27/11/2023 | Entrada nº 59 | Dentro de Repoblación

Gatos, plagas y pertenencia

Todo alrededor de estos gatos, que no son domésticos ni salvajes, nos devuelve una y otra vez a la búsqueda de sustitutivos para el desarrollo de responsabilidades colectivas. Todo nos apunta a las dificultades de pertenencia del que llega solo desde la ciudad al medio rural, muchas veces cargando un divorcio o una viudez necesariamente traumáticas.

Los gatos son un problema

La aparición de colonias de gatos callejeros en el medio rural es un problema para la biodiversidad. En Canarias -donde llegó a amenazar de extinción a especies locales- y en cualquier lado. Los científicos abrieron el debate a raíz de la reciente «Ley de Bienestar Animal» y el tema sigue coleando hasta hoy mismo en todo tipo de medios.

Aunque la prensa acompañe cada descripción sobre el impacto destructivo de los gatos con toneladas de ñoñerías, en los pueblos por los que andamos los gatos son parte de la degradación y la mayoría de los habitantes los ven así, como una plaga que a su vez, trae otras de paso que trastean por los viejos tejados acelerando la ruina de las casas.

Una plaga cebada por la soledad y las cicatrices de la ciudad

Soledad e integración

No hay que moverse mucho para descubrir que las plagas gatunas correlacionan casi mecánicamente con dos cosas: la llegada de urbanitas que vuelven después de una vida laboral en la ciudad y el aumento de la soledad, especialmente entre éstos últimos.

¿Qué tienen los gatos que impulse a estas personas a darles de comer diariamente alimentando de paso un crecimiento sin fin de las colonias?

Cuando preguntas, te cae casi siempre una charla a lo Disney sobre cómo son los gatos que confunde su comportamiento como especie con un cierto discurso moral: su pretendida independencia, su libertad, etc. Es un viejo tema cultural: el gato símbolo del individualismo y el anarquismo.

No hay que ser muy crítico para darse cuenta que toda la magia gatuna reside en ofrecer al solitario una satisfacción inmediata e individual a su necesidad de relación sin exigirle a cambio la responsabilidad de cuidado real y continuado que sí exige mantener un gato doméstico.

De fondo, como siempre, hay problemas de pertenencia. Dar de comer a los gatos se ha convertido para algunos en una forma de pertenecer y hacer propio el entorno sin necesidad de desarrollar relaciones más profundas con personas o animales.

Pasear rodeado de una nube de gatos hasta el lugar donde les echarán la comida es una forma de hacer propio el pueblo entero y sentirse útil, necesario en el espacio social, a alguien. Aunque ese alguien sea una especie invasora destructiva para el medio.

Una cierta visión de los animales y la Naturaleza

También, especialmente entre los que viven a caballo de entornos urbanos mayores, hay una cierta idea -alienada y urbanita- de lo que es Naturaleza. No mantienen colonias de gatos en sus barrios urbanos, pero «en el pueblo es distinto».

Esta idea de que en el pueblo no hay que preocuparse en exceso por las consecuencias sociales de los propios actos es muy coherente con el nuevo discurso hegemónico sobre la ruralidad venido del mundo anglosajón que confunde pueblo con campo, campo con Naturaleza, Naturaleza con paisaje y paisaje con la supuesta libertad irrestricta del desarraigo.

¿Cuál es la plaga real?

Todo alrededor de estos gatos, que no son domésticos ni salvajes, nos devuelve una y otra vez a la búsqueda de sustitutivos para el desarrollo de responsabilidades colectivas. Todo nos apunta a las dificultades de pertenencia del que llega solo desde la ciudad al medio rural, muchas veces cargando un divorcio o una viudez necesariamente traumáticas.

Esa soledad y esas dificultades para establecer relaciones de pertenencia y arraigo con el entorno social, son el verdadero problema. Ahí es donde toca actuar antes de que lo que ahora es síntoma se convierta en cultura... o en una nueva pandemia.