16/10/2023 | Entrada nº 44 | Dentro de Modo de vida

¿Compartir qué?

Hace una década, en pleno pico de la crisis que estalló en 2009, se hablaba de un «nuevo modo de vida» a medida de los «milennials» basado en la «sharing economy» y la «nueva cultura del compartir».

Hace poco más de una década se pusieron de moda los discursos sobre «el compartir». Supuestamente, los «milennials» compraban menos coches, casas y taladros eléctricos porque rompían con la idea del éxito que había imperado desde los noventa al estallido de la crisis en 2009 y ensayaban un nuevo modo de vida «menos materialista».

Sharing Economy: ¿Menos «materialismo» o más precariedad?

¿La realidad? Había que adaptarse a trabajos, ingresos y condiciones vitales mucho más precarias. En aquel momento, con el paro escalando a cotas históricas y los salarios cayendo en picado, lo razonable era por un lado, ser cauto con cualquier compromiso de gasto a medio plazo que no fuera estrictamente necesario y por otro, intentar sacar alguna rentita extra por donde fuera.

En aquella época la moda era la «sharing economy» y su principal referencia Airbnb. Porque en ese momento Airbnb no era todavía la plataforma universal de alquileres de corta estancia que es hoy, sino -supuestamente- el centro de un movimiento de «couch-surfing» que sustituiría el turismo masificado por una gigantesca red p2p de viajeros culturalmente comprometidos. De nuevo, la realidad: la precarización aconsejaba a muchos poner el sofá o una habitación del piso que tenían en alquiler a disposición de turistas y generar algo de ingresos.

Del «couch-surfing» a la gentrificación y del «echar una mano» a la explotación de riders en plataformas

En pocos años el mítico sofá del «coach surfing» se convirtió en una ola de apartamentos turísticos, y Airbnb pasó de ser la supuesta base tecnológica que impulsaba una nueva «cultura de la hospitalidad» a ser la madre de todas las gentrificaciones. Tres cuartos de lo mismo ocurrió con Uber -que al principio se presentaba como una red de conductores no profesionales que compartían trayectos urbanos en horas punta-, y con media docena más de plataformas y apps que prometían ser la armada invencible de la «nueva cultura del compartir».

A algunos se nos había hecho evidente desde el principio que el rey iba desnudo. Pero cuando lo planteabas te convertías automáticamente en un aguafiestas dogmático, radical y sobre todo antiguo, que no entendía el cambio que estaba en marcha. La pandemia, esa cesura que de golpe dejó todos aquellos años en un remoto pasado, permitió olvidar los discursos «sharing» como si nunca hubiera pasado nada cuando ya era evidente que la «economía de plataforma» no era más que destrucción del espacio y explotación descarnada y automatizada de los trabajadores.

Pero lo importante de estos discursos es lo que queda. Y cuando ya nacen retorciendo o vaciando significados no suele quedar nada bueno.

El resultado moral duradero de «la sharing»

Lo peor que dejó la «sharing economy» fue la mercantilización del compartir. Hasta entonces era obvio que «compartir» a cambio de dinero no era compartir sino vender o alquilar. Pero claro, vaciar el significado de una palabra tan básica era necesario para poder instalar la idea de que eran necesarias empresas como Airbnb, cuando ya existían desde hacía décadas redes de verdadero «coach surfing» en las que nadie pagaba a nadie.

Y de forma más duradera la asociación del compartir con la precariedad vital. Como si compartir fuera algo a lo que recurres cuando te va mal para suplir parcialmente las carencias, un sacrificio impuesto por una pobreza sin remedio. Encima de la forma más cutre: como si todo lo que tuvieras para compartir fueran cacharros, un sofá y un trayecto de coche -si tienes coche-, ciclomotor o bici. Pero claro, es que eso era lo que las empresas-plataforma podían mediar -y rentabilizar- con facilidad.

Lo que aprendemos a la hora de construir un nuevo modo de vida

Así que lo único realmente transformador, lo único realmente generador de abundancia, quedaba fuera de cuadro: compartir el trabajo y sus frutos.

El cambio del modo de vida, va de de todo lo contrario: volver a poner el trabajo en el centro del compartir.