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Cómo se pasó de la lucha contra la discriminación al particularismo

¿Cómo se pasó del universalismo al identitarismo, de luchar por derechos universales a afirmarse en el particularismo excluyente? Para enfrentar la ideología que lastra la cohesión y el cambio social durante la última década y ha abierto la puerta a la ultraderecha, no basta con denunciar sus consecuencias. Hay que desmontar sus fundamentos. Sus dos pilares nacen uno del feminismo anglosajón y otro del racialismo del nacionalismo negro estadounidense. ¡Vamos a por ellos!

Cómo se pasó de la lucha contra la discriminación al particularismo
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Una operación de cizaña

El paso de las reivindicaciones universalistas contra la discriminación al identitarismo, requiere al menos dos pasos, que significativamente replican de manera sofisticada las de los viejos movimientos de segregación étnica y racial.

1. Libertad es algo que haces

Esta es una idea del feminismo anglosajón que podría firmar el neoliberalismo más rancio. Parece vitalista, suena a una invitación a no temer diferenciarse, pero... es todo lo contrario. Restringe la libertad a la que yo necesito. Pero la libertad es siempre un hecho social, no un atributo individual. Si acepto que libertad es lo que hago o quiero o necesito hacer, y más allá no es de mi incumbencia, si no creo en el matrimonio como institución, me declararé neutral ante el matrimonio homosexual, si no sufro ninguna restricción de movilidad me dará igual que haya rampas o no en mi barrio, si no soy judío el auge antisemita me dejará frío...

Es decir, una vez socialmente aceptada, esta bonita idea del feminismo anglo desentiende a la mayoría incluida de la minoría excluida para cada libertad real.

2. Privilegio es acceder a lo que hace efectivo un derecho universal

Una vez tenemos a cada cual mirando celosamente su ombligo, solo falta un empujoncito para enfrentar a unos con otros. La idea madre viene del nacionalismo negro estadounidense. Es tan fácil como etiquetar como privilegio el acceso a aquello que dota de materialidad, de posibilidad, un derecho universal. Y si llamamos privilegio a lo que imposibilita o dificulta la discriminación, estaremos llamando privilegiados a los que consiguieron el avance social: los trabajadores que ganaron coberturas sociales y pensiones, las mujeres que consiguieron igualdad en el acceso al empleo, etc.

En vez de avanzadas hacia la universalización de los derechos que claman por universalizarse porque siempre se reivindicaron como derechos universales, tendremos ahora grupos privilegiados. En vez de ser los que han de incorporar y universalizar la necesidad de los discriminados, son el supuesto privilegiado al que los excluidos han de apuntar.

Algunas consecuencias para reflexionar

En el mundo definido por estos dos pilares, que ha sido el del identitarismo de la última década, desde Le Monde y New York Times por la derecha y de Mediapart a la prensa nacida de la generación Occupy o 15M por la izquierda, el reconocimiento social no se consigue por el aporte a la consecución de derechos universales. Tu lugar en las noticias, y por tanto en la sociedad, viene de definirte como víctima de los privilegiados, que ya no son los poderosos, sino los desgraciados como tú a medio incluir o mal incluidos.

¿Los aliados y modelos para las víctimas? Nada que ver con el privilegio material: desde la presidenta de un banco al propietario de un periódico de una raza minoritaria, desde el estudiante que no acaba de entender su propia identidad sexual en una universidad de la Ivy League al director gay de un fondo de inversiones inmobiliarias.

De la lucha contra la discriminación y la reivindicación de la universalización de los derechos, pasamos a un modelo cultural que enfrenta entre sí a los que no pueden siquiera ejercer sus derechos básicos completamente y les da el liderazgo de los que tienen intereses muy concretos y materiales para que siga siendo así. Porque ni la Presidenta del banco quiere pagar los salarios ni los impuestos que darían a su señora de la limpieza una pensión digna, ni el director del fondo inmobiliario sueña precisamente con que los jóvenes accedan a viviendas que puedan pagar.

Difícil pensar una manera más retorcida e inmoral de crear el campo para que se hagan realidad los más oscuros e inmorales sueños neoliberales.