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BBC Disney contra Karel Čapek

Hay algo peor que una mala adaptación: un mal plagio. Pero «The War Between the Land and the Sea», la serie estrella de BBC esta Navidad, que estrenará Disney en enero, es incluso peor. Es un hackeo malintencionado de la obra cumbre de Karel Čapek que borra los valores del autor para poner en su lugar una ideología infantil, decadente y banal con lo peor del wokismo a lo «The Guardian», del feminismo de las revistas de «papel cuché» y de la indignación histriónica de Greta Thunberg.

BBC Disney contra Karel Čapek
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Este año, BBC y Disney no nos traen ni mensaje real ni reyes magos sino una monarquía anfibia ecofeminista. El bodrio, que se enmarca en el acuerdo entre ambas cadenas para explotar el universo Dr Who, se basa en un plagio de pésima calidad del padre de la ciencia ficción moderna europea, Karel Čapek.

¿Quién fue Karel Čapek?

Karel Čapek fue uno de los grandes escritores centroeuropeos de la primera mitad del siglo XX. Se puede decir que fue, entre otras muchas cosas, el creador de la ciencia ficción política tal y como la entendemos hoy, como una forma de expresión literaria plena que puede incorporar elementos utópicos o distópicos sin ser una utopía ni una distopía y defender una cierta perspectiva sin convertirse en propaganda ni limitarse a la fábula moral.

Čapek se había formado en el Pragmatismo americano (Charles Sanders Peirce, William James, John Dewey...) y toda su vida mantuvo posiciones políticas que hoy, posiblemente, le calificarían como democristiano. El tema central de la parte de su obra dedicada a la ciencia ficción política denuncia un capitalismo que libera la creación de conocimiento y la transformación del mundo por el trabajo sin crear previamente un marco moral que permita encauzar las tremendas fuerzas desatadas. Sus dos obras más conocidas fuera de Chequia son precisamente las más significativas desde este punto de vista: Robots Universales de Rossum - RUR (1920) y La guerra de las salamandras (1935-36).

La primera es una obra de teatro para la que crea la palabra robot, que extrae del eslovaco antiguo y que significa originalmente trabajo. La segunda, una novela por entregas, es una metáfora de la aparición del proletariado como clase mundial, constituida y educada cruelmente por el propio capitalismo, que acaba convirtiéndose en una amenaza para el sólido mundo -ciudadano, nacional y terreno- en el que creía el propio Čapek.

Aunque la historia metafórica de las salamandras apunta hacia la evolución del movimiento obrero europeo desde la semi-esclavitud de la primera industrialización y la expansión colonial del sistema, con referencias a los primeros sindicatos locales y al nacimiento de la socialdemocracia primero y a la Internacional Comunista después, acaba con referencias claras a la política expansionista del nazismo alemán -que destruiría la experiencia estatal checoeslovaca. Es decir, las salamandras representan al mismo tiempo el trabajo y los abusos sufridos por los trabajadores, pero también los nuevos movimientos políticos de masas, que dan miedo al demócrata republicano que hay en Čapek, en eso también muy cercano a Dewey. Čapek ve la nueva política que ha nacido con los partidos de masas y se ha consolidado con la radio como una respuesta deshumanizadora a la deshumanización del trabajo. Deshumanización que, por otro lado, ve inevitable por la lógica interna del sistema, que saca una y otra vez lo más antisocial del egoísmo individualista que encumbra como comportamiento socialmente útil.

Por eso es importante señalar que las salamandras, que tienden al igualitarismo a lo largo de toda la historia, toman consciencia sobre su propio poder de manera reactiva y aunque acaben cargando contra el mundo existente y poniendo la civilización en peligro cierto de extinción, no forman un personaje colectivo malvado ni siniestro. Se nos presenta su reacción como el resultado de la incapacidad del sistema para crecer y expandirse sin deshumanizar el trabajo y desarrollarse sin devaluar el trabajo y a quienes lo realizan.

La guerra entre la tierra y el mar de la BBC

BBC toma el complejo mural alegórico de la crisis civilizatoria mundial compuesto por Čapek en su novela y se lo entrega a Russell T Davis, el rey del populismo woke en la cadena, con el encargo de darle algún elemento de ligazón con Dr Who para que entre en su acuerdo con Disney.

¿Qué podría salir mal? Todo.

Desaparece el trabajo

Para empezar, el trabajo desaparece completamente de escena. Las salamandras al parecer llevan cientos de miles de años disfrutando de una monarquía ecofeminista con una nueva especie, el Homo Aqua, como dinastía real, haciendo cambios de guardia con la gracia de Esther Williams pero sin pegar, literalmente, palo al agua,

Entre los humanos la única referencia al trabajo son unos brutos y contaminantes pescadores españoles. Es una serie inglesa después de todo. El resto, traicioneros militares franceses y estadounidenses vendidos a las grandes petroleras, diplomáticos pijos británicos como los que fueron a Oxford con Davis y unos estupendos servicios secretos globales liderados por los británicos de UNIT (el enlace con el mundo de Dr Who).

El protagonista entra en la historia por un error administrativo y su vida laboral parece resumirse a breves periodos reservando vuelos y taxis para sus jefes entre imaginables largas estancias en un gimnasio que no se nos muestra más que por sus anabolizantes resultados. Si el Robin Hood de Walter Scott no necesitaba entrenar para tener puntería, los héroes woke no necesitan ni ir al gimnasio para ponerse cachas. Como todo en el esenciacismo son así, expresión de una identidad, es decir, iguales a sí mismos, incomparables y por tanto incuestionables como los dogmas del propio wokismo o su molde, el nacionalismo romántico.

Desaparece el marco histórico y hasta la Historia Natural

Pero claro, si no hay trabajo... tampoco hay revuelta ni revolución contra la explotación. Los Homo Aqua, que mantienen a las salamandras de soldados/guardaespaldas/peones sin aparentes problemas laborales, se rebelan en modo Greta -desde una indignación súbita e incontenible- contra la contaminación de los mares por los humanos. Sabiamente se abstienen de dar consejos sobre igualdad de trato, condiciones u oportunidades, vayan a unir puntos las salamandras y tengamos una desgracia, que las monarquías racialistas son muy delicaditas por muy ecofeministas que sean.

Y mirando hacia atrás no sólo no hay Historia ni interacción entre ambas especies, ni siquiera hay Historia Natural. Al parecer los Homo Aqua sometieron a las salamandras por su propia cuenta y para felicidad de todos sin que haga falta explicar nada. Ni siquiera por qué y cómo dos especies que viven bajo inmensas masas de agua oceánica, pueden subir a la superficie y respirar tranquilamente el aire atmosférico sin pasar por una cámara hiperbárica ni sufrir dolor de huesos.

La única reivindicación es «no manchéis»

El móvil del encuentro entre la monarquía darwinista submarina y los estados del mundo, es la exigencia del fin inmediato de toda contaminación de los mares, incluido el transporte aéreo sobre el mar. Pero al obtener promesas de cambio a veinte años, en el capítulo dos ya están bombardeando las grandes capitales humanas con basura encontrada en el mar.

No deja de ser lógico: si no hay trabajo, ni necesidades, ni conocimiento por medio, tampoco se tiene por qué tardar nada en cambiar cómo se hacen las cosas. La santa impaciencia de las especies inteligentes del abismo está claramente inspirada en las actuaciones estelares de Greta Thunberg a las que el protagonista llega a aludir sin nombrar específicamente.

Desaparece el conocimiento

Detalle importante sobre el bombardeo al que la serie llama el Apocalipsis de los plásticos: las especies inteligentes submarinas -que incluyen un mero muy callado, tal vez dedicado al apoyo emocional- no tienen aviones ni nada parecido. La basura llueve desde nubes capaces de transportar con precisión durante decenas de miles de kilómetros botellas de plástico y anclas de grandes barcos sin dañar a un solo chanquete.

¿Cómo ha conseguido dominar la meteorología a ese extremo una sociedad monárquica y racista que sigue llevando lanzas y vive decenas de miles de metros bajo el mar? De momento el equipo woke de guardia en la Broadcasting House no ha tenido a bien contárnoslo.

El mundo submarino es así: al parecer ya sabían de todo aunque no lo usaran ni, al parecer, lo necesitaran hasta ahora. Todo muy esencialista, muy identitario. Nada, salvo la indignación gretesca parece ser producto de la experiencia. Y ni siquiera es que se justifique de un modo social o colectivo. Descubrimos que la ¿representante? ¿embajadora? ¿reina? de los Homo Aqua tuvo dos abortos y culpa de ello a la Humanidad. Por fin un descubrimiento serio: el material de una guerra entre especies es el mismo que el de una sesión de tarde. Por el momento las devotas salamandras y los meros de apoyo emocional, no parecen estar movidos más que por la sororidad y la lealtad a su indignada monarca.

El identitarismo no sirve para llenar los vacíos

Lo único que se nos destaca en realidad del Homo Aqua es que tiene una sexualidad cambiante: femenina cuando está de buenas (aunque nos parezca una Greta de sofocón), masculina cuando la discusión sube de tono.

Por si había dudas, el mensaje es: lo femenino es una indignación responsable, lo masculino la violencia y la respuesta hormonal y desmedida. De las salamandras y los meros de apoyo emocional no sabemos siquiera si tienen sentimientos, sufren o padecen o si forman una mente colmena unida en lo universal por la monarquía anfibia -aunque esto último se insinúa en un momento marginal.

En cualquier caso, el identitarismo y el esencialismo, esas dos lacras románticas derivadas del nacionalismo alemán pasado, en su versión woke, por la Ivy League, no sirven para llenar los vacíos del relato. La única consecuencia que podemos sacar en claro es que si no sirven ni para dar coherencia a una historia con la complejidad de un cartel electoral y el trasfondo político de un cuento de princesas, aún menos valen para inspirar a nuestra sociedad y a nuestra época.

Hora de decir «basta»

Que en poco menos de un siglo la creación cultural europea haya pasado de Karel Čapek a Russell Davis y de Praga a Disney woke, debería producir algo más que preocupación o desaliento. Debería animar un cierto coraje. El suficiente al menos para decir basta a una industria cultural cada vez más colonial y empobrecedora y a unos ideólogos cada vez más dañinos, que a estas alturas sólo sirven para dar aire de razonabilidad al monstruo autoritario e irracionalista que se pretende única alternativa a su mezquindad moral.