Una colectividad es un grupo de personas que deciden trabajar juntas tratando como un único bien común todo lo que produzca su trabajo. Ese bien común, que no son solo fondos, sino también conocimientos, relaciones, inmuebles y hasta tecnologías, es a lo que se llama «el comunal».
La forma de organizar una colectividad es una cooperativa de trabajo asociado que será la propietaria legal de todo y gestionará los recursos comunes.
Dos puntos importantes:
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La colectividad satisface las necesidades de cada uno y sus familias. Necesidades que son distintas y cambiantes y que nadie tiene derecho a censurar.
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Para hacerlo posible y al mismo tiempo tener un colchón de seguridad colectivo, no hay ahorros individuales. Tampoco es que nadie vaya a vigilarlo, ni que tengas que poner en común herencias o regalos. Cada cual es responsable del comunal y de lo que representa para él.
La unión de ambas cosas hace de la colectividad un entorno desmercantilizado en el que el dinero solo existe en las relaciones con el exterior y lo que articula las relaciones entre los miembros es la pertenencia y el trabajo colectivo.
¿Utópico? Funciona muy bien por todo el mundo. Hay colectividades grandes en Alemania, EEUU, Suiza, Francia o Israel (los famosos kibutz, que a pesar de las crisis y de llevar más de un siglo en pie siguen sumando decenas de miles de miembros en un país más pequeño que Extremadura). Eso si, aunque el modelo sea básicamente el mismo en todos lados, cada colectividad es un mundo, con sus peculiaridades, sus diferencias culturales e ideológicas, su carácter y su estética propia.
En nuestro caso, somos una parte muy pequeñita del movimiento global, llevamos veinte años así y cada día nos gusta más un modo de vida y trabajo que se ha demostrado sólido, nos ha hecho felices y mejores, y ha cuidado de todos y de nuestro entorno en mitad de varias crisis económicas.