22/08/2023 | Entrada nº 25 | Dentro de Moral

La influencia del primer cristianismo en el imaginario social sobre las colectividades

Tendemos a subestimar el papel de los textos judíos y cristianos en el imaginario actual. Es un error. Todos esos relatos y actitudes forman parte de nuestra cultura e incluso el que nunca leyó los textos originales está condicionado por ellos. Por marciano que pueda parecernos que una comunidad exija a los nuevos miembros que entreguen cuanto tienen, es lo que la cultura genera como expectativa.

Una pregunta típica de las personas que se acercan a una colectividad es si tienen que «poner en común» sus ahorros o incluso su casa si es que la tienen. La verdad es que esa es una práctica ajena al mundo de las colectividades. En una colectividad el centro es el trabajo colectivo. Son sus frutos los que se comparten. Puede haber una aportación obligatoria para entrar que tienes derecho a llevarte si dejas la colectividad, como en cualquier otra cooperativa. Pero no hay ningún deber patrimonial. A fin de cuentas, las colectividades son una forma de agrupación de trabajadores y los trabajadores nunca han tenido patrimonios reseñables.

¿De dónde viene esa idea de «entregar» patrimonio? Viene desde muy antiguo del mundo sectario. Es la diferencia entre pitagóricos (una secta destructiva cuyo equivalente actual sería algo a medio camino entre la Cienciología y Mackinsey, que reclamaba todas las propiedades y pertenencias de los nuevos acólitos) y los epicúreos, que compartían el resultado del trabajo en el huerto.

Pero sobre todo viene del relato de los Evangelios. Allí queda claro el carácter comunal del entorno de Santiago en Jerusalem (Hechos de los Apóstoles 4. 34-37 y 44-47)... pero también la lógica extractiva que líderes como Pedro imponen sobre el patrimonio de los nuevos seguidores.

La historia de Ananías y Safira en los Hechos (5.1-10) es escalofriante y sintomática: los nuevos miembros venden su casa para unirse al grupo pero sólo entregan a la comunidad dirigida por Pedro la mitad de lo que obtuvieron. Pedro se da cuenta y ambos prosélitos caen fulminados, muertos en castigo por haber mentido. El papel en la muerte de ambos que jugaron «los muchachos» que rodeaban a Pedro no queda demasiado claro al leer el relato. Pero en cualquier caso el mensaje es contundente: hacerse cristiano suponía entregar el patrimonio a la secta. Y si se rateaba u ocultaba algo... no iban a ser muy comprensivos.

Tendemos a subestimar el papel de los textos judíos y cristianos en el imaginario actual. Es un error. Todos esos relatos y actitudes forman parte de nuestra cultura e incluso el que nunca leyó los textos originales está condicionado por ellos. Por marciano que pueda parecernos que una comunidad exija a los nuevos miembros que entreguen cuanto tienen, es lo que la cultura genera como expectativa.

Aún más importante: si hay algo llamativamente ausente en el relato de los mitos evangélicos es el trabajo. Los apóstoles compartirían lo que llegaba de nuevos prosélitos, pero no parecen hacer nada productivo con ello. Se supone que lo consumen o lo usan si es el caso. Pero trabajar, cultivar, pescar, pastorear... no son actividades que aparezcan por ningún lado. Ese mito en el que la comunidad «es» pero no produce, también está bien establecido en el imaginario.

Es en parte por eso que en EEUU cuesta tanto entender que una colectividad no es simplemente una «comunidad de ingresos compartidos», que la cuestión no es compartir lo que cada cual gana por su cuenta, sea fuera o dentro, sino trabajar colectivamente. Y que cuando trabajas en común es lo más normal y espontáneo del mundo disfrutar colectivamente de los resultados, pero además planear y organizar todo -producción y consumo- de acuerdo a las necesidades de cada uno, que es lo importante y valioso.

Pero todo eso, que es tan evidente para nosotros, hay que contarlo una y otra vez porque, aunque no sea siempre explícito, remamos contra una corriente cultural que viene de muy lejos. Una corriente que tiene una visión de lo comunitario y lo colectivo con una fuerte tendencia hacia lo sectario y lo autoritario. Son sus significados, siempre e inevitablemente retorcidos, los que generan la desconfianza de todo lo colectivo que la cultura industrial multiplica por sus propios motivos.