22/04/2023 | Entrada nº 4 | Dentro de Comunales

Qué comunales y para qué

El comunal es una forma de generar y acercarnos a la abundancia, su valor deriva de su capacidad para impulsar un cambio social y productivo general y de base que necesariamente debe implicar la acción consciente y creativa de grandes mayorías.

Todos hemos oído hablar de los «bienes comunes» (mala traducción del inglés «common goods» / «commons»). Los «comunales» de toda la vida. Tras el premio Nobel de Economía a la socióloga estadounidense Elinor Ostrom en 2009 se pusieron de moda en el mundo académico y aparecieron mil organizaciones y grupos de estudio que, bajo sus teorías, decían reivindicarlos.

La verdad es que sonaba raro como «novedad» en países como España donde los comunales agrarios habían representado hasta hacia poco casi la mitad del territorio en regiones como Galicia mientras en otras, como Navarra, formaban desde la Edad Media todo un corpus propio dentro del Derecho foral.

Pero aún era más significativo que en uno de los primeros países de Europa en desarrollar un amplio tejido de cooperativas de trabajo y en el que la revolución de 1936-37 había generalizado las colectividades a partir muchas veces de cooperativas jornaleras y otras de obreros urbanos, la definición de «comunal» que se promocionaba se limitara a pastos y bosques compartidos entre pequeños propietarios, por lo general en zonas agrestes y poco pobladas.

Por otro lado era llamativo también que en un país en el que por defecto en todo el territorio -salvo Cataluña- los matrimonios se constituyen legalmente como una forma particular de comunidad de bienes, un país por tanto plagado de micro-comunales, el estudio de los llamados «problemas de gestión del comunal» no recurriera nunca a las experiencias cotidianas de la mayor parte de la población.

No, interesaba sobre todo la mirada de Ostrom. Para la autora, los casos de éxito en los que la explotación de un comunal no agotaba el recurso explotado cumplían ciertas características que comenzaban por la exclusión de terceros, el desarrollo de un marco fuerte de regulaciones muy específicas al territorio y continuaban por la imposición de controladores, mediadores y sanciones para acabar exigiendo el reconocimiento legal por las instituciones estatales.

Es normal que Ostrom se convirtiera en santa patrona de una cierta perspectiva del comunal que insisitía en lo «complejo» de «organizarlo» y la necesidad de técnicos, «controladores» y «mediadores». Y es normal que una cierta generación de doctorandos universitarios la tomara por bandera en un momento de paro juvenil intenso. Estaban creando -conscientemente o no- un modelo de negocio en realidad que les daba sentido como consultores, controladores, mediadores y gestores. El comunal que les interesaba era el que podía ser fácilmente burocratizable.

Durante una época, en tanto el discurso se estilizaba y decantaba, se hicieron comunes las visitas de doctorandos y graduados recién licenciados a cooperativas de trabajo industriales y concejos con bosques comunales, casi siempre co-organizadas o al menos con el sello de alguna universidad conocida. Muchos trabajadores cooperativistas tuvimos que escuchar más de una vez de estos turistas académicos la frase «venimos a liderar vuestro proyecto», presentación que, como era esperable, no era recibida con vítores a los aspirantes a «liberadores».

Casi diez años después de aquella fiebre del comunal entre los académicos, el discurso oficial sobre el comunal parece haberse concentrado en ciertas partes del mundo rural con baja densidad poblacional, ganadería extensiva y zonas de «alto valor natural» no explotadas por la agricultura. El énfasis de las actividades del tejido especializado de colectivos y fundaciones se pone ahora no en el uso colectivo sino en la conservación del medio y en las técnicas participativas que comunican las políticas públicas.

Y si miramos a sus publicaciones y dinámicas internas, es decir, a la evolución del discurso, el centro está ahora en el «colapsismo», la idea de que el capitalismo producirá inevitablemente un colapso climático, económico y social de tal envergadura que forzará, en un contexto de catástrofes humanitarias enormes, a una «vuelta al campo» en términos similares a los de los actuales «neorrurales». Para los colapsistas no tendría sentido ya luchar por evitar el desastre ni por transformar las relaciones sociales que lo producen.

En ese marco, los comunales siguen teniendo interés para ellos porque representan un laboratorio de gestión (y para gestores) de la escasez extrema que viene y al que «la sociedad» (o lo que quede de ella) tendrá que adaptarse tarde o temprano.

Es la mirada opuesta a la nuestra.

Para nosotros el comunal no es escasez ni se extenderá como relación social por la reacción desesperada de los muchos que, ante el desastre, aceptarán lo que para ellos experimentaron y diseñaron unos pocos.

Para nosotros es una forma de generar y acercarnos a la abundancia, su valor deriva de su capacidad para impulsar un cambio social y productivo general y de base que necesariamente debe implicar la acción consciente y creativa de grandes mayorías.

Por eso los comunales que más nos interesan son aquellos que se crean mediante el trabajo y utilizan tecnologías que aprovechan las posibilidades de socializar el conocimiento y la información para aportar grandes productividades al trabajo (reduciendo el tiempo necesario para producir lo necesario) y los recursos naturales (cambiando los procesos productivos de parasitarios a sostenibles). Y sobre todo nos interesan los comunales que involucran a miles de personas en el desarrollo y satisfacción consciente y no mercantilizada de aquello que necesitan.

Si nos fijamos atentamente, todas esas tendencias -y no sólo las catástrofes medioambientales y bélicas- están ya presentes en el propio sistema: la socialización del conocimiento es la clave de la IA, el incremento drástico de la productividad es el motor de las innovaciones industriales y nuevas tecnologías como la agricultura de precisión dan la posibilidad de utilizar sostenible y conscientemente los recursos.

Evidentemente en el contexto actual acaban sirviendo casi siempre a lo contrario: la IA se convierte en la base de sistemas totalitarios de control sobre millones; el incremento de la productividad industrial, en paro y pobreza en vez de en jornadas menores; y la nueva agricultura automatizada en un verdadero derroche de recursos que amenaza con secar los acuíferos, dañar las tierras y acelerar el cambio climático.

Pero el hecho importante no es sólo ése sino que las dos tendencias -la que acelera el desastre humano y natural y la que crea las herramientas para una alternativa universal- están presentes. Que la tecnología y las tendencias presentes produzcan escasez y encaminen hacia las más variadas catástrofes no es inevitable. Lo que decanta su uso hacia un lado u otro son las reglas y relaciones sociales que rigen la sociedad como un todo.

Y ahí es donde entran los comunales. No sólo como un ejemplo deseable pero más o menos remoto o particular, sino como un elemento de la toma de consciencia ante la crisis de la civilización actual... que aporte a su transformación en los hechos aquí y ahora. Sin esperar a ningún desastre universal para reivindicar qué razón teníamos. Al contrario, luchando por evitarlo sin esperar no se sabe qué reconocimiento. Creando un mundo nuevo para toda nuestra especie desde lo más cotidiano a lo más grande. Desde hoy, desde ya.

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