmente a las ciudades y prestaba administradores especializados en molinos, viñedos, ganados o cultivos a los nobles y príncipes del entorno. Incluso las boticas y los baños empezaron a partir de cierto momento a llevar a nobles y campesinos católicos a los bruderhof como una suerte de turistas primitivos.

Por otro lado, los consumos de la colectividad no crecían tan rápidamente como sus capacidades productivas. El lujo estaba fuera de discusión, simplemente no se valoraba y por lo tanto, ya no se deseaba. Es decir, la vida del comunero era relativamente modesta, pequeños apartamentos para las parejas casadas, una dieta variada y rica en comparación con artesanos y no digamos campesinos, pero ajena a las exhuberancias de la gastronomía nobiliaria; y servicios de salud, enseñanza o baños escasos en la época. Una buena vida, con los utillajes y consumos necesarios pero sin nada susceptible de generar diferenciación social.

Resultado: las nuevas bruderhof se convertían pronto en creadoras de excedentes que se agregaban al resultado del conjunto. Una parte de éstos se dedicaba a mantener las redes de misioneros que salían a otros países a predicar la fe y el modo de vida hutterita a riesgo cierto de sus vidas (caían a manos de inquisidores protestantes o católicos dos de cada tres). Otra, cada vez más alta, al pago de impuestos.

El resto, se incorporaba al comunal total (Betriebskapital), por lo que servía como una especie de seguro colectivo ante futuros desastres y exacciones -que no faltaron dada la voracidad de las clases dirigentes- y como forma de financiar nuevos talleres, servicios, comunidades y retos técnicos.

La democracia económica hutterita

Las comunidades hutteritas tenían una doble dirección electa: la ideológica (el Servidor de la palabra o Diener am Wort) y la organizativa (los Servidores de las necesidades o Diener der Notdurft).

Los Servidores de las necesidades se elegían para distintas tareas: Haushälter o administrador general, Einkäufer o encargados de compras en el exterior, Fürgestellte encargados de cada taller elegidos consensualmente por sus miembros y Meier o encargados de las fincas. Además, en las comunidades mayores, de 250 a 500 miembros, se elegía un Weinzierl, mano derecha del Haushälter encargado del conjunto de la producción agraria y a veces un Kellner dedicado sólo a los viñedos y bodegas, un Müller a cargo del molino, y un Kastner a cargo de planificar los almacenes y graneros.

Los Haushälter, la máxima responsabilidad en la estructura, se ocupaban de todas las necesidades materiales de cada miembro, desde la ropa de cama, al reparto del trabajo y el buen ambiente en los talleres. Tenían que ser los primeros en madrugar y los últimos en acostarse, pues también estaban a cargo de las chimeneas. Pero si enfrentaban una compra importante, debían convocar un comité con los miembros más antiguos y generar un consenso para autorizarla.

Los encargados de talleres, tiendas para el exterior y oficios, los Fürgestellten, funcionaban con autonomía, pagando las compras con las ventas al exterior, guardando un cierto excedente como fondo de maniobra propio y llevando cuidadosamente las cuentas y registros materiales y comerciales, que entregaban al Haushälter una vez cada dos semanas. Al igual que los Einkäufer, encargados de gestionar los fondos para atender las necesidades de consumo de los miembros que no podían ser satisfechas con la producción propia. Los encargados de campos, viñedos y almacenes de alimentos, los Meier y los Kellner, tendrán que cuidar además de caminos y cercas.

El mecanismo entero se basa en la idea hutterita de fraternidad que implica cooperación voluntaria como base de todo trabajo, negación del autoritarismo y el paternalismo, y un fuerte sentido de responsabilidad compartida.

El resultado es una estructura productiva comunal que los hutteritas compararán con un panal o un reloj para señalar que no necesitan de comercio interno ni de coerción para que cada uno aporte a la comunidad y ésta sea capaz de satisfacer las necesidades de todos. Unas imágenes que serán reapropiadas y resignificadas pronto por los primeros ideólogos de la burguesía para imaginar su propia utopía automática, basada en todo lo contrario: la mercantilización general de la vida y la producción y la explotación asalariada del trabajo.

¿Qué quedó del hutterismo?

De la resistencia religiosa la cooperativa

Los hutteritas no desaparecieron con el primer gran golpe de la represión de los Habsburgo... pero tuvieron que abandonar el centro de cuanto habían construido: Moravia.

En 1605, los turcos y sus aliados húngaros saquearon Moravia del sur y muchos hermanos fueron asesinados o llevados a la fuerza al cautiverio turco. Finalmente el evento, más tarde llamado la Guerra de los Treinta Años, 1618-1648, llevó a las comunidades moravas de los Hermanos a un final completo. Después del éxito de las fuerzas católicas en la Montaña Blanca en 1620, se abandonaron todas las restricciones; Viena ordenó la expulsión completa. El Geschicht-Buch informa que lo que perdieron en inventario (grano, vino, ganado, lino y lana, comestibles, equipo y muebles) ascendió a unos 364.000 florines sin evaluar las casas ni los terrenos. Y todo esto después de que sólo un año antes (1621) se les había quitado a los Hermanos una suma de 30.000 florines mediante métodos de extorsión y robo.

Se concentraron de nuevo en Eslovaquia. Pero no por demasiado tiempo. El siglo XVIII no les daría tampoco tregua.

Tras la derrota de los turcos ante Viena (1683) y su expulsión de Hungría (1700), el gobierno de los Habsburgo cobró fuerza también en este territorio recién conquistado. Y aunque el siglo XVIII fue conocido como un siglo de tolerancia religiosa, no fue así para Hungría. La emperatriz María Teresa (1740-1780) permitió a los jesuitas, que de otro modo estarían prohibidos, emplear todos los medios para convertir a los no católicos de nuevo a la Iglesia romana. Y lo que la tortura, las mazmorras y los verdugos no pudieron lograr en el siglo XVI, los jesuitas lo lograron, al menos en parte, en el siglo XVIII, principalmente en Eslovaquia. Sus viejos libros manuscritos fueron confiscados (1757-1763, 1782-1784); los niños fueron separados de sus padres; y los miembros masculinos más importantes fueron internados en monasterios hasta que aceptaran las instrucciones y se convirtieran, o hasta que murieran. Se establecieron servicios católicos en los Bruderhofs y todos estaban obligados a asistir. En resumen, la población huterita se convirtió al catolicismo, aunque en secreto siguiera practicando sus antiguas creencias y manteniendo sus empresas cooperativas. A partir de entonces, el apodo de Habaner se convirtió en el nombre general para esta gente.

La resistencia de los Habaner fue duradera y con un carácter comunitario, no religioso. El recuerdo y la potencia del comunal demostró ser más potente que la ideología religiosa1. Según reconoce la propia enciclopedia anabaptista:

No fue hasta 1863 cuando se dividieron todos los campos en lotes individuales, pero incluso en 1925 tenían algo así como un fondo comunitario y algunas otras actividades cooperativas en sus Hofs.

Lecciones para los movimientos cooperativos de hoy

Llama la atención la pronta consciencia, que se debe al mismo Jacob Hutter, de que la comunidad de ingresos no es realmente una comunidad de bienes si no incorpora la producción, si ingresos y productos no son resultado del trabajo colectivo. No menos clara es la conceptualización del comunal como centro y objetivo de la vida comunitaria. Y aún resulta refrescante la lógica de fondo de su dinámica comunitaria: eliminar la coerción desde la escuela al taller, sustituyéndola por la responsabilidad colectiva y la alegría que deriva de saber el trabajo colectivo dotado de significado concreto y tangible.

Pero, no sólo los fundamentos, que apuntalan la centralidad del comunal, son perfectamente actuales hoy. En lo productivo y organizativo, la Edad de Oro de los hutteritas muestra una sorprendente coherencia con las tendencias y perspectivas de todos los grandes movimientos cooperativos de trabajadores que aparecerán a partir de 1847. De hecho, hasta los años 30, con la consolidación del kibutz Me'uhad en el actual Israel, es imposible encontrar una economía comunal de esa escala, complejidad y capacidad en ningún lugar del mundo.

Lo cierto es que todo modelo viable para el crecimiento de una economía cooperativa pasa hoy necesariamente por lugares que ya exploraron con éxito los hutteritas hace más de 400 años.

  • El paso de estructuras de intercooperación en red a un único metabolismo económico común construido en un territorio tan amplio, comunicado y diverso como sea posible; los miembros viven en un asentamiento concreto que tiene su autonomía, pero pertenecen a la gran colectividad que garantiza las condiciones de todos; es el mismo movimiento que llevó de la kvutza aislada o federada al kibutz organizado en diferentes kvutzot pero con una membresía única.
  • La diversificación productiva y la evolución hacia una planificación centrada en el desarrollo de conocimiento aplicado, la sostenibilidad y por tanto a la incorporación a todo lo relacionado con la satisfacción directa de necesidades, de tecnologías con mayor productividad del trabajo y los recursos materiales directos.
  • La internalización total -del primario a los servicios- de cadenas completas que responden a las necesidades directas de la comunidad, única manera de reducir la dependencia de la economía mercantil.
  • En la misma lógica, la puesta en marcha de un sistema educativo y una pedagogía propias, junto a la provisión universal de servicios avanzados de salud, farmacia, higiene y bienestar; provisión que ha de estar lo más internalizada posible en cada momento.
  • La creación a gran escala de mecanismos de detección de nuevas necesidades e innovaciones tanto en la producción como especialmente entre los bienes de consumo de los comuneros; esta sensibilidad es el verdadero motor de la innovación en una comunidad que culturalmente no genera consumos compensatorios.
  • Desarrollo de sistemas de coordinación y decisión consensuales, ágiles y escalables, con rotación frecuente de responsables, cuando las colectividades o asentamientos individuales sobrepasan ciertas dimensiones.
  • Impulsar la formación y la multiespecialización de muchos frente a la profundización de la división del trabajo impuesta por las tecnologías disponibles y la proliferación de servidores de las necesidades a distintas escalas.
  • Desarrollo de un sistema contable y de gestión que al mismo tiempo que permite la supervisión regular y el control centralizado por el conjunto de la colectividad, da espacios de autonomía a cada actividad concreta.

  1. Las 50.000 personas agrupadas en 559 comunidades que hoy se conocen como hutteritas en Canadá y EEUU son en realidad el producto de una refundación, no la continuidad del hutterismo moravo y eslovaco. Tras la represión húngara sólo quedará una comunidad relativamente a salvo en la lejana Transilvania. Al parecer sólo eran unas 40 personas contando niños, pero en 1756 un numeroso grupo de luteranos de Carintia exiliados se les unen. En 1767 los hutteritas refundados emprenden una nueva huida hacia el Este que les llevará a Ucrania y, a raíz de la adopción del servicio militar universal en Rusia (1870), a migrar a EEUU (1874). Aunque los descendientes de este grupo conservan los principios religiosos hutteritas y recuperaron la comunidad de bienes tras varios periodos y experimentos fallidos con la propiedad privada, nunca establecieron un marco organizativo y estratégico similar al de la Edad de Oro morava de la que sólo quedaba una tenue memoria en su tradición hasta fechas relativamente recientes.  

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